A principios del año 2015 alguien se acercó a la Segunda División del Ejército Nacional, en Bucaramanga, con 8.000 litros de agua para enviar a La Guajira, el departamento al norte de Colombia en donde los niños mueren de hambre y sed. Los ciudadanos querían ayudar pero los separaban 657 kilómetros hasta llegar a la Alta Guajira, y el inhóspito desierto que tenían que atravesar para acceder a las rancherías que se ubican en Uribia, el municipio donde se encuentra la mayor concentración del pueblo indígena wayuu, el grupo más numeroso en Colombia que habita en este departamento tan rico y tan pobre a la vez, tan gris en sus carencias y colorido en sus artesanías.
La misión al parecer era fácil: el sargento viceprimero Freddy Martínez debía llevar el agua, aplacar un poco la sed de esta comunidad y regresar a las tareas diarias de su batallón. Sin saber a lo que se enfrentaría, sus ojos vieron la miseria y abandono más grandes: “Al llegar a Uribia, me di cuenta de la magnitud del problema, me partió el alma ver a la gente sedienta, niños, ancianos y mujeres en situaciones tan precarias”. El militar se valió de su cámara fotográfica para registrar todo lo que ahí se estaba viviendo. Durante el viaje de regreso pensó que debían hacer algo, llegó y relató todo lo que sus ojos habían visto, le pidió ayuda a su superior, el comandante de la Segunda División del Ejército, el brigadier general Jorge Humberto Jerez, para liderar una campaña de recolección de agua enfocada en llevar el líquido vital hasta la Alta Guajira. Los Wayuu, como en una alineación de su sol -ka'i-, su luna -kashi- y sus estrellas -jolotsü-, empezarían a recibir la ayuda de este proyecto llamado la Travesía del Agua, que hasta la fecha ha llevado 150 .000 litros de agua a los hijos del desierto, esos que tejen sueños y mitos de colores y que han sido ignorados a lo largo de la historia del país.
La convocatoria inició con expectativas realistas. Las personas que quisieran ayudar a mitigar la crisis humanitaria por la que atravesaba o atraviesa La Guajira debían contribuir con agua potable en cualquier presentación. Podían llevarla a la Segunda División o a la plaza principal de Bucaramanga. La primera vez, la ciudadanía respondió con 14.000 litros. Después de regresar de aquella travesía, la iniciativa del sargento Martínez fue tomando fuerza entre todos los santandereanos, y así se fueron vinculando empresas privadas a la causa, desde una reconocida marca de almacenes de cadena hasta una empresa de huevos han aportado a este proyecto que no solo ha llevado agua, sino que también ha recogido más de dos mil mercados, ropa, 300 pares de zapatos y juguetes. Cada travesía lleva esperanza a las rancherías Jaracho, Ichichón, Inbicho y La Playa que deben lidiar, día a día, con el hambre, la sed y la indiferencia.
El sargento Martínez hoy estudia Comunicación Social en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia –UNAD- porque piensa que a través del periodismo también se puede ayudar a la gente. Entonces aprovechó un convenio que tiene la UNAD con el Ministerio de Defensa y, gracias a estudios anteriores, quedó en sexto semestre. Le apostó a la educación virtual por la naturaleza de su cargo: “Una universidad presencial se ofreció a becarme toda la carrera, pero por mi trabajo hoy estoy en Santander, mañana en La Guajira y pasado mañana quién sabe en qué lugar del país estaré”.
Este bumangués que ha estado más de la mitad de su vida en el Ejército Nacional y ha vivido en departamentos como Chocó, Tolima, Meta y Putumayo, también cree que la labor de la institución va más allá de las armas: “Los militares no somos solo para la guerra, también estamos hechos para servir”. Ante las críticas sobre los modelos asistencialistas que solo generan más pobreza y no remedian la situación de raíz, responde aireado: “Sé que no vamos a solucionar el problema de fondo, pero ayudamos a calmarles un poquito la sed”.
Ha estado casado más de una década con la mujer que siempre lo ha esperado, mientras él trabaja por la patria en otras partes de Colombia. Se siente orgulloso de que sus hijas mayores, unas mellizas de 16 años, quieran seguir sus pasos y vayan a ingresar a la Escuela de Cadetes en Bogotá, mientras que lo enternece que sus hijas menores, otras mellizas de 3 años, lo vean como un héroe que las protege y ayuda a todo el mundo. Y es que el trabajo en La Guajira no es la única labor que adelanta el Sargento Martínez; en Bucaramanga también es reconocido por la ayuda que brinda en un hogar que atiende a más de 130 abuelos, en la Fundación Hogar Luz de Esperanza.
Su liderazgo lo ha hecho merecedor de diferentes reconocimientos. Desde el municipio, pasando por el departamento, hasta llegar a la Nación, han resaltado su labor con medallas y títulos que lo califican como el ‘héroe del agua’. Para él uno de los mayores reconocimientos es la confianza que ha tenido la institución en su propuesta, pues llevar agua hasta La Guajira demanda tiempo, trabajo y recursos. Se siente afortunado por contar con la ayuda de sus amigos de la infancia. Cuenta que estudió becado en un colegio privado de “gente pudiente”. Esos hijos de la clase alta santandereana hoy son grandes empresarios y gobernantes que se adhieren a la travesía de Freddy Alexander: le han puesto a su disposición tractomulas, gasolina y todo lo que él pueda necesitar. La gente despide cada caravana como si fuera una fiesta, y con esa alegría le alcanza para recorrer el largo camino que le espera.
Asegura que lo más duro después de recoger las ayudas es empacar y organizar todo para que llegue sano y salvo a los wayuu. Es un viaje de tres días en el que hay que sortear cualquier clase de imprevistos. Decidió comprar un carro para poder recoger algunas ayudas, y siempre la pone a disposición en cada recorrido.
Después de cinco Travesías del Agua, los indígenas ya lo reconocen, cuando llega con todo su equipo, de la mano de Rosa López, la líder wayuu que ha sido fundamental para este trabajo, pues hace las veces de traductora y, además, le abrió el camino del desierto al Sargento Martínez. Hizo que los indígenas lo dejaran de ver como un arijuna – hombre que no es wayuu- y hoy hasta tejen mitos a su alrededor, se atreven a decir que es un cacique al que enviaron los ancestros para calmar la sed.
Su sexta travesía del agua inicia la segunda semana de diciembre. Antes pasará por Bogotá para recibir otro reconocimiento, esta vez en el Capitolio Nacional. Solo espera que la gente siga vinculada con la idea de ayudar y llevar un poco de sosiego a esos que no cuentan con agua potable y que, paradójicamente, según un estudio reciente de la Global Water Partnership, viven en el tercer país con más agua dulce en el mundo.