Cuando en el año de 1955, Rojas Pinilla preguntó por alguien que pudiera ayudar a formar los nuevos actores y actrices para la naciente televisión colombiana, el nombre que llegó a la mesa no fue otro que Seki Sano, y para ello no faltaban razones: era uno de los mejores directores del mundo, discípulo directo de los grandes maestros del teatro del siglo XX: Meyerhold y Stanislavski; había recorrido media Europa y además de ello llevaba mucho tiempo viviendo en México por lo que tenía un excelente manejo del español, de manera que era el hombre idóneo para asumir las riendas de la actuación en Colombia, tenía todo, salvo un pequeño bache en su hoja de vida: era comunista.
Seki Sano estuvo, según los registros, tan solo tres meses en Colombia, 90 días que le bastaron para cambiar la historia del teatro y de paso enrutar al joven e insatisfecho arquitecto Santiago García.
Santiago tomó para sí lo último en del teatro mundial (acumulado histórico que llaman) y junto con Pacho Martínez, Patricia Ariza y otros desadaptados plagaron de teatro crítico un país que buscaba televisión para dormir, escogieron de epicentro la zona que ahora es la niña bonita de Bogotá para cualquier turista: La Candelaria. Así nacieron: La Corporación Colombiana de Teatro y tantas otras agrupaciones de teatro en Bogotá y demás ciudades del país; nacieron como producto inexorable de saberes y procesos acumulados que brotaron en una tierra abonada con sangre de un conflicto que aún parece interminable, así en una primera semilla pulida por los conflictos que todavía marcan el tiempo del país, se erige la primera gran obra de teatro colombiano, me refiero a: Guadalupe Años Sin Cuenta.
Guadalupe Años Sin Cuenta, además de ser la obra de teatro colombiana más conocida en todo el mundo, la más traducida y la más veces reproducida por grupos de teatro, es una píldora para la memoria sobre la violencia, sobre la guerra, sobre el dolor y la traición; es, parece, la memoria de un pasado violento que se resiste a abandonarnos, y Santiago García, su creador, hoy, dicen los medios, como entremés a las noticias de la pandemia nefaria, ha muerto.
No lo puedo creer, no es posible, Santiago no puede morir ya que él es parte del acervo cultural y crítico de América Latina, dicen también que últimamente le fallaba un poco la memoria, otra mentira, la memoria le ha fallado siempre a nuestro país y él con su legado estará ahí a manera de relicario en cada tabla, como la mayor proeza de un grupo experimental, como la dignidad del artista que se mantiene erguido ante todas las calamidades, como la ética humana, como una carcajada enorme, como la denuncia ante la crueldad de la guerra, como la búsqueda incansable por la paz. Santiago García siempre estará aquí, para recordarlo todo.