El 15 de noviembre del 2001 el niño Andrés Felipe Pérez de 12 años iba a entrar al quirófano. Le iban a extirpar medio riñón. Era una operación más a la que se sometería en su corta vida. Nació con cáncer y, para alargar lo más que se pudiera su vida, le sacaron a los seis meses el riñón izquierdo y a los nueve años el pulmón izquierdo. Pero todo fue en vano. El cáncer hizo metástasis y le invadió el cuerpo comprometiéndole el otro riñón y el pulmón derecho además de su pelvis. Lo único que quería, antes de entrar de nuevo al quirófano, era ver a su papá, quien en ese momento llevaba casi dos años secuestrado por las Farc.
El cabo José Norberto Pérez Ruiz pasó con su última navidad con su hijo en 1999. A los 8 años Andrés Felipe presenció la separación de sus papás. Vivían en Cali y él se fue con su mamá a vivir en la vereda Guadalejo, a diez minutos de Buga en el Valle del Cauca. En la navidad del 99 el Cabo visitó a su exesposa y su hijo. Le regaló un carrito de bomberos y una pandereta con un dibujo de Papá Noel. Nunca más se volvieron a ver.
Tres meses después fue trasladado a Santa Cecilia, corregimiento de Pueblo Rico, municipio de Risaralda. El cabo Pérez Ruiz alcanzó a mandarle una carta a su hijo diciéndole que estaba preocupado porque la guerrilla se hacía fuerte en la zona. Sólo cinco días después de llegar al lugar, el 19 de marzo del 2000, el frente Aurelio Rodríguez de las FARC realizó un fortísimo ataque a la estación de policía. En el ataque murieron siete uniformados y catorce de ellos fueron secuestrados. Ahí se encontraba el papá de Andrés Felipe.
Desde ese momento Andrés Felipe suplicaba por los medios de comunicación que las FARC liberaran a su papá. Quería verlo antes de morir. Él y su mamá, Francia Edit Ocampo, vivían de una pensión que les daba la policía, $ 100 mil que era un poco menos del salario mínimo en esa época. Desde ese momento tuvieron que vivir de lo que la gente en todo el país les donaba a su cuenta de Conavi. La única vez que recibió una carta de su papá, fue en una cajetilla de cigarrillos Belmont en donde le contaba la crueldad de su secuestro. Le dolían las rodillas, estaba encadenado. Era un infierno.
Andrés Felipe se convirtió en el símbolo del sufrimiento de los familiares de secuestrados -que alcanzaron a ser 2.000 en Colombia- y su rostro fue reconocido internacionalmente. La cirugía de noviembre del 2001 iba a ser definitiva. Sin embargo, un mes después, poco antes de navidad, el niño, quien ya estaba calvo por la quimioterapia y conectado a un respirador moría en la cama de su casa en Buga, esperando en vano volver a ver a su papá.
Para acabar de completar la crueldad de la FARC, cuatro meses después, el 7 de abril del 2002, el cabo José Norberto Pérez fue ejecutado en la vereda Santa Ana, muncipio de Granada, en el oriente antioqueño. Le pegaron un tiro en la cabeza y otra en la espalda. En ese momento las negociaciones de paz con el gobierno Pastrana estaban rotas y la gente empezó a perder por completo la fe en la voluntad de paz que podía tener ese grupo guerrillero, inflexible hasta con los ruegos de Andrés Felipe
Dieciocho años después las FARC, convertida en un partido político, a través de sus ex comandantes reconoció públicamente el error y pidió perdón por tanta crueldad. Un acto de crueldad tan grande que los propios firmantes de la comunicación pública de perdón a los secuestrados, los comandantes firmantes mencionar el caso del niño Andres Felipe Pérez que pesa sobre su conciencia..