La clase dueña de Colombia se precia de tener un país donde reina la más perfecta democracia. Qué mentirota!. Con propiedad deberían llamarlo castacracia o gobierno de castas (Santos, López, Galán, Gaviria, etc., etc.) donde los méritos para acceder a los altos cargos del Estado, además de económicos, son genéticos, (óvulos y espermatozoides). Estos ascensos son avalados por la ignorancia popular, mediante el trueque de dignidad y conciencia por tamales y limosnas.
¿Cómo calificar de democrático a un Estado donde la mayoría de sus habitantes desconocen los programas de los candidatos por los cuales votan, quienes una vez instalados en sus cargos hacen lo que les parece sin importarles un pepino las promesas preelectorales? Nadie los controla.
¿Cuál democracia cuando se promulgan leyes a diestra y siniestra, a menudo contradictorias entre sí o inoperantes, con el fin de tener contento a todo el mundo y crear obstáculos para su aplicación, de manera que los jueces las apliquen según sus caprichos personales o los compromisos adquiridos con otras ramas del poder. Los jueces fallan más con criterio político que jurídico. En “La tutela desconocida”, del noticiero CM&, muestran cómo la mayoría de las veces las Altas Cortes tienen que enmendar mediante sentencias las parcialidades cometidas en las primeras instancias de los procesos.
¿Cuál democracia donde no existe libertad de expresión ni libertad de difusión de ideas y los opositores políticos son tratados como terroristas?
¿Cuál democracia donde se roban el erario y los castigos, cuando los hay, son irrisorios?
Buena parte del pueblo se ha acostumbrado a convivir con estas taras funcionales: “Lo malo de la corrupción es que no nos participen”, “Si se corrompen los de arriba por qué no podemos hacerlo los de abajo”, y en vez de rechazar la corrupción se unen a ella. Los ejemplos son innumerables.
Sin embargo, quizás por lo que nos enseñó los nuevos paros y los indignados de otros países, es mediante bloqueos y manifestaciones multitudinarias como lograremos ser escuchados. Pero no con mero bla, bla, bla. Los gobernantes oyen pero no escuchan, dejan que los reclamantes se agoten para que todo siga igual; están enseñados a mamarle gallo a los problemas, a no solucionarlos de inmediato sino después de largo tiempo, grandes pérdidas y hartos muertos. Ellos, en manguala con los monopolios nacionales y extranjeros, se creen dueños absolutos de la verdad y la razón. Por eso con desfachatez retan a los inconformes: “Protesten todo lo que quieran, pero no hagan daños, no bloqueen”. A eso le llaman democracia.
En muchas regiones los campesinos, basados en la Ley 160 de 1994, solicitan ser convertidos en Zonas de Reserva Campesina; el gobierno se opone argumentando que serían republiquetas independientes, en lugar de verlas como la oportunidad de democratizar el campo. Pero como los campesinos cuidarían su territorio, protegiendo el medio ambiente y sus recursos naturales, el Gobierno presume que fracasaría en su afán entregarle los minerales a las multinacionales ladronas y destructoras del medio ambiente, así como en la producción de agrocombustibles y transgénicos.
Armenia, Septiembre 26 de 2013.
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