Además de la violencia social en contra de las libertades ciudadanas, tan caras al pensamiento liberal que sostiene nuestra sociedad, la reciente pandemia ha suscitado la lucha más feral contra el trabajo y, en general, contra el asalariado. Se cuentan por cientos de millones los empleados que fueron literalmente defenestrados (lanzados por la ventana) sin detenerse; las empresas y el capital no mostraron un ápice de piedad, misericordia o solidaridad cristiana, ni de ninguna clase.
Hablo de todo el mundo. Allí donde el capitalismo reviste connotaciones nacionales menos desarrolladas, que han subvertido la democracia, la situación ha sido peor.
¿Será que esos cupos, vacantes de pandemia, se ofrecerán ahora a jóvenes para paliar aquel desastre que hubo en Cali y muchas otras ciudades, como demostró la Comisión Internacional de Derechos Humanos? ¿Por contraste, cómo le pagaron a la gente que introducida, en medio de la fuerza policial, disparaba a la vista de todo el mundo contra los manifestantes, como mercenarios?
Imagino que pasado un tiempo, si es que ya no está ocurriendo, empezarán a llover las demandas laborales a los juzgados respectivos, muy a pesar de que el Estado, coludido con el capital, ofreciera coberturas de respaldo de legislaciones acomodaticias para amparar el estropicio. No conozco ningún colectivo de abogados laboralistas que haya salido al quite.
Estoy promoviendo que entidades gremiales de todo el mundo se organicen y envíen lo más pronto posible informes de la situación en cada país a efectos de que la Organización Internacional del Trabajo y, también la Organización Mundial de la Salud se pronuncien sobre tales crímenes, por no decir, holocaustos laborales paralelos al avance pandémico.
Se hizo notorio que mucha gente cayó en demencia, y otras secuelas sin nombre todavía, no solamente por los efectos nefastos de haber contraído ni tampoco por el solo hecho fatal de que lo sufriera más de un familiar; también por el manifiesto encerramiento social, absolutamente necesario, pero que jamás palió de ninguna manera la empresa ni el capital. ¿Cuántos crímenes se ocultan allí? ¿Nos lo dirá alguna vez el cine, como suele hacerlo a veces, aunque se tome a manera de entretenimiento y le quite toda la fuerza social de protesta?
No hay sino que asomarse cinematográficamente a la labor de millones y millones de médicos, enfermeras, personal adjunto y administradores de salud para mostrar de manera, más que dramática, trágica, su labor; mientras hoy apenas se le brinda un ominoso minuto de silencio en los estadios. Esa puede apenas ser el cine de quienes estuvieron en la primera fila.
Y esa gente tenía familia, niños y adultos mayores, que la veía irse y rezaban para que no regresara infectada a infectar a quienes se quedaban en casa.
Entonces pregunto, ¿dónde estarán, ahora que salimos parcialmente de la crisis, las contraprestaciones para esa gente? ¿¡Será que no habrá siquiera un gobierno que permita que tal tiempo, expuesto más a la muerte que a la vida, cotice como doble a favor de los damnificados, a efectos de contabilizar justamente las semanas de trabajo para acceder a la jubilación, las pensiones, algún año sabático!?
¿Apenas se les validará su impresionante compromiso con la vida de sus semejantes con solo un minuto de silencio en los estadios? ¿Y a los deudos de esos mismos médicos, enfermeras, personal de salud, no se les reconocerá alguna contribución póstuma pues murieron para que otros se salvaran?
¿Y por qué esto no forma parte del debate público, nunca llega al Congreso, y mucho menos a los medios de comunicación? Debe haber algún misterio en este asunto.
Se ha escuchado al gobierno nacional, y alguna que otra entidad del Estado, condolerse por la situación de los mercenarios de Haití, que se fueron bien pagos, pero hacen mutis por el foro, se hacen los de la vista gorda, para no incluir en sus reformas tributarias reencauchadas, o de la salud, algo que reconozca aquel ingente sacrificio que, ya se sabe, nunca les devolverá la vida a sus seres queridos, pero entregará un aliciente compensatorio para quienes quedan, incluyendo a aquellos que todavía, por su oficio, son apenas sobrevivientes, pues algunas variantes del virus pandémico todavía pueden regresarnos a aquellas obligaciones que ahora se asumen como ya superadas, aunque sin fundamento científico alguno.
Y es que debe recordarse también cómo este gobierno del Centro Democrático, a mansalva y sobreseguro optó por ofrecer su mejor arsenal de ataque contra el trabajador, precisamente aprovechando encontrar a la gente con los calzones abajo, obligados a guarecerse por la pandemia. ¡Pero la gente les hizo mamola!
Intentó avasallar, incluso llamó a esa gente como vándalos, y ahora pasa calladito ofreciendo el oro y el moro a ver si sustentan una nueva aspiración presidencial para su cauda o alguno de sus aliados.
Intentaban ordeñar a la vaca salarial cuando menos leche tenía para dar. Eso mientras ya era visible que el capital tenía la boca atarugada de ayudas que, podría demostrarse, nunca necesitaron y muy escasamente solicitaron. Ahora es el momento en que puede averiguarse cuál fue el rendimiento de tales ayudas de tal manera que con él se puedan soportar los beneficios que se otorguen a quienes estuvieron en primera fila.
¿Lo harán? ¡Qué lo van a hacer! ¿Se necesita otro paro para que lo hagan?
Pero, eso sí, verán que tan pronto se empezaran a hacer las cuentas, el capital dirá que no existen tales rendimientos, que son muy difíciles de calcular; cuando no se aliarán con el mismo gobierno para subvertir los datos reales y pasar de agache. Y no se nos tilde de demasiado suspicaces o de tejer tesis conspiracionistas.
Estamos en el país donde nos burlan 70.000 millones en un abrir y cerrar de ojos y nos causan 6.402 falsos positivos. ¡Estamos en Colombia, Pablo!
Esas empresas socializaron los efectos nocivos de la pandemia, pero privatizan y no sueltan las ganancias del capital público dispuesto en su momento a manos llenas para salvar, no a la gente sino a la economía. En realidad debieran brindarse minutos de silencio para las empresas que cayeron, mientras con las ayudas a ellas dispensada se salvaba a la gente. Eso dictaba la racionalidad más simple. Pero fue exactamente al revés.
Y qué es lo que está pasando ahora en realidad. Si esa gente dolida y golpeada por la pandemia, incluso con familiares fallecidos, acude a una entidad financiera cuya salvación se debió a las ayudas con capital público, ¿creerá alguien que les dan un tratamiento especial de mérito?
¡Ni de fundas!
Entonces vuelvo a decir ¿en qué momento se creyó, o se nos obligó a creer por mucha gente interesada en comisiones allá arriba, que se nos debía mover el corazón, compadecernos para ayudar a esas empresas financieras y comerciales que nunca han tenido corazón, ni lo tendrán jamás?
Leo el siguiente alarido aplicado a la lucha que libran los trabajadores en la Unión Europea: “Lo que se necesita es una directiva específica sobre riesgos psicosociales en el lugar de trabajo. Esto debería incorporarse al marco estratégico, afirmando que la gestión de los riesgos psicosociales y la salud mental en el lugar de trabajo es una prioridad en las agendas de los legisladores de la UE y de los estados miembros. Debería aliarse con una estrategia de salud mental de la UE que, reconociendo el cambiante mundo del trabajo, priorice el aspecto relacionado con el trabajo”.
¿Veremos algo así en las anunciadas reformas que se avecinan pues las impulsadas por este gobierno nunca fueron plausibles ni registraban la más mínima piedad, antes por el contrario, se intentó el desenfreno más oprobioso en plena pandemia?
Y se acercan nuevos crímenes. Debe leerse lo siguiente: “La comisión no explica cómo se espera que la estrategia siga el ritmo de los cambios tecnológicos y socioeconómicos extraordinariamente rápidos con posibles efectos adversos en la salud mental y el bienestar de los trabajadores. Estos incluyen interacciones estresantes con robots, toma de decisiones algorítmicas en la gestión del rendimiento, vigilancia y monitoreo de los trabajadores y un ritmo de trabajo optimizado por la tecnología”.
Por favor, lea bien la última frase e imagínese que un robot gerente de la empresa lo regañe y le conmine a trabajar, pues él no sufrirá de virus pandémico alguno, a no ser algo que puede aliviarse en milésimas de segundo con algún algoritmo viral de sanación automática? Ojo, también pueden acosarlo sexualmente. No vaya a creer que los robots en algún momento no se enamoren de usted. ¡La robótica es una forma de la eugenesia!
¿Se imagina usted trabajando en el futuro con alguien que no habla, no llora, no le duele la rodilla; o lo hace mediante algún algoritmo prediseñado?
¡Todavía faltan muchos más crímenes!
Nota: las citas son tomadas de Social Europa, del artículo 'Bienestar en el trabajo: es hora de subir la apuesta'.