Usar tapabocas se nos convirtió en obligación, tanto así que se aferró a la cotidianidad como hábito, pero no propiamente por los pronósticos que los ambientalistas o parte de la comunidad científica manifestaban desde hace unos años en relación a la contaminación del aire, sino por un virus al que muchos en confianza le suelen adjudicar el diminutivo de COVID-19.
Las primeras en manifestar su inconformidad fueron las orejas, enrojecidas como si un mal hablante a la distancia no frenara la lengua; después las mejillas marcadas por la bioseguridad o protocolo, lo que fuese, en fin, estaban talladas; y la última era la nariz, una desobediente que se salía al hablar e inclinar levemente las tiras de la molesta prenda.
Por estos días, además de vivir tapándonos la jeta, así diría mi mamá, no nos la pudimos callar, puesto que vivimos dándonos en la mula, así diría mi papito. Abrir las redes sociales y opinar es casi como estirarle el caucho a la oreja colorada, levanta los odios sin mesura y deja el respeto sin protocolo, bueno, por fuera de la discusión. Ahora se le llama polarización, pero es una discusión en la que no se ve mayor avance: los unos les echan la culpa a los otros, y los otros a los de dos años atrás, todo mientras las caretas se empañan y los tapabocas N95 siguen siendo la clave de wifi más segura por esta época.
Las tendencias no son el reflejo de la vida real, son solo parte de la manipulación de las masas, para así hacer caer a los incautos, por no decir que son los mismos que niegan la existencia del coronavirus. Se debería dar una unión entre todos y pensar en el cambio climático de hoy, pero no hablo del fenómeno de la niña o del niño de California (que generó un incendio a gran escala que aún no apagan); por el contrario, hablo de la riqueza del nuestro país, de su biodiversidad, el agua, la tierra y el aire, todo lo que nos brinda y lo poco que le damos.
Una tierra mágica entre nevados y desiertos, algo que ni de primera tendencia se ha visto. Es momento de actuar a conciencia y emprender las primeras acciones como manejar los residuos de forma eficiente, darle un uso al agua verdaderamente necesario y con mesura, pensar que algún día nos quitaremos los tapabocas para contagiarnos, pero esta vez de risa. No sea que, por culpa de no actuar a tiempo, el tapabocas se convierta en obligatorio, pero no por una pandemia sino por un aire envenenado por nosotros mismos.