El torero muerto
Opinión

El torero muerto

La cuestión es que quienes —animalistas no activistas— estamos en contra de las corridas de toros no somos ni mejores ni peores que quienes están a favor

Por:
julio 21, 2016
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Yo leo esto en Facebook: “Muere un tal Víctor Barrio de profesión asesino de toros en Teruel (en su casa lo conocerían a la hora de la siesta) yo que soy un ciudadano muy “educado” hasta el punto de ser maestro me alegro mucho de su muerte, lo único que lamento es que de la misma cornada no hayan muerto los hijos de puta que lo engendraron y toda su parentela, esto que digo lo ratifico en cualquier lugar o juicio. Hoy es un día alegre para la humanidad. Bailaremos sobre tu tumba y nos mearemos en las coronas de flores que te  pongan. ¡Cabrón!”, y me entero de que el tal Vicente Belenguer —el autor de esta miserable estrofa— enseña en el colegio donde estudia mi hija, de inmediato voy, la tomo de la mano y salgo dando un portazo.

Luego le explico por qué no puede seguir estudiando en una institución en la que uno de sus docentes fomenta el fundamentalismo, el odio y la violencia en los alumnos. (Dizque le hackearon la cuenta, dice. ¡Ja!). Y por qué, en nuestra casa, no se va a los toros.

Es obvio que si no existieran las corridas, el joven Barrio no hubiera muerto en plena faena, corneado en el corazón por una mole de 529 kilos, en medio de la “fiesta”, que es como llaman en el ambiente a este espectáculo de barbarie, en el que la plasticidad, la belleza y la elegancia solo se revelan a los ojos de los aficionados que todavía quedan. (Talvez una pluma como la de Hemingway hubiera podido darle el único brochazo artístico a la tragedia…, talvez).

Pero existen y Víctor Barrio tendido en la arena, aquella tarde peligrosa de sábado, fue catapultado, por cuenta de Lorenzo, a la triste galería de la leyenda taurina, en la que comparte cartel con Manolete, Paquirri, El Yiyo, Pepe Cáceres y demás toreros muertos, temprana e inútilmente.

 

No me gustan los toros, las corridas, digo;
y estoy convencida de que es una práctica que debe acabarse.
Con educación, no con prohibiciones

 

No me gustan los toros, las corridas, digo; a los toros de lidia —a los normalitos de potrero también— les tengo pánico (una vez me persiguió uno cuando con mis primos pasamos a la finca vecina a coger pomas, sin permiso, claro; todavía sueño con la maratón que tuvimos que correr y luzco en una pierna la huella del alambrado que tuvimos que saltar) y estoy convencida de que es una práctica que debe acabarse. Con educación, no con prohibiciones, que estas últimas lo único que hacen es exacerbar las ganas y polarizar las opiniones más de lo que están. (¿Pomas? ¡Guácalas!)

Si las nuevas generaciones crecen con la conciencia de que los derechos de todo ser viviente —los hombres, en primer orden— son dignos de consideración, puestas en escena como las corridas, las corralejas, los rodeos, las peleas, los shows de animales amaestrados, etcétera, se acabarán por sustracción de materia. Sin necesidad de tanta tutela. (¿Ingenuidad?)

La cuestión es que quienes —animalistas no activistas— estamos en contra de las corridas de toros no somos ni mejores ni peores que quienes están a favor. Tenemos principios diferentes sobre los cuales se puede argumentar de manera civilizada y con los cuales se puede convivir. Muchos de mis amigos, algunos muy cercanos, son taurófilos y con todo y ese gusto que me disgusta, los quiero. Me encantaría que pensaran como yo, les encantaría que pensara como ellos, pero… Ni yo celebro —jamás podría hacerlo— con la muerte lamentable de un torero “a manos” del toro, ni ellos pretenden que yo admita que esa muerte es un sacrificio sublime que engalana el mito del performance diestro-astado. (Qué horror tal orgía de sangre).

Disentimos, no nos insultamos.

A propósito de insultos, qué tal este exabrupto tuitero de un rapero llamado Pablo Hasel: “Ha muerto un torero. Un torturador menos, hoy el planeta está un poco más limpio de tanta mierda… Si todas las corridas de toros acabaran como la de Víctor Barrio más de uno íbamos a verlas”. Entre estas expresiones infames respecto de personas que piensan distinto y las de los integrantes del IE por idénticas causas, no veo mayores diferencias, como no sea que los segundos pasan a la acción de campo, mientras los primeros la sugieren y estimulan agazapados en las redes sociales. (Estilos de cobardía…)

Ni que la humanidad fuera un experimento fallido.

COPETE DE CREMA: Algo no anda bien en un ser humano que se conmueve con los chigüiros que mueren de sed en el Casanare, pero no se inmuta con los niños que mueren de hambre en la Guajira y el Chocó. Y nada anda bien en uno que mata a patadas a un perrito yorkshire porque mordisqueó a su hijo o en uno que celebra con bajeza la muerte de un torero. (Y Oppenheimer sosteniendo que el humanismo sobra…)

 

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