En el año 2008 National Geographic sacó las cinco profesiones más peligrosas del mundo. La tercera era ser escolta de German Vargas Lleras. En ese momento el senador, que había salido elegido con 213 mil votos por su entonces recién fundado partido Cambio Radical, había sufrido dos atentados terribles.
El primero ocurrió el 13 de diciembre del 2002 cuando sin advertir peligro, uno de sus guardaespaldas le dejó una agenda de pasta negra en su oficina del Congreso. Vargas Lleras la abrió y al momento de hacerlo le explotó en la mano. Se trataba de un artefacto diseñado por las FARC, uno de los grupos armados que más duro le daba en sus encendidos discursos y que combatirlas era tema de la campaña presidencial que, con este propósito, terminó ganando la presidencia Alvaro Uribe. . Como pudieron su seguridad agarró los dedos despedazados y cauterizaron la herida que no paraba de sangrar. Lo llevaron a una clínica y allí le salvaron la vida. Había perdido su dedo meñique.
Tres años después, en 2005, en plena seguridad democrática de Uribe, mientras pasaba con su comitiva de carros blindados por el centro de Bogotá, un Corsa negro estalló con 50 kilos de dinamita. A Vargas no le pasó nada. Eso si, tres de sus escoltas lucieron lesiones serias y otro perdió un ojo. El estado robusteció su esquema de seguridad y Vargas llegó a tener 45 escoltas para protegerle la vida. Seguía entonces en sus propósito de fortalecer Cambio Radical para convertirlo en un peso importante en el congreso y una opción de poder presidencial. Su nombre estaba siempre entre los opcionados para reemplazar al empoderado exgobernador de Antioquia, quien buscaba su reelección para el 2006, proceso al que Vargas Lleras se opuso.
Pero tener la muerte de cerca nunca atemorizó tanto a Germán Vargas como la amenaza del coroanvirus. Su hermano terminó contagiado y aunque combatió con éxito el virus, el líder de Cambio Radical se paniquió, probabemente por tener una dolencia de base que ya le había implicado una neurocirugía que superó en 2016
Las medidas fueron tan extremas que pasó los largos meses de cuarentena aislado en una finca en las afueras de Bogotá, donde para llegar donde él todo visitante debería someterse a una prueba de PCR, incluso su esposa Luz Maria Zapata, la presidente de Asocapitales, quien debía pasar la prueba cuando llegaba de cualquier viaje. . Despidió a su chofer y las pocas salidas que hizo a Bogotá durante la pandemia condujo él mismo su auto. El virus le diaparó un ´panico que habia permanecido dormido durante difíciles circunstancias del pasado y no duó entomar avión a Miami cuando se abrió la oportunidad de vacuanarse en Estados Unidos miembros Colombia iniciaba el esquema de vacunación masiva en cabeza del Ministro de salud Fernando Ruiz quien habia llegado al gabinete como cuota suya –pero con quien terminó distanciado-, después del último ajuste político con el gobierno Duque en 2018, cuando logró coronar con dos ministerios.
Vargas Lleras de niño. Siempre con su personalidad complicada.
Nieto del expresidente Carlos Lleras Restrepo, German Vargas quedó huérfano de madre a los 14 años cuando su mamá, Clemencia Lleras de la Fuente, en pleno viaje familiar, sucumbió a un infarto. Sus abuelos, el presidente de la República y su esposa Cecilia de la Fuente se ocuparon de rodear a los tres niños, unidos en su orfandad, hasta el punto que le permitía subirse a una mesa en pleno Palacio de San Carlos
Bajo los mimos Vargas Lleras creció con patente de corso para hacer lo que se le diera la gana en el colegio Liceo Francés donde estudió el bachillerato. A finales de los 70, influenciado por la música disco, puso una miniteca itinerante con la que amenizaba bailes en colegios de la capital. Cobraba por hacer los bailes cinco mil pesos. Al final los franceses no lograron domarlo y terminó en el colegio Gimnasio José Joaquin Casas. Allí se graduó. Sus primeros dotes como político surgirían en los largos sobremesas familiares en donde tomaba la palabra y no la soltaba. A los 22 años, mientras estudiaba Derecho en la Universidad del Rosario, su abuelo le permitió entrar al semanario que tenía, Nueva Frontera, donde también trabaja Luis Carlos Galán Sarmiento, quien se convertiría en su gran mentor político, no asi su abuelo, famoso por cascarrabias. .
Al casarse en 1985 con Maria Beatriz Umaña y luego tener su única hija, Clemencia, Vargas Lleras dejó un poco la rumba que lo caracterizaba y se embarcó en proyectos políticos que no tenían nada de cómodos como ser concejal de Boyacá, un frío pueblo ubicado a 80 kilómetros de Bogotá. Soportó esto inspirado por la figura de Galán, a quien acompaño desde las juventudes Galanistas y quien por su cercanía estaba junto a él en la Plaza de Soacha, cuando acabaron con su primer sueño. Vio caer a su líder en el momento en el que Henry Pérez, paramilitar del Magdalena Medio pagado por Rodríguez Gacha, contrató el asesinado crimen de Luis Carlos Galán en una fría noche de agosto de 1989. Su vida cambiaría para siempre.
La muerte lo rondó de nuevo en el 2000. Buceaba con su vio su hija Clemencia en la isla de San Martín una ola lo estrelló contra una roca. Su cabeza se estrelló contra ésta y le destruyó la mandíbula que fue reconstruida con platino y una ceja más alta que la otra, un gesto que le da esa altivez que a tantos irritan.
Vargas no es un tipo fácil de llevar. Antes de tener el desmayo que evidenció un tumor en la cabeza cuando era vicepresidente de Juan Manuel Santos en el 2016, Germán Vargas Lleras fumaba sesenta cigarrillos al día. No respetaba ni siquiera a la gente que lo acompañaba en ascensores ya que hasta ahí también encendía su Marlboro. Su segunda esposa, la polítologa Luz Maria Zapata, le pidió dormir en cuartos separados para sacarle el quite a la compulsión que tenía con el tabaco, hasta el frenazo. El accidente neurológico interrumpió su impulsividad de vicepresidente de Juan Manuel Santos, con quien llegó como fórmula para su reelección en el 2014 y lo sometió a la disciplina férrea de fisioterapia diaria hasta recuperar sus movilidad. Fue en este cuatrenio cuando más cerca estuvo del poder presidencial aunque la firma del acuerdo de paz con la guerrilla de las Farc lo distanció de Santos. Las circunstancias, tanto la de salud como la política lo llevaron a retraerse y a reservarse para una nueva oportunidad en el 2018, pero fue entonces cuando su carácter, o mejor, su mal carácter le tendió la trampa.
En un salida de casillas, en un golpe de irasibilidad, que nada extraño y más bien reiterativo desde el accidente, Vargas Lleras no logró contenerse y le propinó un coscorrón a uno de sus escoltas. Era agosto del 2016 cuando el episodio quedó grabado y circuló viralmente, sin que se anticipara que esto acto de furia y abuso de autoridad podría convertirse en el golpe de gracia a su carrera política. Lo cierto es que la opinión nunca se lo perdonó.
Vargas Lleras nunca volvió a ser un favorito en las encuestas. Y no logró colocarse bien en la carrera presidencial del 2018 en la que terminó imponiéndose Iván Duque y él convertido en un jefe de bancada con voracidad burocrática y capaz de convertirse en el fiel de la balanza para garantizarle al presidente las mayorías para gobernar.
Llegó el coronavirus y con éste la certeza de la mortalidad. Vargas Lleras puso la política activa en pausa y de manera inesperada terminó congelada. Ni siquiera con el aliento necesario para apostarle a algún candidato. La columna dominical quedó convertida en su respirador y su vaso comunicante con el país.