El amigo de un amigo ha tenido que sufrir mucho recientemente a causa de un diploma extranjero. Al parecer, la maestría que hizo en una universidad del exterior le hizo acceder a un título que, si bien es válido en dicho país, y cumple con todos los requisitos de ley para ser expedido, puede que no tenga reconocimiento alguno en Colombia. Es la no tan conocida diferencia entre diplomas de estado y diplomas universitarios de las universidades europeas.
Las consecuencias de la posible no homologación de su diploma en Colombia son aún inmensurables: no solo cuestión de aumento de su sueldo, aquellas con respecto a la continuación de su carrera en el ámbito del doctorado o a al acceso a un puesto al que aspira, por decir las más obvias. En estas instancias de la historia del amigo de mi amigo pienso: ¡Si tan solo fuera uribista y amigo de los centros de poder! Tal vez para él no sea un halago, pero puede que sí sea una muestra de la realidad actual del país. Si él fuera amigo del gobierno actual no tendría que preocuparse de la validación de su título en Colombia, es más, no tendría que preocuparse de no tener ninguno. Para suplirlos, solo le bastaría una hoja de vida falseada, la propaganda y la confusión mediática, o en el peor de los mundos, una notaría. ¡Casos se han visto (ya casi también inmensurables) y los que aún tendremos que ver! Con su solo bachillerato le bastaría para acceder a puestos de “alto gobierno”, como se le suele llamar ahora a la burocracia más cercana de quien toma las decisiones.
En caso de que el amigo de mi amigo se ofendiera con el “halago” mencionado, le diría, tal vez, que en su caso habría excepciones, porque incluso si pudiera acceder al puesto deseado sin que su título sea validado en Colombia, su diploma sí es real, cumple con las condiciones aceptadas internacionalmente para su legitimidad (2 años de duración, realizados en una institución superior autorizada y acreditada, etc.), y además, si se consulta el registro de asistencias, validaciones y diplomas de su universidad, allí aparecerá su nombre. Eso se lo diría yo, como dicen los franceses, por politesse, por pura cortesía, pues, al fin y al cabo, parecieran ser solo dos principios los que rigen el mundo político en la Colombia actual:
- La gestión gubernamental por parte de amigos del patrón, al mejor estilo de una gran propiedad en los campos cordobeses, sin importar mucho sus diplomas, preparación para el cargo, trayectoria o prontuario.
- La autoridad e incuestionable y eterno primado del ideario del Gran Colombiano en casi todos los asuntos de gobierno. No solo porque anuncie anticipadamente por twitter las decisiones que “ha tomado el presidente”, sino porque es él, en el fondo, quien sigue gobernando.
Dos principios áulicos que, seguidos en su integridad y en total libertad de cátedra (la cual emanada a su vez de los dos principios precedentes), no otorgan diplomas reconocidos internacionalmente, pero sí títulos con mucho peso en nuestra nación, la gran finca del gran colombiano. De hecho, ellos aportan “mucho más enriquecimiento universal y conceptual del que le hubiesen dado uno o dos doctorados en una de las mejores Universidades del mundo o cualquier otro empleo o trabajo” (según rezaba el sitio web de la campaña de Duque, y analizado aquí por Carolina Sanín).
Sin necesidad de ser profeta ni mago, ya se sabe entonces cuál será la respuesta del Duque a la ley estatutaria de la JEP. No será sino una materia más validada para el honorable título del tercer doctorado que cursa ahora, bien presencial, por cierto, y con la bendición del omnipresente maestro. ¡Enhorabuena!