En la última semana de agosto, cuya fecha reciente no quiero acordarme, se nos fue Ofelia Rodríguez ya sin el recuerdo de ella misma mientras deambulaba en su enorme casona cartagenera. Nos hace falta saberla de cerca y volver a ver más de sus cuadros insólitos. Ella valiente hizo su propia historia.
Era una mujer exótica que vivía en Londres junto con su esposo Rurik Ingram y su hijo Nicolás. Alta, de tes morena, impecable pelo negro, su linda boca pintada de rojo carmesí, sus dientes perfectos, sus ojos negros, su sonrisa amable complementaban esos atuendos memorables de correas enormes que le ceñían en cuerpo, unas faldas y unas blusas muy finas que solo ella podía usar. Los bellos collares los había comprado en los confines de la tierra, aunque no presumía de su riqueza. Era una privilegiada con todos sus atributos. Su alegría costeña la acompañaba mientras la disciplina en su mundo creativo tenía el más estricto rigor.
Paisaje con chupos volando, 1995
Como siempre, el primer rincón del mundo está en la infancia. Barranquilla marcó definitivamente sus recuerdos y los primero que contaba era el jardín familiar donde había palmeras, palos de mango, una exuberante vegetación domesticada que nacía de la tierra negra limpia y a donde habitaban iguanas a las que sorprendía mientras les desaparecía sus huevos. También durante las tardes escuchaba de sus mayores sentados en mecedoras contaban las historias increíbles de la vida cotidiana que, entre pausas y risa contaban sus relatos. Asociaciones que nos muestran la libertad de poder reinventar un mundo mágico.
Cuando era apenas una adolescente, tuvo como profesor a Alejandro Obregón un tremendo hombre-toro que les hablaba de que para crear no había que tenerle miedo a escuchar las entrañas, de que lo abstracto y lo figurativo podía ser una combinación perfecta. Y después vino a Bellas Artes en la universidad de Andes en Bogotá y en el marco de la cercanía tuvo como referente a su profesor y amigo: Santiago Cárdenas que es el polo opuesto de su primer maestro. Más tarde fue a realizar su máster en Yale. Podía estar más cerca del Pop americano pero sus instintos fueron más fuertes, sus raíces más sedimentadas. Por eso se inventó un mundo único
La obra de Ofelia Rodríguez tiene la ambigüedad y la riqueza de la experiencia moderna. Su perfil Pop de asociaciones nos habla también de compañías libres cercanas al Surrealismo. Se trata de un mundo de pinturas y objetos que se complementan. Los títulos son anotaciones de pie de página que nos retienen entre dos mundos. Como anotó alguna vez Robert Venturi en un dogma arquitectónico: “Prefiero los híbridos a los puros, los comprometidos a los limpios, los ambiguos a los articulados…” preferencias que nos atañe porque siempre en su obra está tanto lo híbrido de los objetos como lo limpio en su manera de utilizar el acrílico, lo ambiguo nos lo deja en sus títulos, lo articulado en sus obras. Cada una representa un mundo de sueño y realidad. Son mundos paralelos que se juntan en un bello y genial equívoco.
Ofelia Rodríguez vivió muchos años de su vida en Londres y, así fue sin duda, fue una artista latinoamericana porque manejó el color de una manera peculiar, la utilización de los objetos, los animales, esqueletos son parte de un gusto por lo popular exuberante, por el atrevido camino de las cosas inusuales y por el tratamiento mismo de esos significados múltiples donde cada cual tiene su propio espacio para observar y soñar. Sus cuadros son geografías inhóspitas se mueven imágenes crípticas. Obras únicas como también era su hermosa personalidad.