Gustavo Petro no cruzó la raya para entrar a la guerrilla del M-19 hasta no tener en sus manos el grado de economista de la Universidad Externado. En 1982 cuando Petro tomó la ruta de las armas para cambiar el país, su profesor, Enrique Low Murtra, cogió un camino radicalmente distinto también para luchar por un país mejor. Aceptó ser ministro de Justicia en uno de los momentos más duros de la guerra contra el narcotráfico en el gobierno de Virgilio Barco que comenzó en 1986.
Ya habían asesinado a Rodrigo Lara Bonilla, el ministro de Justicia del presidente Belisario Betancur y la tragedia del Palacio de Justicia en la que el M-19 fue protagonista y donde se quemaron expedientes clave para las extradiciones de pesados narcotraficantes.
Sin embargo, Low Murtra asumió las responsabilidades convencido de la importancia de no dejarse acorralar por la mafia. Fue él quien firmó la orden de extradición de Escobar y varios de sus lugartenientes, con lo que selló su destino. Terminado el gobierno de Barco fue nombrado embajador en Suiza, una manera de protegerle la vida.
Cesar Gaviria había llegado a la presidencia en 1990 tras el asesinato del candidato Luis Carlos Galán y la guerra contra el narco no había menguado. La lista de cuentas por cobrar era altísima y era sabido que al exministro Murtra le habían puesto la lápida al cuello. De manera inexplicable el canciller Luis Fernando Jaramillo le concluyó su misión diplomática y lo forzó a regresar al país.
Low era un hombre a quien se le había atravesado muchas veces la muerte: a los seis años una buseta lo atropelló y estuvo en coma varios días. A los 36 años le descubrieron una enfermedad en las terminales nerviosas que nunca superó. A los 45, mientras era magistrado de la Corte Suprema, fue uno de los rehenes del M-19 en la toma del Palacio de Justicia e incluso le salvó la vida a su compañero, el abogado Lubin Ramírez quien sufrió un disparo en el ojo. En 1988, por su talante, este abogado de la Universidad Nacional especialista en Derecho Económico de la Universidad de Harvard —y que había ocupado cargos tan eminentes como ser director de la Unidad de Estudios Globales del DNP y además trabajar en el Banco Mundial— fue nombrado por Virgilio Barco como el ministro de Justicia en medio del duro combate contra la mafia.
La política de Barco era muy clara: mano dura contra el narcotráfico. Low, incorruptible, estaba en la misma sintonía. Asumió el reto poniendo en juego la vida amable que llevaba al lado de Yoshiko Nakayama, la estudiante japonesa de economía que conoció en Harvard y con quien terminaría casándose. Le escribía poemas de amor que no eran otra cosa que letras de Los Panchos traducidas por él mismo al inglés y la enamoró al punto que la doctora Yoshiko no dudó en trasladarse con él a Bogotá donde además ejercía su profesión de médica ginecóloga.
Amante de los helados y los comics, tímido ante las cámaras de televisión, amoroso y abierto con sus dos hijas, a comienzos de 1990 —después de que todos los días llegara a su casa amenazas de muerte— Low Murtra fue nombrado embajador en Suiza. Fue un periodo feliz hasta que, frente al despacho de la embajada en Berna, encontró un ataúd con la bandera de Colombia encima bañada en sangre de cordero. Era una advertencia violenta. No habían pasado cuatro meses de su regreso al país cuando el 30 de abril de 1991, la bala asesina ordenada por Pablo Escobar lo esperaba a la salida de la Universidad de La Salle donde se había reincorporado a la docencia como decano de Economía.
En una moto roja, afuera de la universidad lo esperaban los sicarios que a las 8:15 p.m. mientras le preguntaba a un taxista si podía llevarlo a su casa, se le acercaron y le pegaron un tiro en el pecho y otro en el brazo. Llegó muerto al hospital San Ignacio. Tenía 52 años y el gobierno de Gaviria no le había designado un solo escolta. Fue tal el repudio nacional que el Presidente Cesar Gaviria no pudo sostener a su amigo Luis Fernando Jaramillo en el Ministerio de relaciones exteriores y se vio forzado a dejar el cargo.
La suerte de Jesús Antonio Bejarano, profesor también y director de tesis de Gustavo Petro fue distinta. Sabía que lo buscaban para matarlo. Semanas antes de su asesinato, el 15 de septiembre de 1999, le escribió una carta a la Fiscalía con una información reveladora que no se entiende por qué no bastó para alertar y tomar medidas de protección.
Les decía: “Estoy notando cosas alrededor mío en la universidad, eso es una tierra de nadie donde uno no sabe qué pueda pasar. Porque se ve mucha arma y encapuchado”. Además, su carro había sido pinchado en el parqueadero de la universidad en tres ocasiones y a sus clases cada vez iba gente más rara y desconocida.
Aunque un reconocido economista se había interesado por los temas de resolución de conflictos y con pensamiento crítico de izquierda, Bejarano había aceptado interrumpir su docencia universitaria para ser el consejero de paz de los gobiernos de Barco y Gaviria llevando el peso de las frustradas negociaciones de paz de Caracas y Tlaxcala con la Coordinadora Simón Bolívar. Unos intentos fallidos que terminaron costándole la vida.
El doctor Rubén Darío Ramírez le advirtió a Bejarano que había un plan de las Farc para matarlo. Al grupo guerrillero le molestaban las opiniones de Bejarano que era crítico con respecto a la posición de Manuel Marulanda Vélez sobre su voluntad de hacer la paz que le proponía Andrés Pastrana. El 15 de septiembre de 1999 mientras entraba al salón 238 de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional dos sicarios lo asesinaron.
La muerte violenta ha rodeado a Gustavo Petro quien, a excepción de los años como diplomático en Bruselas, nombrado por el presidente Ernesto Samper, ha vivido siempre amenazado, con robustos esquemas de seguridad. Estas dos muertes absurdas tuvieron un especial significado en el mundo académico colombiano.