En los años noventa Faustino Asprilla era un Dios. Nunca antes un jugador colombiano se había destacado en el exigente Calcio Italiano. El Parma en 1992 decidió armar un equipazo. Trajeron a figuras absolutas como Gianfranco Zola y Thomas Brolin, además del arquero Tafarel. Asprilla acababa de ser la figura en el torneo preolimpico de Asunción donde destrozó a las defensas rivales con sus largas zancadas. Por su origen humilde en Tuluá y un salario de 50 millones de pesos mensuales, muchos creían, que debido a su vida disipada, tendría el mismo final de Kid Pambelé, arruinado y aplastado por sus demonios.
Pero salió adelante y lo logró. Tiene empresa, fortuna e, incluso, hace periodismo. Al menos lo intenta. El Tino y la prensa colombiana se llevaban muy mal. Incluso en algún momento llegó a empujar a la fotógrafa del desaparecido Diario Deportivo llamada Maria José Acosta y humilló al joven reportero de CM& Nestor Morales en un episodio lamentable de ¿usted no sabe quien soy yo? restregándole los 50 millones de pesos mensuales que se ganaba.
En Italia le decía a la prensa lo siguiente: “En mi país hay mucha gente celosa de mi riqueza y de mi calidad. No me dejan vivir, inventan historias increíbles. En Parma se vive mucho mejor, con el afecto de los hinchas y la tranquilidad de una ciudad que cada día me gusta más”. En la selección era un intocable. Estaba apadrinado por el Bolillo Gómez, su íntimo amigo, quien le permitía salir a la mitad de la noche en una concentración de la selección. Siempre lo respaldó la prensa en Colombia a pesar del maltrato. Asprilla se despidió de los mundiales de Colombia después de ser despedido por Gómez en el Mundial del 98 cuando fue sustituido en pleno primer partido contra Rumania.
Hoy en día crucificamos a James por un comunicado que indispuso al cuerpo técnico de la selección pero nos olvidamos del poco profesionalismo que alguna vez tuvieron nuestros ídolos del pasado. Para la muestra lo de Freddy Rincón, quien no metió lo que debía en el mundial de USA 94 fue por que una bruja de Buenaventura le dijo, antes de viajar a la competencia, que si no se cuidaba se rompería la pierna. El Tren Valencia nunca aprendió a hablar alemán como lo requerían sus jefes del Bayern Munich. Fue una generación que dio mucho brillo pero que, lamentablemente, no tuvo demasiado en la cabeza.