Acá no existe una ley que pueda respaldar a nuestros actores. Obnubilados por un presente próspero, muchos creen que no hay necesidad de ahorrar, que las vacas gordas seguirán para siempre. Mentira, acá no se aprecia el arte, acá todo lo que suene diferente, lo que invite a pensar, es despreciado de tajo. Así murieron gigantes como el Culebro Casanova, Frank Ramírez o Delfina Guido, con todo el talento desperdiciado simple y llanamente porque a los canales no les interesa pagar por talento sino caras y cuerpos bonitos.
Esta generación es diferente, primero tienen mayor proyección internacional. Los mexicanos conocen a Julián Román, un tipo disciplinado, nada ingenuo, que sabe invertir y al que difícilmente se le puede acusar de rumbero irresponsable. Todo el continente sabe quién es. El problema que tendrá Julián, como ese otro monstruo de Santiago Alarcón son las nuevas políticas que regirán en la televisión. Con la crisis desatada por el coronavirus la televisión dejará de ser parte de la canasta familiar, se bajará el caché y primará el streaming: cualquier niño tonto de la India hará una superserie desde su celular y ganará millones de rupias.
Además están sus convicciones políticas. Si el gobierno llegara, en medio de la crisis, a regular los contenidos, estoy seguro que intentará borrar de sus parrillas a Alarcón y Román por sus convicciones. Nada de raro tiene, miren nada más el veto que le hicieron a Santiago Rivas el de los Puros Criollos. Me da miedo por ellos porque son nuestros amigos, cada día salen en redes sociales, en televisión, siempre peleando, luchando, inspirando. ¿Qué pasará con nuetra televisión en tiempos de Coronavirus? ¿Se salvará, o se perderán como lágrimas en la lluvia como nuestras antiguas estrellas de la televisión?