Los ataques militares de HAMAS contra la población civil israelí son tan terroristas como los ataques militares del LIKUD. Ambos son actos terroristas en tanto su blanco principal es la población civil. Sin embargo, HAMAS, movimiento que gobierna el cuasi-Estado de Gaza no es la totalidad de GAZA y el LIKUD, partido de ultraderecha que gobierna Israel no es la totalidad de Israel, son sólo dos partidos políticos radicales en el poder. No es una guerra entre musulmanes y judíos, no es una guerra entre el pueblo palestino y el pueblo de Israel, sino entre dos partidos políticos de gobierno en conflicto que recurren a actos terroristas. Tampoco es una guerra milenaria entre dos pueblos, pues durante milenios antes de este conflicto reciente los dos pueblos y las dos religiones dieron muestras de tolerancia mutua y convivencia pacífica.
El conflicto entre el movimiento HAMAS y el LIKUD, tampoco es un enfrentamiento entre dos ejércitos regulares. En GAZA se enfrenta el ejército de Israel, uno de los ejércitos más poderosos del planeta, con el respaldo de Estados Unidos y Europa, contra un movimiento de milicianos que se esconden en túneles subterráneos y carecen de tanques, aviones y alta tecnología. La diferencia es más la expresión de una sobredimensionada ley del talión que cobra mil ojos por cada ojo y mil dientes de sangre por cada diente de sangre. Sin olvidar distinguir entre ocupante y ocupado, entre opresor y oprimido, porque la cómoda neutralidad da igual voz al victimario y a la víctima. No obstante, lo que sí es evidente es que ambos bandos recurren a actos terroristas.
Los actos terroristas que se manifiestan en violencia homicida contra la población civil pueden tener una intencionalidad política, pero no dejan de ser criminales, o al revés, son claramente acciones criminales y no por ello carecen de intencionalidad política, en especial porque provienen de actores políticos. Excepto que esta lógica política, no corresponde a la acción subversiva que interpreta acción y reacción del derecho a la defensa y uso legítimo de la fuerza, sino a una política negativa y un poder positivo de grandes intereses económicos, políticos y militares. Esto es lo que denomino el fenómeno de “degradación de la guerra”, que no es precisamente producto de la entropía social de odios y rencores, expresión del caos hobbesiano, como la califica equivocadamente la academia, sino una política criminal. Su demostración puede verse en mi tesis de maestría “Lógica política de la degradación de la guerra” (2014) aplicada al caso del conflicto armado interno colombiano.
ENFOQUE DE LA TEORÍA GENERAL DE LA VIOLENCIA POLÍTICA
En el Medio Oriente, tanto los bombardeos del HAMAS palestino como del LIKUD israelí dejan saldos de muertos en su mayoría niños, ancianos y mujeres, víctimas inocentes y blanco principal de los actos terroristas. Significa que las acciones armadas contra la población civil no deben seguir tratándose con el eufemismo de efecto colateral, como quieren hacernos ver los actores armados y algunos medios de comunicación, dado que ocurre a la inversa, se masacran civiles como principal objetivo y algunos combatientes enemigos caen en el fuego cruzado. Lo confirman las estadísticas: en el mundo contemporáneo las acciones armadas contra civiles en las guerras entre Estados, conflictos armados internos y guerras civiles representan el ochenta por ciento del total de acciones armadas. En esas circunstancias, la verdad que se quiere ocultar es que las acciones armadas contra civiles tienen una función de utilidad en términos de poder de contundencia o poder militar, muy superior a la función de utilidad de las acciones contra combatientes en la confrontación armada propia entre ejércitos regulares, por eso se prefieren, aunque restan a quien las emplea cierto poder político, y por eso se niegan y se ocultan.
El fenómeno de degradación de la guerra se interpreta siempre desde una perspectiva humanitaria, pero se desconoce que la degradación es también militar, como tecnología, dada su función de utilidad, y especialmente degradación política, porque la política comanda la guerra; la guerra es el medio, la política el fin, y no puede entenderse el medio sin el fin, dice el teórico prusiano Carl Von Clausewitz en su obra “De la guerra”. Excepto que Clawsevitz a principios del siglo XIX, en términos un poco románticos, concebía siempre la política en su connotación positiva, con la capacidad de frenar la tendencia de la guerra a su recrudecimiento, a su degradación, lo que Clausewitz interpretaba como interacciones lógicas que se profundizan en una espiral de violencia extrema y que la política frena. La verdad es más compleja, porque también hay políticas negativas con la capacidad de profundizar aún más la degradación en lugar de frenarla, políticas normalmente impulsadas por grandes incentivos de poder y riqueza, nada extraño en la sociedad actual. Una política negativa en términos de economía política evidencia que no sólo el lado luminoso sino también el lado oscuro del autointerés contribuye a modelar el comportamiento individual y la forma de las sociedades humanas.
Esta política negativa sugiere que el poder que se manifiesta en el acto terrorista ha sufrido una mutación (Foucault), ese poder se corresponde con la noción de “pulsión” de la teoría psicoanalítica de Lacan, un poder de tipo positivo, contrario al poder negativo que responde a la trasgresión a la ley y sigue el esquema freudiano instinto-represión, instinto-cultura. Un poder que alude al deseo o a la ambición sin límites, porque no se satisface como toda necesidad material, no responde al concepto económico de rendimientos marginales decrecientes. Ese poder positivo, que toma la iniciativa, ha sido la máxima de las élites económicas y políticas de las principales potencias occidentales en el actual orden económico mundial, en términos de estrategia militar y política extractiva, o terrorismo de Estado, que se fundamenta en teorías y modelos de equilibrio militar, propias de la mal llamada “Teoría contrainsurgente”. A ese poder recurren también algunos movimientos de resistencia política y grupos guerrilleros por debilidad militar frente a un adversario más poderoso o por trasformación de sus preferencias. La característica del terrorismo es la acción unilateral, cobarde pero siempre efectiva incluso si es dirigida contra un enemigo imaginario, inventado para justificar sus verdaderos objetivos: población civil inocente objeto de castigo colectivo, población en pie de protesta social objeto de represión política, despeje de territorios para proyectos minero-energéticos, robos de tierras o limpieza étnica. Significa que no responde a análisis desde la teoría de juegos o los modelos de equilibrio militar.
Las teorías contrainsurgentes o antiterroristas no son otra cosa que políticas de terrorismo de Estado con fundamento teórico orientado al resultado de la contienda y no a una solución política, esto es, orientado a la victoria sin consideración a los objetivos políticos positivos que encarnan los Estados democráticos, independiente de sus métodos o estrategias legítimas para conseguirlo, incluso sin miramientos a otros aspectos de tipo humanitario, moral o ideológico. Esto explica el enorme desfase entre concepto y praxis de la violencia política contemporánea, que exige un nuevo proceso de teorización.
El nuevo enfoque de la teoría general de la violencia política enseña que no existe uno sino dos tipos de violencia política, acciones bélicas entre combatientes y acciones degradantes contra la población civil que se diferencian en su función de utilidad para proveer poder militar y poder político. Los actores armados combinan estas dos modalidades de violencia política, según los alcances de sus planes tácticos y estratégicos y según las necesidades de poder militar y poder político en escenarios de guerra. Para saber en qué medida lo hacen conviene alejarse de la retórica ideológica. Sólo la medición directa de la propensión a la degradación de los actores políticos, el contexto histórico y la comprobación de los hechos pueden enseñarnos sus alcances.
LECTURA POLÍTICA
El hecho cierto en el actual conflicto palestino-israelí es que en pleno siglo XXI el proyecto sionista supremacista de origen europeo, insiste como si estuviéramos en un mundo pre-moderno, en crear un Estado judío homogéneo en territorio palestino, y eso no es posible sin la consecuente limpieza étnica, sin un régimen de apartheid sobre el 26% por ciento de población árabe y otras comunidades no judías que integran la nación israelí, y al parecer sin el exterminio del pueblo palestino para garantizar la expansión de su territorio. Estos poderes niegan la posibilidad de un Estado plurinacional y democrático moderno. Eso piensan al menos los ministros del Gobierno de Netanyahu. Olvidan que el mundo ha sido testigo de más de un milenio de convivencia pacífica y tolerancia mutua entre judíos y musulmanes. El sionismo supremacista es un invento reciente de las potencias occidentales, afín a los proyectos de Estados nacionales, que data de finales del siglo XIX.
No es una crítica de tipo ideológico. El plan de limpieza étnica de palestinos lo presenta en 2017 el actual ministro de finanzas de Israel, colono radical y ultraderechista, Bezalel Motrich, quien plantea a la comunidad árabe de Israel y a la población palestina en territorios ocupados tres opciones: sufrir un régimen de apartheid, irse a otro sitio, o afrontar la mano dura de las fuerzas de defensa. Este plan está plasmado en un ensayo de Motrich titulado “El Plan decisivo de Israel”. Semejante a la solución final nazi, el plan se sustenta en la idea de que no hay lugar en la tierra del Gran Israel –esto incluye Cisjordania y Gaza- para dos movimientos nacionales en conflicto, para dos Estados, como se gestiona desde Naciones Unidas, sólo hay lugar para la autodeterminación de la comunidad judía. Motrich se autocalifica a sí mismo abierta y públicamente como fascista y xenófobo.
LECTURA ECONÓMICA
El Plan de Motrich es el plan político, pero también existe un plan económico. El gobierno de Israel tiene interés en ocupar el territorio de Gaza con la visión geopolítica y geoeconómica de insertarse en una nueva ruta de la seda que parta desde Israel, pase por Arabia Saudita y llegue a Europa. En esta estrategia la principal motivación es económica: Israel está muy interesado en los ricos yacimientos de gas natural descubiertos en la zona norte de Gaza, para cuya explotación y comercialización necesita justificar de alguna manera su ocupación territorial. La narrativa de odios, mesianismos religiosos y amenazas es sólo la retórica ideológica requerida para hacer efectivo el logro de esto fines políticos y económicos. Se explota para ello toda la energía teológica y el mesianismo religioso del pueblo israelí. Estados Unidos se presenta como un aliado incondicional de Israel porque sus élites económicas y políticas tienen los mismos intereses del gobierno sionista de Netanyahu, dado que Estados Unidos está por fuera del corredor comercial que conforma el proyecto de la ruta de la seda implementado por China, principal competidor de orden geopolítico y geoeconómico, que amenaza su hegemonía mundial. Es público el video de la intervención de Netanyahu en la ONU el 27 de septiembre- días antes del ataque de HAMAS-, donde traza sobre un mapa del gran Israel con un creyón rojo lo que sería la nueva ruta de la seda distinta de la de China, propuesta aplaudida a rabiar por representantes de las potencias occidentales.
CONTEXTO HISTÓRICO
El Estado de Israel se creó en el año de 1947 en territorio palestino bajo protectorado e iniciativa británica, con el fin de dar cabida a los judíos que en Europa sufrieron el antisemitismo radicalizado por Hitler con el Holocausto. La fundación de Israel constituyó una forma pacífica pero engañosa de solución final después de la segunda guerra mundial, porque el propósito seguía siendo antisemita, en tanto la idea era excluirlos de la cultura de Europa (Primo Levi).
El caso Dreyfus, detonante del proyecto sionista, lo evidenció. El mensaje británico podía interpretarse como vayan a Medio Oriente con su Estado Judío, no queremos que la barbarie oriental permanezca en Europa. La injusticia está no sólo en el antisemitismo, sino en que el imperio británico regala a los judíos una tierra que no le pertenece, con el agravante que la división del territorio propuesta por Naciones Unidas asignó a los judíos que venían expulsados de Europa más tierras que a sus propios dueños, los palestinos que la habitaban. En esas condiciones el conflicto era inevitable.
En 1947, Naciones Unidas aprobó la partición de Palestina en dos Estados, uno judío y uno árabe. Casi de inmediato, el 14 de mayo de 1948, el Estado de Israel declaró su independencia del imperio británico que le regaló las tierras para su fundación colonial, al tiempo que establecía sin escrúpulos su nueva dependencia del imperio estadounidense. No hay heroísmo alguno en someterse al más poderoso. El apoyo permanente de Estados Unidos, incluye apoyo militar y transferencias multimillonarias que se mantienen año tras año desde 1948. En las últimas décadas se registraron en seis mil millones de dólares anuales. Israel es Estados Unidos en Medio Oriente con otro nombre. Primero Europa estuvo muy interesada en resolver el problema judío fuera de su territorio y luego Estados Unidos se empeñó en crear un enclave de occidente en medio oriente de carácter geoestratégico. La alianza entre élites económicas y políticas dio fuerte impulso a las pretensiones sionistas en la Guerra de 1948 entre Israel y sus vecinos árabes, pueblos que se negaban a aceptar el plan de la ONU.
En guerras sucesivas desequilibradas militarmente Israel logró ampliar las fronteras del Estado más allá de lo dispuesto en el Plan de Partición original de las Naciones Unidas. Entre 1947 y 1950 los ataques judíos expulsaron de palestina a más de la mitad de la población árabe, cerca de setecientas mil personas. En 1947 los judíos poseían el 7% de la tierra palestina, y en 1950 se habían apropiado del 92% de la tierra dentro del nuevo Estado.
En 1967, en sólo seis días, con la bendición de Estados Unidos, Israel arrasó con las fuerzas egipcias y se apoderó del Sinaí y de los Altos del Golán, se anexionó Jerusalén Oriental y ocupó Gaza y Cisjordania. En un proceso de paz posterior con Egipto abandonó el Sinaí y los Altos del Golán, pero mantuvo su ocupación en el resto de territorios. En 1982 invadió Líbano para destruir las bases palestinas de ese país y asegurare una zona de seguridad.
Con un ingrediente perverso: en cada una de las ocupaciones violentas, que suelen prolongarse en el tiempo, Israel promocionó asentamientos a gran escala de colonos judíos en territorios ocupados y garantizó su dominio sobre la población palestina en términos de apartheid. Con esa estrategia Israel ha seguido modificando el mapa regional palestino-israelí. La visión política de los dirigentes sionistas es la de el Gran Israel, donde desaparece de los territorios el pueblo palestino. Asimismo, la ocupación de Gaza y Cisjordania puso a más de un millón y medio de palestinos en condiciones de vida parecidas a las de un inmenso campo de concentración bajo permanente asedio y control.
Es un pueblo encerrado, asediado y ocupado. Hoy operan 592 puestos de control en Cisjordania, pequeño territorio parcelado y segregado donde se repiten las estrategias propias de las SS alemanas, y su población es sometida a cortes de energía y agua constantes. Sólo en 2022 se registraron 146 asesinatos de palestinos, siete mil arrestos, mil viviendas destruidas, se efectuó la expulsión de palestinos y se aprobaron 4500 asentamientos ilegales de colonos judíos. El ataque de HAMAS el pasado 7 de octubre, se capitalizó políticamente para acelerar el proceso de expulsión y exterminio étnico que ya estaba en marcha desde 2017 como régimen de apartheid y proyecto sionista supremacista.
EPÍLOGO
Lo que hace Israel en Gaza no tiene nada que ver con el judaísmo, que representa la libertad de un pueblo contra la opresión. Aquí el opresor es Israel, con el apoyo de Estados Unidos. Hay que diferenciar entre el judaísmo, el sionismo supremacista del gobierno de Netanyahu y el Estado de Israel, que tiene una composición social y religiosa diversa. No existe una guerra religiosa, sino política, territorial, económica y étnica. La actual es más una guerra contra la religiosidad, contra la humanidad, contra la filosofía, el sentido de comunidad y el amor que se predica en todas las religiones.
Los filósofos e intelectuales judíos lo advierten desde hace un siglo. Franz Rosenzweig (1886-1929), en los años veinte se da cuenta que la forma de ser judío está vacía de contenido, porque el sentido de ser judío debe estar al margen de la historia; estima que el ritual judío no debe ser secularizado ni la tierra debe fetichizarse.
Martin Buber (1878-1965) partidario de una tierra para los dos pueblos, buscaba el dialogo, la convivencia y la recuperación de la milenaria tolerancia entre judíos y árabes en Palestina. Yeshayahu Leibowitz(1903-1994), al conocer las masacres en 1953 se dio cuenta del caminos perverso que tomaba el sionismo y empezó a abogar por la separación entre religión y Estado.
Dice: “El Estado de Israel es hoy únicamente una dictadura, que está gobernado por judeo-nazis y representa la oscuridad”. Cree que no se puede convertir el Torah en un título de propiedad. Hoy el presidente de la red judía por palestina advierte: “Es vital que la gente se dé cuenta de que hay muchas personas judías y organizaciones que aborrecen lo que está pasando. No es una lucha de judíos contra musulmanes, es del opresor contra el oprimido, y comenzó en 1948, cuando Israel fue fundado sobre un violento robo, el robo de tierras y vidas palestinas”.
(*) Magister en Economía Universidad javeriana. Autor de las obras Teoría General de la Violencia Política” (2017), y “Batalla por la Síntesis Histórica” (2020)