El soldado Jorge Martínez, uno de los sobrevivientes contó a Jesús Abad Colorado, autor de la fotografía de esta columna: “Estoy vivo de milagro; a nosotros nos tiraron granadas y la explosión me dejó como loco...; los guerrilleros estaban de cerro a cerro...; yo tenía munición y me seguí defendiendo; me tiré cerro abajo y me pelotié por ahí...; no le sé decir cuántas bajas hubo. Un soldado estaba al lado mío muriéndose. No pude socorrer a ninguno. Yo sí vi morir a mi teniente..., y a otros...; los guerrilleros también caían muertos. Cuando arrojaron la granada nos tiramos al río Sucio. Éramos tres compañeros. Uno se ahogó, lo vi cuando se estrelló contra una piedra. Me fui río abajo. Estuve dos días en el monte y después llegué a una vivienda. Ahí me vistió una familia campesina, porque yo llegué en cueros, desnudo. Me dieron comida y de ahí me sacaron a la carretera por la mañana. Aquí estoy vivo, gracias a Dios. Llamé a mi mamá y le dije que estaba bien”.
Ahora relata Jesús Abad Colorado: “Antes de llegar al sitio de los hechos, los campesinos e indígenas que vivían cerca, tenían izadas banderas blancas en sus casas; -solo queremos la paz y trabajar en nuestros campos, pero esta guerra no nos deja-; temblé mientras me acercaba a la escuela y pude observar desde una ventana que sobre el tablero de uno de los dos salones todavía permanecían las letras de la última clase. Era la historia bíblica de cómo Caín mató a Abel. Desde entonces, siempre he visto en el cuerpo de los combatientes y los civiles asesinados la repetición de la misma historia: un hermano que mata a otro hermano”.
Esa descripción de la génesis del ser humano, que desde la creación puede abrigar los más bellos y los más horrorosos sentimientos, pueden palparla, toda reunida al interior del Claustro San Agustín, a tan solo unos pasos del Palacio de Nariño, en Bogotá.
En cada fotografía de la amplia exposición de Jesús Abad Colorado, se encuentra el lado más humano posible, los ángulos de todos los actores que se vieron enfrentados a lo largo de la historia de este conflicto violento, que casi nos despedaza a todos, y que aún nos mantiene enfrentados por causa de un acuerdo de paz, firmado con las guerrillas de las Farc.
Mariposas pegadas en los uniformes de quienes portan las armas de la república o pegadas en las cananas de los violentos, paramilitares y guerrilleros...; mariposas ahogadas de petróleo después de los atentados de oleoductos, huellas de tiros de fusil; de ametralladoras; fragmentos de granadas y cilindros de gas, en los tallos de los más vigorosos árboles de nuestras selvas y ríos; casas y chozas incendiadas por la violencia; vidrios rotos y detrás la mirada de los niños, caminos llenos de gentes que sacan sus neveras, sus enseres, sus cerdos; pequeños abrazando sus polluelos, antes de salir corriendo de sus pueblos por causa de los desplazamientos que produjeron paramilitares y guerrilleros, animales víctimas del conflicto armado colombiano...; son retratos: el testigo...; la verdad de cara al país.
Imágenes, no épicas, como esta mariposa que se posó en el armamento de un paramilitar (quien aceptó a regañadientes que le tomara la foto, pues creía que cuestionaba su masculinidad): Jesús Abad Colorado.
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La exposición es tan grande como la misma sensibilidad y el corazón del autor...; trebejos en hombros de valientes campesinos, la historia de Caín y Abel, comenzando la primera sala de exposición, en la que una valiente maestra, explicaba a los niños, antes que sonara el primer disparo, la cita bíblica, que se sigue repitiendo en Colombia: muerte, odio y deseos de venganza, desde el mismo esplendor del paraíso.
Recordé al caminar durante tres horas, escuchando al propio gestor de la obra, que los campesinos de este país, la gente más vulnerable, ha sido siempre la que queda en medio del fuego; también fijé mi propia certeza: por diversas circunstancias, nuestros gobernantes se han comportado como Caín; -quien fue infeliz toda su vida, después de matar a su propio hermano-; por inacción, cientos de alcaldes, gobernadores y líderes políticos de la vida nacional, también deberían estar retratados; pues ellos, como responsables de las políticas públicas, han dejado infelices a millones de compatriotas, buena parte de sus vidas.
Sin duda, vale la pena visitar esta exposición llena de verdad; la memoria que retrata Jesús Abad Colorado, además de estar llena de esperanza, es la imagen de una desgracia que parece ahogarse en la indiferencia, que habita en el bullicio de nuestras ciudades, y en la enfermiza incapacidad de nuestros gobiernos.
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