El Espectador no hizo sino confirmar, antier, lo que circulaba desde hace unos días en las redes sociales: la senadora Paloma Valencia excluye toda posibilidad de acuerdo, o de “gran acuerdo”, entre el partido Centro Democrático y las otras fuerzas políticas de oposición que dieron el combate y ganaron el plebiscito que rechazó los acuerdos Farc–Santos en el plebiscito del 2 de octubre de 2016.
La estrategia de Paloma Valencia es simplista y muy peligrosa: hacer creer que ese gran frente electoral ya existe y que tiene ya un candidato que será acatado por todos: Iván Duque. Con esa línea ella fragiliza al CD, quien parece renunciar a la palabra dada hace unas semanas a varias fuerzas de la oposición y al electorado que ganó el plebiscito. Sobre todo, lo de Paloma Valencia cierra la posibilidad de que un gran frente de ruptura con el statu quo santista llegue a la elección presidencial de mayo en condiciones de ganar la primera vuelta.
“Nosotros tenemos que ganar”, insiste la senadora. Con esa línea unilateral ese “tenemos que ganar” es más una expresión de voluntarismo inconsciente que una visión apropiada del momento político y del espíritu dialogante que debería reinar entre las fuerzas anti Farc- y anti Santos. En lugar de sumar, ese “nosotros” excluye. Ese “nosotros” habla de una sola entidad: el Centro Democrático. Conclusión: ninguna otra candidatura presidencial debe ser tolerada.
En uno de los mensajes que ella estaba enviando discretamente a las bases del Centro Democrático, Paloma Valencia insiste: “Los otros candidatos no son uribistas. Hay que rodear y apoyar a Iván Duque. El expresidente Uribe confía en él y todo debemos confiar con tranquilidad. Hay que darle ese mensaje a la gente y defender el uribismo. El único uribista en esas candidaturas es él (Duque)”.
Confiar. Confiar ciegamente. ¿Ese es su programa? El uribismo no es infalible. No tiene la ciencia infusa. No es un sistema blindado contra el error. Es una corriente política de Colombia, admirable y defensora de la democracia representativa. Su líder fue un gran presidente. Por eso millones de colombianos lo respetamos. Pero no vamos a hacer del movimiento un fetiche. Hace unos años el “único uribista” era JM Santos. El peor uribista es aquel que es incapaz de discutir los errores del uribismo, el que se calla y se rinde ante ese tabú.
En 2010, confiamos en las palabras del ministro Juan Manuel Santos, quien había prometido ser el continuador de la política del presidente Uribe. Aunque Uribe no podía decir explícitamente que Santos era su candidato, pues una ley absurda se lo impedía, su corriente política sí lo dijo. Santos sedujo, además, a los conservadores y la candidatura de Noemí Sanín se quedó sin piso. Algunos líderes del Partido Conservador advirtieron en ese momento que Santos no era confiable. Fernando Araujo Perdomo, presidente de esa formación, declaró el 25 de marzo: “Me parece un acto de egoísmo de Santos, que quiere desconocer nuestro derecho de llegar a la presidencia de la República. Hemos sido leales con el presidente Uribe, lo acompañamos en sus dos elecciones y hemos sido bastión de su política de seguridad democrática”. Araujo agregó que Santos pretendía “usurpar al presidente Uribe y hacer creer que es el ungido, el del guiño”. Araujo dijo que estaba “seguro de la neutralidad del Presidente y que él nada tiene que ver en estos actos egoístas”. Ya sabemos lo que ocurrió después.
Siete años más tarde, se repite la comedia. Paloma Valencia pide “confiar con tranquilidad” y vetar a quien no sea uribista. En otro mensaje ella reitera: “Hay que explicarles que [Alejandro] Ordóñez no es uribista. Es todo lo contrario. Fue el único que sancionó los uribistas, nunca sancionó a ningún santista. Recordemos que Andrés Felipe Arias, Diego Palacios, Sabas Pretelt fueron sancionado por Ordóñez y no creo que valga la pena irse con una persona que, puede compartir algunas posiciones con nosotros, pero cuando se ha tratado de defender a nuestra gente, nos ha fallado”.
¿A la exministra Marta Lucia Ramírez qué le espera en ese esquema? Quedar de segundona, pues ella es conservadora. Días antes, Iván Duque había lanzado, con gran vulgaridad, esa consigna: “Necesito una mujer de vicepresidente”. ¿Ese es el Centro Democrático de ahora? ¿Sectario, machista, miope e irresponsable?
Es absurdo decir que Alejandro Ordóñez es “lo contrario” del uribismo. ¿No fue desde la Procuraduría un luchador incansable contra el desmantelamiento constitucional que impulsó Santos? ¿No ha sido él uno de los mayores adversarios del pacto de La Habana entre Santos y las Farc? ¿No lo sacó Santos de la Procuraduría por ello? Si Ordóñez es “lo contrario” del uribismo, ¿qué es el uribismo?
El candidato Iván Duque no fue elegido. Fue escogido en condiciones obscuras mediante un sondeo de opinión, técnica insólita y sin precedente en Colombia, que impidió que las bases del CD fueran consultadas. En cambio, con ese sondeo alguien abrió una ventana a los enemigos del CD para que inclinaran la balanza en favor de Duque. Yo vuelvo a formular la pregunta: ¿Iván Duque es el candidato de quién?
En varias ocasiones el establecimiento y los medios santistas mostraron su preferencia por Iván Duque. Pese a todo ello, Paloma Valencia exige “confiar con tranquilidad” en Duque y vetar al conservador Alejandro Ordóñez. ¿No es mucho pedirle al pueblo uribista y a los patriotas que buscan ponerle fin al atroz régimen santista?
¿La historia se repetirá? Ojalá que esta vez los electores seamos más perspicaces y no ayudemos a otro santista a atornillarse en la Casa de Nariño.
Iván Duque hace frases en estos días. Y sus amigos gritan más fuerte. Llaman “caverna” a sus exaliados durante el combate por el plebiscito. Es el lenguaje de Petro. ¿No habíamos visto eso antes? En marzo de 2010, el ministro-candidato Santos, decía en una carta al Partido Conservador que él sería el presidente de la “defensa de la seguridad democrática, de la confianza en la inversión y de la cohesión social”. Gesticulaba que los dos puntos principales que él iba a mantener eran: “Primero: contra el terrorismo con el que no se puede dialogar y lo único que procede es la firmeza del Estado”. “Segundo: Nunca abriremos la puerta para repetir la obscura pesadilla del Caguán”. (Radio Caracol, 26 de marzo de 2010). Era la mentira aliada al cinismo. ¿Debemos confiar “con tranquilidad”?
La senadora Valencia acusa a Ordóñez de no haber “defendido” a “nuestra gente” cuando él era Procurador. Frase lamentable. Ordóñez replicó: “Las decisiones no deben tomarse según si es ‘santista’ o ‘uribista’ el investigado”. “Desde la Procuraduría ataqué la corrupción de unos y de otros. Eso no me convierte en ‘santista’, de hecho, me hizo su gran opositor.” Y agregó: “Por cierto: funcionarios del actual gobierno y de la izquierda también fueron sancionados”.
Una estrategia cuyo único objetivo es satisfacer las necesidades burocráticas del uribismo, impregnada de anatemas y de trampas contra los otros, contra las fuerzas que están dispuestas a batallar con lealtad contra el Farc-santismo y ganar la presidencia, es una estrategia suicida.
La urgencia central de Colombia no es instalar de nuevo al uribismo en el poder es impedir la destrucción del sistema democrático. Si para alcanzar ese gran objetivo el uribismo tiene que dotarse de un programa claro y apoyar a un candidato conservador debe hacerlo sin dudar un minuto. Eso no es lo que preconiza Paloma Valencia. Extraña paradoja: la hija de una prominente familia conservadora quiere desconocer el derecho de un candidato conservador a llegar a la presidencia de la República.
Un agudo observador político, Juan David Lacouture, abordó esa problemática sin rodeos: “Mantener unido al electorado del No, es la estrategia correcta con los tres candidatos: Iván Duque, Marta Lucía Ramírez y Alejandro Ordóñez Maldonado. [Uribe] debe ser garante para escoger en condiciones justas al candidato único. [Uribe] Pateó la mesa al sesgarse previo a la consulta”. Y, anticipándose a las críticas, Lacouture concluyó: “La encrucijada que vive la patria exige alzar nuestra voz”.
El discurso del presidente Uribe en Rionegro, al momento de dar a conocer el resultado final del sondeo que daba el nombre del presidenciable del CD, dio una orientación errada. Allí no hay frase alguna que garantice la posibilidad, así sea lejana, de que Duque renuncie a su candidatura de partido ante la posibilidad de una candidatura de coalición, diferente a la suya, como sería la de la exministra Ramírez o la del exprocurador Ordóñez, personas con más experiencia, quilates políticos, bagaje jurídico y electoral que él.
Los políticos que Paloma Valencia veta no hieren a la ciudadanía como hace Duque con sus chistes sobre los acuerdos de paz, con sus tesis confusas sobre la economía y la agricultura, y sobre las reformas societales. No inquietan por su admiración por mandatarios socialistas como Trudeau y por millonarios de izquierda como Soros, y por su admiración por el expresidente Obama, uno de los altos padrinos de los nefastos pactos de La Habana entre Santos y las Farc.
En el discurso de Rionegro, el expresidente Uribe da por sentado que Iván Duque será el próximo mandatario. Dice: “El doctor Iván Duque, de acuerdo con su generación, hará un gobierno moderno”. “Gobierno moderno” no quiere decir nada, pero todo está dicho. Desde luego, el senador Uribe tiene derecho a apoyar a quien quiera. Sin embargo, en su calidad de garante de una negociación político-electoral de importancia crucial para Colombia, él habría podido conservar una cierta distancia frente al proyecto de Iván Duque, a sabiendas de que él es únicamente el candidato del CD y que falta llevar a buen puerto todo un proceso complejo de negociación con otras fuerzas políticas tan legitimas como el CD para designar el candidato de las mayorías que vencieron a Santos en el plebiscito del 2 de octubre de 2016.