El suicidio colectivo de los farallones de Sutatausa

El suicidio colectivo de los farallones de Sutatausa

La leyenda de este municipio ubicado en Cundinamarca

El suicidio colectivo de los farallones de Sutatausa

Más o menos una hora. Eso es lo que se tarda desde Bogotá por una buena carretera que atraviesa La Sabana, vía Zipaquirá, en busca del Valle de Ubaté. Sutatausa posee uno de los conjuntos doctrineros mejor conservados de Colombia desde la época de la conquista, en honor a San Juan Bautista, declarado Monumento Nacional y Patrimonio Cultural.

Es muy posible que muchos no sepan qué es un conjunto doctrinero. La llegada de los españoles a América siempre estuvo presidida por la coartada de la cruz y la labor evangelizadora de las misiones. Para intentar convertir a los indígenas al catolicismo se erigieron templos enclavados en espacios y plazas abiertas que recibieron el nombre de conjuntos doctrineros.

La visita merece la pena por dos razones, la primera por el valor artístico del templo San Juan Bautista, patrón de la localidad, y de las cuatro ‘capillas posas’ que rodean la plaza. Construido en el siglo XVII, sus paredes guardaban en forma de tesoros unos murales de cuatro siglos de antigüedad pintados con la técnica del temple (a base de clara de huevo y colores vegetales aglutinados, entre ellos insectos llamados cochinillas que dan los tonos rojizos), que fueron rescatados y restaurados casi en su totalidad en una obra que concluyó en 1998 y que fue dirigida por la Universidad de La Salle, con una inversión aproximada de 3.500 millones de pesos por parte del Ministerio de Cultura.

El templo en sí es una joya, conserva la puerta original de entrada donde el indígena sufría ese primer gran shock cultural que a muchos de ellos los llevó a la tortura y el suicidio, como más adelante veremos. La leyenda, mitad blanca mitad negra, de la evangelización muisca, que se puede recrear en el recorrido de la iglesia y las pertinentes explicaciones del guía Guillermo Bernal o uno de sus ayudantes, es la segunda razón por la que merece la pena darse una escapada a este hermoso paraje y dedicarle un tiempo de ocio.

Guillermo es una enciclopedia abierta de la historia de la región. Es informador turístico del municipio de Sutatausa. Colaboran con él algunos jóvenes que atienden a los turistas y al mismo tiempo se hacen cargo de la emisora parroquial enclavada en el conjunto, como son los casos de John y Alejandro. En el recorrido hallamos una talla en madera de un Cristo en la cruz de finales del sigo XVII. La pieza pudo haberse hecho en España y de ahí viajar al conjunto de la Nueva Granada, así al menos lo creen los expertos. El crucificado convive con otra imaginería de la época, entre la que destaca el San Juan Bautista, y otra más reciente.

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El proceso evangelizador

Los conjuntos doctrineros fueron elementos arquitectónicos que se posicionaron en América a partir de 1492. Al altiplano de lo que hoy es Colombia no llegaron hasta el año 1537. Su fin era enseñar la religión en las comunidades indígenas, si bien los medios pueden parecer más que discutidos tal como se comprueba en esa visita. En Colombia, la documentación nos habla de alrededor de 22 centros de esta naturaleza construidos a lo largo de su geografía. El de Sutatausa está considerado el más completo ya que conserva todo su espacio y construcción original, y tiene tres de las cuatro capillas posas originales. Manejado originalmente por la orden franciscana, el gran valor añadido son los mencionados murales originales hechos ex profeso para contar la Pasión y vida de Jesucristo, que cumplía una función docente para los que los indios pudieran adentrarse en la religión. Dada la insalvable barrera del idioma, los misioneros se apoyaban en las imágenes para que los nativos pudieran captar el mensaje.

En los murales del templo San Juan Bautista se puede observar el único retrato hallado de una cacique indígena adoctrinada en la religión católica. Una imagen de gran valor patrimonial e histórico.

El proceso comenzaba agrupando a todos los indios de la región en la plaza del conjunto. La designación del sitio no era casual, resultaba mucho más sencillo agrupar ahí a las personas que no ir a caminar todas las veredas en busca de los conversos. La mayoría de los muiscas eran obligados a llegar allá. Las cuatro capillas posas de las esquinas, esas casitas a modo de templo chiquito que deben su calificativo de ‘posa’ precisamente porque ahí se posaba la imagen religiosa. Cumplía la función de mostrar el sentido de las procesiones católicas a los indios, quienes las recorrían en el sentido contrario a las manecillas del reloj. En la actualidad se utilizan para la celebración de la festividad del Corpus Christi.

El espacio abierto de las capillas posas favorecía que el indígena fuera perdiendo el miedo antes de entrarlo al espacio cerrado del templo. Conforme entramos a la iglesia vemos un enorme portón, se llama cancel, a su izquierda está el baptisterio, con suelo y paredes originales de la época. Los indios no podían entrar al templo antes de ser bautizados. El cancel delimitaba la antesala e impedía al catequizado ver el altísimo antes del bautismo, una vez recibido el sacramento y con él apellidos españoles que sustituían a los impronunciables de etimología muisca, accedían a la nave principal.

Una vez dentro, los murales eran la gran pizarra en la que se explicaba el mensaje cristiano y se ejemplarizaba con los santos europeos y su martirio dando la vida por la religión. Encontramos por ello la imagen de Santa Úrsula, que evoca su tortura y asesinato junto s las 15 vírgenes que junto a ella habían hecho voto de castidad; y la de Santa Catalina de Alejandría, asesinada tras un calvario en una rueda con cuchillas.

El espacio de los indígenas acababa en el arco toral que divide la nave del altar, ligeramente más alto, al que se accede en un escalón, donde se ubica un retablo de gran valor artístico de origen quiteño. Los muiscas tenían terminantemente prohibido subir allá. El que lo hacía era severamente castigado, incluso con la amputación de la nariz o las orejas.

 

Tortura y suicidio

La evangelización tuvo puntos oscuros que emergen en el recorrido por el conjunto San Juan Bautista. En el brazo derecho del templo en forma de cruz conforme se entra, una diminuta puerta casi escondida, a la que una persona accede con dificultad agachándose y contorneando el cuerpo, nada recomendado para claustrofóbicos, conduce a una siniestra cámara oscura de poco más de dos metros cuadrados, apenas iluminada por un ventanal de escaso medio metro, donde un extraño artilugio de madera con una rueda en el centro nos conduce a un episodio negro de las misiones.

Las crónicas de Indias hablan del sometimiento a la fuerza de los pueblos indígenas para hacerles entrar en la fe. Guillermo, quien cubre con su cuerpo la diminuta ventana a fin de recrear lo más fielmente el tétrico ambiente de esa ‘capilla’, nos ilustra sobre las hipótesis de los malos tratos que pudieran haber recibido los muiscas dentro de ese siniestro cuarto de la tortura, “a los indígenas se les amarraba los pies abajo, las manos arriba, y se les hacía pasar por encima del madero, y cada vez que daba vuelta los iban tensando hasta que les partían la columna vertebral. Cuando éramos pequeños, a los niños de Sutatausa nos prohibían entrar porque nos decían que aquí vivía el diablo”.

El cuarto de tortura debió ser uno de los responsables del dantesco episodio que recogen las crónicas: “existe documentación histórica al respecto, como un juicio a un señor llamado Juan de Arévalo donde le exigen explicaciones de por qué mató a más de 3.500 indígenas en esta región de Suta, que es como se la denominaba en la época. Gracias a ello sabemos que muchos indios, abrumados por la conversión y los crueles métodos empleados, se refugiaron en el peñón cercano de los farallones de Sutatausa, y en aquel año de 1541, sublevados los pueblos muiscas, prefirieron lanzarse al precipicio y suicidarse antes de caer en manos de los misioneros. Ubaté de hecho en lengua muisca significa sangre derramada y hay quienes lo relacionan con este episodio. También la posterior denominación de las peñas de Guala puede tener que ver con esto, ya que la guala es un animal carroñero, y seguramente se deba a que se cebaran con los cadáveres que quedaron en la zona tras ese suicidio colectivo”.

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