El cuerpo de Juan, de 78 años, llegó al cementerio Serafín en una carroza negra. Murió por Covid en la mañana de ese mismo día. Aun cuando está prohibido, detrás del vehículo fúnebre venían tres familiares en un pequeño carro rojo.
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La carroza de la funeraria se detuvo un par de metros antes de cruzar la reja negra de hierro forjado. Catalina, una violinista, empleada de la misma funeraria, se acercó a unos cuantos pasos y tocó un par de acordes mientras su compañero, diácono de la iglesia, oró por el alma del difunto.
La triste despedida, acordada entre familiares y funeraria, fue corta. No duró más de ocho minutos. Esta escena no es recurrente. La mayoría de cadáveres ingresa sin compañía.
Desde hace poco más de un mes el horno crematorio del cementerio Serafín no ha parado de funcionar. Los grandes fogones combustionados por gas están encendidos 24 de las 24 horas del día.
La fuerza de las llamas convierte en polvo y partículas de hueso –en este tiempo– cuerpos de hombres y mujeres que en los últimos días de vida padecieron Covid-19, el virus altamente contagioso que a la fecha ha matado un poco más de seis mil colombianos.
El humo espeso color negro que expulsa la chimenea del horno indica que un nuevo cuerpo acaba de ser ingresado a la cámara de cremación. Esta humareda oscura y densa, que no dura más de quince minutos, es la quema del cajón de madera y la ropa que lleva el fallecido. La del cuerpo genera un humo claro y ligero que se mimetiza entre el aire y el mismo entorno.
En el parque cementerio Serafín, levantado en 2002 en el sur de Bogotá, en la localidad de Ciudad Bolívar, se creman 18 cadáveres al día. El proceso completo de cada cuerpo en el crematorio tarda entre una hora y una hora y 20 minutos. Los minutos de más dependen de la masa corporal del muerto.
Desde que las cifras de víctimas de Covid se multiplicaron en Bogotá el paso de carrozas fúnebres por la entrada del cementerio es una constante promedio de cada 15 minutos. La capital es la ciudad más afectada con muertes y contagios de este coronavirus. El día en que se escribió este texto murieron 73 personas en Bogotá, el número más alto desde que la pandemia entró al país, hace un poco más de cuatro meses.
Los carros mortuorios llegan solos. Aunque a veces se cuela un par de familiares haciéndole trampa a la medida de protección, decretada por el Distrito –como en el caso de Juan– las caravanas que acompañan al muerto en su último recorrido están prohibidas.
El cadáver bien embalado en plástico sobre plástico llega directo al cementerio desde la cama en la que muere. Nadie lo ve. Nadie llora cerca de él. Es una muerte fría y solitaria más intensa que el mismo hecho de haber muerto. Es un duelo al que le hace falta el duelo.
Un pedazo de papel firmado por el médico que decreta el fallecimiento lo identifica. Así llega al cementerio llevado por dos funcionarios de la funeraria con la que los familiares hicieron el contrato. Si hay cupo –que por estos días no lo hay– va directo a la caldera que espera a 700 grados centígrados tener el cajón adentro para subir la llama y cremar a 1200.
Es tal el número de muertos que ha llegado en los últimos días al cementerio Serafín, que se ha tenido que usar el contenedor refrigerado para guardar allí las decenas de cadáveres que llegan y siguen llegando.
Carlos Martínez, administrador del Serafín, quien lleva 10 años trabajando en el sector funerario, contó –a las afueras del cementerio– que hace tres días recibió 60 cuerpos. Tuvo que dejar de recibir porque al contenedor no le cabía un cadáver más.
Los funerarios tuvieron que llevar sus muertos a los dos hornos crematorios del Cementerio del sur, en Matatigres, y a los cuatro del Cementerio del norte, en Chapinero –camposantos distritales– que empezaron a encender las calderas al llenarse la ocupación del Serafín.
Infortunadamente mientras el pico de la pandemia cruza y no se logre una vacuna eficaz contra el Covid-19 -lo han dicho los expertos- a los cementerios de Colombia seguirán llegando carrozas fúnebres solitarias, los hornos seguirán ardiendo las 24 horas del día y el humo de las chimeneas seguirá pintando los cielos de negro.