El conductor detuvo el taxi y me pidió que me bajara, cuando le solicité que, por favor, apagara el celular.
Al descender del vehículo comencé a transitar y vi a hombres y mujeres caminando agachados pendientes del smartphone.
Pasa una moto veloz y el conductor hablando por el teléfono que llevaba entre el casco y la oreja. A la cafetería que entré, nadie levantaba cabeza pues los dedos digitaban.
En la oficina, los que esperaban para resolver un asunto, en la cola se llevaba en la mano el teléfono móvil. De vuelta a la casa, mientras el colectivo avanzaba y se detenía, los pasajeros chateaba y pasaban de una información a otra.
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Para nadie es un secreto que en esta sociedad no se formó el público lector, como es el hecho de que pocos libros se leen. No hay formación para la lectura. En la sociedad colonial no hubo interés por la imprenta y la publicación de libros.
Y no llegó a formarse el público lector, porque en lugar de hacer posible el alfabetismo y la lectura, resolvió, la Contrarreforma religiosa, que en lugar de la lectura de la Biblia el pueblo aprendiera, de memoria y no de entendimiento, el catecismo del Padre Gaspar Astete, publicado en 1599.
Pero tampoco hubo Ilustración ya que no hubo interés por la ciencia, ni por la relación de los hombres en términos de racionalidad, sino la relación del amo y del esclavo, del señor y del siervo.
Y, en lugar de la modernidad, la cual supone la esfera pública y la ciudadanía, se planteó la modernización en términos de desarrollo económico.
No hay interés por la esfera pública, como se pudo ver en las recientes elecciones, donde se respiraba el odio, el miedo y la distorsión de la realidad, en una atmósfera de periódicos amarillistas, caracterizada por las imágenes e informaciones sobre accidentes, adulterios, crímenes, asaltos, robos y escándalos.
La televisión ofrece el mundo de los deportes, partidos de fútbol, el ciclismo, el tenis, chefs y noticieros en los que se informa y no se analiza.
Y la información llega a una sociedad en la cual no hay colchón de resistencia: un individualismo obsesivo crece en la soledad, en el aislamiento pues hombres y mujeres viven pendientes de las publicaciones en las redes sociales.
Noticias de corta extensión, fake news, en otros términos, noticias que no son ciertas o que han sido sacadas de contexto, la manipulación de emociones y creencias con el objetivo de influir en la opinión pública y la actitud de la gente, que se denominan posverdad.
El filósofo Habermas plantea la tríada de trabajo-lenguaje-interacción social, en la cual se plasma la discusión público-política.
Pero, en la atmósfera de la información no hay diálogo, pues no interesa para nada la racionalidad y, entre tantos datos desaparece la esfera pública.
No hay interés por la argumentación e intercambio de ideas, ya que las propuestas políticas desaparecieron pues lo importante era la información para desvirtuar al otro y la verdad desaparece ante ese cúmulo de tuits, posverdades y fake news.