Muchos hemos increpado en algún momento sobre la producción de Organismos Genéticamente Modificados (OGM) --llamados comúnmente “transgénicos”-- porque nos parece que detrás de ellos hay todo un complot de manipulación y control de los alimentos y precios, intereses comprensibles de particulares y empresas. Y es que las empresas que financian proyectos de desarrollo científico están en todo su derecho de cobrar por lo que saben o desarrollan. Es lógico.
Sin embargo, y apostando por las evidencias históricas en diversos ámbitos, hay que reconocer que algunas veces que el desarrollo tecnológico, por ejemplo, ha ido de la mano con políticas e intereses que sólo benefician a algunos pocos.
Estamos de acuerdo, sí, en que el Estado de cada nación según sus políticas, debiera facilitar el progreso alimentario (seguridad y soberanía) no sólo desde el sector privado, sino en la misma medida que el público, mediante la financiación de proyectos y capacitación a campesinos y productores industriales nacionales pequeños y medianos, para evitar que la oferta de alimentos de un territorio se quede en pocas manos, favoreciendo cómo no, la consigna de calidad y libre competencia a la que se deben someter por igual todos los competidores.
Pero en este punto me aparto de la postura de muchas personas que suelen recriminar de entrada a los transgénicos. Para ello, tomaré como ilustración desde la historia, el hecho de que los seres humanos mediante diversas prácticas de agricultura, hemos transformado ésta buscando siempre el mejoramiento de las especies animales o vegetales para, por ejemplo, desde cruces o uso de injertos y portainjertos como lo hacen muchos campesinos, proveerles a sus cultivos mayor resistencia a plagas y enfermedades, ambientes y climas hostiles o extremos como los evidenciados actualmente y cada vez más por el cambio climático, o hasta potenciar el volumen de producción. Todo ello no ha sido más que, de forma rudimentaria, el comienzo de la transgénesis.
De este modo, los seres humanos con “la práctica de la agricultura hace más de 8.000 años, han venido seleccionando los cultivos que producen, tomándolos primero del mundo silvestre y domesticándolos después a través de la agricultura. Los primeros agricultores no sólo elegían las plantas que prosperaban, sino también las que mostraban mayor resistencia a las variaciones del clima, a las plagas y a las enfermedades. Las poblaciones de plantas escogidas por estos agricultores hoy forman la base de los cultivos alimentarios del mundo”, ejemplifica la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en su informe ‘Fitogenética: la revolución verde y los milenios anteriores’.
En este sentido, los transgénicos son una apuesta, técnicamente, una posibilidad de la ciencia para con el objetivo de mejorar los cultivos, la producción de alimentos y cubrir en lo posible las necesidades básicas alimentarias.
Tal cual lo confirma Venkatraman Ramakrishnan, Premio Nobel de Química en 2009, quien manifiesta: “soy muy feliz comiendo maíz transgénico. Para alguien como yo, que ha crecido en India, estas resistencias (a los transgénicos) se ven como una cosa de gente que nunca ha conocido el hambre. Le dicen a los países pobres: seguid con hambre. Este tipo de objeciones son un lujo, porque los que las tienen saben que hay mucha comida en Europa y no les importa. Pero en muchas ocasiones los alimentos modificados genéticamente pueden marcar la diferencia: adaptados a la sequía o con más nutrientes en un cultivo, como el arroz dorado, en el que se introducen precursores de la vitamina A y puede ayudar a prevenir la ceguera infantil” (ver entrevista completa).
Y añade el científico, expresando básicamente que la causa de la resistencia a los transgénicos es la desinformación: “la ciudadanía no es consciente de que durante siglos hemos estado haciendo modificación genética, aunque de manera muy aleatoria: cruzando diferentes cepas o, desde hace muchos años, con mutagénesis (generación de mutaciones) en cultivos y la posterior selección de los rasgos más apreciados. En realidad, las tecnologías modernas son mucho más específicas y dirigidas. Te enfocas en un gen y sabes exactamente lo que estás haciendo. Así que de alguna manera podríamos pensar que así hay más control que de la forma tradicional. Creo que cuando la gente no entiende muy bien una tecnología, surge la preocupación”.
De esta forma, se podrían concluir dos aspectos: uno, cliché, de que básicamente el miedo siempre ha surgido frente a lo desconocido, en este caso, la contestataria respuesta de algunas personas y colectivos frente a los alimentos transgénicos.
Y dos, que la transgénesis es una técnica que busca satisfacer las necesidades y superar problemas alimentarios, y el hecho de que haya algunos casos de intereses económicos de particulares y empresas sobre todo multinacionales para mantener el control circulación y precios de ciertos alimentos en el mercado, no tiene que ver con la responsabilidad de la comunidad científica.