El sueño de María Carvajal en medio de la guerra por el Catatumbo

El sueño de María Carvajal en medio de la guerra por el Catatumbo

Los cuatro atentados y dos desplazamientos forzados no le han quitado su ímpetu para insistir en armar un territorio de paz en medio de la disputa EPL - ELN

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marzo 01, 2020
El sueño de María Carvajal en medio de la guerra por el Catatumbo
Maria Carvajal lideresa. Foto: Marta Saiz/ Publico.es

Cuando María Carvajal recibió la noticia de que debían abandonar el refugio humanitario, se desplomó sobre la única silla de plástico donde aún se podía leer Caño Tomás. La nota sobre los enfrentamientos entre el Ejército de Liberación Nacional (ELN, guerrilla activa desde 1964 en varios departamentos del país) y el Ejército Popular de Liberación (EPL, guerrilla desmovilizada en 1991 con un reducto en el departamento de Norte de Santander), obligaba a la comunidad de Saphadana a abandonar de nuevo las esperanzas de exigir una reubicación con garantías.

Saphadana, municipio fronterizo con Venezuela, surgió como consecuencia de la arremetida paramilitar de 1999, donde las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) persiguieron y asesinaron a personas que vivían en las zonas rurales, estigmatizándolas y acusándolas de guerrilleras. Quienes sobrevivieron, les tocó huir, abandonar sus casas y adentrarse en la selva para colonizar nuevas tierras. El problema, que algunos de estos territorios ya formaban parte de resguardos indígenas, aunque en el caso de Saphadana, el Gobierno le otorgó personalidad jurídica, ralentizando así una bomba de relojería que no duraría eternamente, pues puso el marcador a cero en enero de 2018.

El conflicto territorial ocasionado por el desacuerdo entre la comunidad campesina y la indígena Barí, además de la nula intervención del Estado, ocasionó la ruptura de las relaciones y convirtió el municipio en un pueblo fantasma, donde sus habitantes se vieron obligadas a instaurar un refugio humanitario en la cercana villa de Caño Tomás, con la esperanza de que esta vez el Gobierno diera una solución a un problema estancado en el tiempo. La falta de respuestas y la amenaza de los enfrentamientos entre las guerrillas, que se disputaban el poder y el territorio abandonado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), ocasionó un nuevo desplazamiento.

Así que, mientras los niños y las niñas correteaban detrás de los perros que vagabundeaban en busca de algún hueso pelado, las hamacas eran descolgadas, los colchones enrollados y los sacos de yuca cargados en los carros. María Carvajal seguía sentada, pensado qué debía hacer, pues era la persona que guiaba a la comunidad y por la que llevaba luchando veinte años de su vida, desde que comenzó su labor como lideresa campesina.

El liderazgo de una mujer campesina

Carvajal cree que lideresa se nace, pero que también se hace. Natural de Sardinata, municipio de Norte de Santander, estudiaba para el colegio de tres a cuatro de la mañana, pues, como mandaba la tradición de una buena mujer campesina, debía preparar el almuerzo a los obreros de su padre. A los quince años se casó, ya que "no podía salir sola sin compañía de un hombre". En 1987, con dieciséis años, se fue a trabajar a una empresa petrolera, lejos de su familia. Unos meses más tarde, un hombre vio en ella dotes como lideresa y le propuso trabajar como secretaria en la sede del Partido Comunista, donde se formó y pudo regresar a su hogar natal con el objetivo de integrar la Mesa de Negociación por los derechos del campesinado departamental. "Corría el año 1999, cuando el 29 de mayo comenzó la masacre paramilitar. El Gobierno nos prometió que no se iba a perseguir a los defensores y defensoras de derechos humanos, que la Fuerza Pública nos protegería. Diez días más tarde, todos mis compañeros habían sido asesinados y la siguiente era yo".

Carvajal abandonó de nuevo su casa, esta vez obligada. Huyó con su hijo de apenas tres años hacia la frontera venezolana, donde la esperaba un amigo que la ayudó a tramitar el pasaporte a su nueva vida. Carvajal anduvo por la selva, cruzó Venezuela y disuadió a sus victimarios, quienes todavía la buscaban. Volvió a Colombia y se instaló al margen del río de Oro, en Saphadana, un lugar que pronto se convirtió en el centro comercial de la zona, lleno de restaurantes y puestos de comida que hacían las delicias de las vecinas de alrededor, colombianas y venezolanas. "Era bonito los fines de semana, todo el mundo se acercaba a celebrar esta nueva oportunidad que nos había dado la vida".

Durante todos esos años, los dotes como lideresa de Carvajal nunca desaparecieron. Fue nombrada representante de Saphadana y entró a formar parte de la Asociación Campesina del Catatumbo en 2005. "En aquel entonces éramos pocas las mujeres en la asociación y actualmente el panorama no ha cambiado mucho".

-"¿Por qué?"
-"Porque la mayoría tiene un marido que las somete. Para llegar a ser lideresa no he podido mantener un hogar. Lo intenté en dos ocasiones, pero los he perdido por priorizar mi trabajo en la defensa de los derechos humanos. Así que, como no fui una buena mujer, decidí estar sola con mis hijos, para no tener problemas.

Defender el territorio es lo único que nos garantiza una estabilidad a nuestra descendencia. Debemos valorarnos como mujeres y entender que también somos capaces de hacer el mismo trabajo que los hombres. Somos capaces de encabezar el proceso, somos buenas administradoras, buenas madres, buenas conciliadoras. Tenemos muchas cualidades, pero no el derecho a participar por el miedo a lanzarnos a la escena, porque la mujer es sumisa al hombre. Eso es lo que hace el machismo". Además de tener que enfrentarse sola en un mundo de hombres, ser defensora no ha sido fácil para ella. Las amenazas han sido constantes y en varias ocasiones ha estado a punto de perder la vida: una fotografía que no era clara para quienes pusieron un arma en su cabeza, un atentado fallido en la ciudad de Cúcuta, un asalto a su casa de Saphadana, donde fue maniatada… siempre ha salvado su vida y nunca se ha rendido.

Una vez más, el refugio se deshizo

La Gabarra, conocida por la masacre paramilitar del 21 de agosto de 1999, fue el lugar elegido para el nuevo refugio. Una casa que hacía las veces de oficina, de apenas setenta metros cuadrados para veinte personas, acogía a las que todavía no tenían nada, a las que lo habían perdido todo, su lugar de trabajo y su casa. Se establecía una hora fija, las seis de la mañana. En ese momento, todo el mundo debía ponerse manos a la obra: cocinar, limpiar, lavar la ropa, hacer mercado… Allí no había lugar para diferencias, jóvenes, adultos, mujeres y hombres lo hacían todo y la norma estaba clara, quien no quisiera "pa la calle".

Como refugio humanitario debían tener unas prioridades, exigir al Gobierno, pero como habitantes de La Gabarra tenían otra, protegerse de los enfrentamientos de los grupos armados.

Cinco meses aguantaron. Cinco meses atravesados por un toque de queda, por conflictos territoriales y por visitas protocolarias de las instituciones. El Estado desapareció, como lo había hecho en tantas ocasiones. Ya solo quedaba que cada una tirara por su lado, hiciera su vida y protegiera a su familia. El refugio se deshizo, se fue, no se pudo luchar más. María Carvajal fue destinada a otro lugar, para continuar su labor, pero en su memoria todavía queda el recuerdo de la comunidad, de los domingos festivos en Saphadana, donde el pueblo cobraba vida, donde la gente cruzaba el río y pasaba el día. Atrás queda otro desplazamiento, el que espera, sea el último.

Publicada originalmente como María Carvajal y la escasez de mujeres lideresas en Colombia. Para leerla clic aquí

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