Para que no se nos entienda mal, empecemos por decir que son pocos cuantos homenajes se rindan a la memoria de los cadetes asesinados por esa combinación letal de ELN, Farc y narcotráfico. En buena hora las lágrimas de hoy, que sustituyen tantos silencios de ayer.
El terror no se inauguró con los trágicos, miserables y cobardes hechos de la Escuela de Policía.
El terror viene de muy antiguo, solo que parece que no lo hubiéramos descubierto.
Miles de niñas robadas de la casa paterna para convertirlas en esclavas sexuales, embarazarlas y obligarlas a los abortos más crueles, son todos actos de terror, tan graves o peores que los que sufrieron estos jóvenes cadetes. Miles de campesinos asaltados, robados y expulsados de sus tierras, son actos del más repulsivo terrorismo. Parece que no lo supiéramos.
Centenares de colombianos inocentes secuestrados para cobrar por sus vidas, son actos del terror más vil. Y cuando se piensa que gran cantidad de ellos quedaron olvidados para siempre, nos preguntamos por qué Colombia no levantó un monumento a la memoria de esas víctimas.
Miles de soldados y policías habían dado sus vidas por defender las nuestras, por salvar nuestras instituciones, por resguardar esa cosa, al parecer tan inútil, que llamamos la Patria. Nunca se los tuvo presentes en la Catedral Primada, ni el Presidente ha caminado para recordar su sacrificio.
Por decenas se cuentan las bombas que estallaron para llenar de pánico el alma de los colombianos. La del Club El Nogal pudiera servir de síntesis de esos ataques feroces contra el género humano. ¿Alguien recuerda esas atrocidades?
Les escribe una víctima del terror. Acaso nuestro sacrificio no deba contar en la curiosa economía de los que hoy se unen contra el terror. Pero la vida de Ricardo Rodríguez y la del Sargento Rosember Burbano, ambos tan caros a nuestros afectos y vueltos pedazos por la bomba que pusieron los mismos que atacaron la Escuela de cadetes, tampoco cuenta. Rechazamos el terror, pero somos sobremanera selectivos al condenarlo.
Escribimos estas línea sacudidos por la noticia de una bomba, otra más, que estalla en el oleoducto Trasandino. Quisiéramos oír la voz de los compungidos marchistas de hoy condenando esa atrocidad y reconociendo que los bandidos no solo acaban con nuestras vidas. También con la de nuestros hijos. Con la minería que vuelve lodazales los ríos, la deforestación que mata nuestros bosques seculares y las bombas que acaban nuestra riqueza y despedazan nuestro futuro, hay una como complacencia bobalicona o una cobardía miserable. Todo eso mata la vida y todo eso es terror. ¿Nadie lo sabía?
El narcotráfico se apoderó del país y los llamados jíbaros, esa especie asquerosa de los ejecutores de ese proyecto terrorista, envenenan los niños y los jóvenes de Colombia. Muertos en vida, en la flor de la edad, sin remisión posible. Y no hay Cardenal ni Obispo que oficie una Misa por esas vidas despedazadas.
Decíamos arriba que es poco cualquier homenaje que se rinda a la memoria de los cadetes muertos. La larga mano de Dios nos salvó de una masacre mucho más numerosa. Y está bien que el país camine para recordarlos, que se enciendan lámparas en su memoria, que se maldiga a los asesinos. Pero ese homenaje es muy corto, esas lágrimas muy extemporáneas, esa indignación tardía.
El ELN estuvo completamente derrotado.
Brotó de sus cenizas por obra de los Acuerdos con las Farc.
Y sabe lo que hace
A este extremo de barbarie nos trajo la falsa misericordia para con los asesinos, las proclamas por la Paz y no por la Justicia, la falta de solidaridad, de fe colectiva, de universal indignación. Si al infierno se llega por caminos empedrados de buenas intenciones, este es el ejemplo supremo.
Después de haber pecado tanto, no está mal un acto de contrición y un propósito de enmienda, así sea tan débil, tan condicionado, tan pobretón como el que sale hoy de muchas bocas. No puede haber más muertos, dicen, y es preciso pactar con los asesinos. Que venga la Paz, envuelta en el papel en que se escriben las claudicaciones. Que guarde silencio el Derecho para incitar a que lo violen sin piedad. Esta es una sociedad ejemplarizante a la inversa. Una sociedad que dice odiar el terror, pero dispuesta a entregarse en manos de los terroristas.
El ELN estuvo completamente derrotado. Brotó de sus cenizas por obra de los Acuerdos con las Farc. Y sabe lo que hace. Mientras más apriete, más va a recibir. Más plata, más impunidad, más curules, más olvido. Por lo menos, ese es su cálculo espantable. El Presidente dice que se equivoca y que esta vez no habrá perdón, sino castigo. Lo dice cuando mantiene el montaje inaudito del posconflicto, la prueba reina de que en Colombia, el terrorismo paga.
¡Honor a nuestros cadetes! Otros héroes a los que pagaremos con pérfida traición. O tal vez no. Solo Dios sabe.