Hasta hace un par de años, Chuck Blazer desayunaba un pollo frito entero pasado con dos litros de Coca-cola, se gastaba 150 mil dólares en una noche de rumba y le hacía millonarias ofrendas a su amigo y jefe Joseph Blatter. Los excesos que ha tenido en su vida, se ven reflejado en su gruesa contextura. Durante los veinte años que fue secretario general de la Concacaf, Blazer no se reprimió ningún gusto por caro que fuera. Por eso no sorprende que se haya gastado entre 1991 y 2011 29 millones de dólares en sus tarjetas de crédito.
A los treinta y dos años Charles Gordon Blazer sólo sabía del fútbol que era un deporte que se jugaba con una pelota y que ganaba el equipo que más goles hiciera. Por casualidad asistió un partido que jugaba el equipo de la escuela primaria de su hijo. El entrenador del conjunto no pudo ir ese día porque estaba enfermo y a Blazer no le temblaron las piernas para ponerse al frente del equipo. Aunque perdieron, el amor por este deporte, tan impopular en los Estados Unidos de 1976. A principios de la década del ochenta compró un modesto equipo de fútbol al que bautizó Los tiburones de Miami. Siendo gerente se puso un sueldo de 75 mil dólares anuales. En 1984 y con la ayuda de Pelé, se convirtió en vicepresidente de la Federación de Fútbol de los Estados Unidos. Dos años después, en plena fiesta del Mundial de México, conociera a Jack Warner el hombre que sería su principal aliado en el saqueo sistemático que durante dos décadas le propinarían a la Concacaf. Gracias a su gestión el trinitario logró ser nombrado presidente de esta confederación en 1991. Al año organizan la Copa de Oro torneo que reúne a las principales selecciones de Centro América. A puerta cerrada Warner y Blazer, quien ya ocupaba el puesto de vicepresidente de la Concacaf ofrecían al mejor postor la sede del torneo más importante del fútbol centroamericano.
En dos décadas cada dólar que lograba arañar en sus raros negocios iba a parar a una cuenta en Bahamas y las Islas Caimán. La Fiscal General de EEUU, Loretta Lynch, a raíz de los malos manejos que se le dieron a la Copa de Oro, alertó al FBI sobre el comportamiento de Blazer. No les bastó mucho descubrir que Santa Claus, como le dicen cariñosamente sus amigos de la FIFA llegó depositar en sus cuentas cerca de 22 millones de dólares. Devastado por las acusaciones que desde el 2011 lo persiguen y por un cáncer de colon que lo está devorando, Blazer, de setenta años, accedió a ponerse un llavero en forma de balón que tenía un micrófono adentro y que no despertaría sospechas y empezó a recoger durante dos años, los testimonios que le darían al FBI las pruebas suficientes para hacer la redada en el lujoso hotel en donde fueron detenidos seis altos ejecutivos de la FIFA en Zürich la semana pasada.
Aunque Blazer sigue viviendo con su perro chino Shith Tzu en la Torre Trump, al lado del apartamento en donde vive su camada de gatos y por el que paga mensualmente ocho mil dólares, los días de lujos han terminado para siempre. Ahora sólo espera poder seguir contando todas las infamias que la FIFA ha cometido manchando uno de los deportes más populares del mundo. Ante la inminencia de la muerte querrá partir con la conciencia tranquila.