En los 365 días del año, al aeropuerto internacional de Buenos Aires, Argentina, llegan miles de foráneos, muchos con la idea de conocer y hacer turismo, otros pocos a hacer negocios y, en menos cantidad (aunque cada día parecemos mas, casi una plaga) los miles de colombianos que vienen en busca de su sueño educativo.
El número de colombianos radicados legalmente en Argentina aumentó considerablemente en los últimos tres años. Al principio era motivo de alegría encontrarse un compatriota en el colectivo, en un bar, en la facultad, pero con el tiempo ver tantos colombianos rodeando tu entorno en el extranjero empieza a molestar un poco, al punto que las facultades de diseño o comunicación de una universidad famosa por pautar en los Simpson, parece mas una sede de la EAFIT o de la Universidad de los Andes en el extranjero que una universidad argentina, pobre de aquel colombiano que venga a tomar clases en esta universidad convencido que tendrá clases con estudiantes argentinos.
Debido al desmesurado ingreso de colombianos en los últimos años, las autoridades migratorias argentinas están restringiendo la entrada a muchos de nuestros compatriotas infringiendo así el tratado de Mercosur que autoriza a cualquier ciudadano del Mercosur o la comunidad andina a entrar libremente a cualquiera de los países que la conforman.
Pero mi punto no es hablar de esos que no dejan pasar en migraciones, sino de los miles que están y se dejaron consumir por esta ciudad, una ciudad donde su vida nocturna hace pensar que siempre es viernes, una ciudad que si no estás preparado te consume, una ciudad donde siempre, sin importar el día, encuentras un plan mejor al de ayer. Una ciudad que te atrapa en su cultura, en su fiesta, en sus calles, donde en cada esquina podes hacer amigos de cualquier parte del mundo, donde te toca compartir apartamento con una francés, español, peruano, norteamericano, eso es Buenos Aires, la famosa ciudad de la furia, donde se respira un aire de tranquilidad y libertinaje, un libertinaje que no es bueno para muchos ni bien manejado por otros.
Muchos llegan a Buenos Aires con sus maletas cargadas de sueños, esperanzas y en busca de un estudio de calidad, pero son pocos, muy pocos en realidad, los que logran hacer ese sueño realidad, son minoría los que logran salir adelante, son pocos los que pueden demostrar a sus familias y así mismos que sí pueden, que sí fueron capaces de hacer lo que en realidad vinieron hacer. Son pocos los que no se dejaron ganar por esas cosas que en Colombia disimulan antes sus padres, pero acá, ante la carencia de una autoridad familiar, hacen desbordadamente sin importar sus consecuencias a futuro.
Tener la oportunidad de estudiar en el extranjero es única, pero los colombianos somos tan cerrados mentalmente que cuando nos enfrentamos a una realidad cultural distinta a la de Colombia, nos falta mucha madurez para enfrentarse a aprovechar y disfrutar ese sueño, que muchos quieren pero no pueden y en donde los que pueden no la aprovechan como se debería.