Síndrome terraplanista, una radiografía de la cultura colombiana

Síndrome terraplanista, una radiografía de la cultura colombiana

En una era donde prevalece el convencimiento sobre el sentido común, donde los hechos se desprecian y se afianzan las ilusiones, lo verdadero y lo falso se diluyen

Por: David Fernando Cruz Gutierrez
marzo 26, 2019
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Síndrome terraplanista, una radiografía de la cultura colombiana

Los terraplanistas son un grupo de personas que consideran que la tierra no es una esfera que gira y se mueve en el espacio, sino que es un plato estático cubierto por un domo. Más allá de los argumentos que sostienen esta postura, que se pueden consultar en cualquier video de YouTube o en los miles de páginas que abordan este tema, si ahondamos más en el problema y descubrimos el velo de quienes eligen pensar de esta manera, nos encontramos con una situación que estira los límites de lo gracioso hasta que empieza a tomar una forma aterradora: los terraplanistas son la expresión más intensa de un fenómeno social ampliamente extendido: la caída del pensamiento científico.

Lo llamativo de los terraplanistas es que intentan controvertir uno de los temas sobre los que se extiende un amplio consenso científico: la forma esférica de la tierra. Y aún peor, el ataque contra este consenso está envuelto en argumentos que son fácilmente controvertibles a partir de experimentos sencillos, que solo requieren de instrumentos caseros como un celular e internet para completarse. Esto lo hace risible. Sin embargo, el velo burlesco enmascara la gravedad del asunto, lo hace pasar con una situación excepcional, propia de la amplitud y extrañeza de la comunidad humana que alberga dentro de su diversidad grupos que se pueden calificar, cuanto mínimo, como exóticos. Como excepciones a la regla. Lo problemático es que el día a día en Colombia nos hace pensar lo contrario. Si bien en el país del realismo mágico aún no se consolida un grupo organizado de terraplanistas, nos sobran personas que creen en la veracidad de lo falso y lo defienden con ferocidad. Es un síndrome en el que prevalece el convencimiento sobre el sentido común, en donde los hechos se desprecian y se afianzan las ilusiones. Lo verdadero y lo falso se diluyen como categorías que dan sentido a la realidad y son descartadas bajo la postura cerrada del individuo.

La pregunta, en consecuencia, es: ¿por qué es tan exitoso algo que a todas luces es falso?, ¿por qué una teoría descabellada se convierte en la fuente de grupos herméticos convencidos de sus propias mentiras? Y de pronto, lo que es la almendra del asunto: ¿qué podemos hacer para enfrentar este fenómeno? Una de las repuestas a estas preguntas está en el premio nobel de economía Daniel Kahneman. En su célebre libro Pensar rápido pensar despacio Kahneman describe uno de los aspectos más problemáticos de la conducta humana: ignorar nuestro grado de ignorancia. En otras palabras, Kahneman afirma que cuando nos enfrentamos a un asunto difícil solemos creer que tenemos una comprensión completa, pero, en la práctica, ignoramos su profundidad. Formamos imágenes certeras con retazos de información que retumban en nuestra conciencia, en la forma como percibimos la realidad y por ende en las decisiones por medio de las cuales administramos nuestra vida. La selección de la información es proceso caprichoso que obedece, casi siempre, a la naturaleza contingente de nuestra existencia, así como al arbitrio de nuestras propias inclinaciones. Percibimos la realidad a través de nuestra condición personal y solemos confundir lo verdadero con nuestras propias convicciones.

No saber que tanto ignoramos de un asunto nos empuja a realizar afirmaciones temerarias. Sin embargo, ante esto, teníamos el puente de contención del pensamiento científico. Poner a prueba nuestra propia experiencia nos permitía discernir sobre lo verdadero y lo falso. Ahora, el proceso es distinto. La información ya no se contrasta, sino que se concentra en polos reforzándose todo el tiempo. Nuestra experiencia se refuerza en quienes comparten nuestra perspectiva y no hay posibilidad de contrastación con el otro. Pues el otro, se presenta como un enemigo. Los terraplanistas consideran a los científicos las marionetas de un intrincada conspiración. Son los científicos quienes se esfuerzan por ocultar la verdad a través de teorías descabelladas, y por ende son ellos a los que hay que desenmascarar. En este clima no hay interlocución posible sino una batalla interminable de acusaciones. Algo parecido pasa en otros contextos. El uribismo califica a los defensores de la JEP como guerrilleros, a los periodistas que denuncian graves violaciones de derechos humanos se les tilda de mentirosos antes de revisar los hechos que denuncian; y así, hay un largo etcétera que pone en entredicho nuestra capacidad para discernir sobre lo cierto cuando cercenamos la posibilidad de contrastar nuestras posiciones. Tal vez por esto, es que algo a todas luces falso se puede convertir en la columna vertebral de un movimiento organizado. Pues sin contrastación todo parece certero.

Tal vez lo que podemos hacer es dar un primer paso para cesar las acusaciones. Francis Bacon solía decir que “nada induce al hombre a sospechar mucho que saber poco”. Si esto es cierto, lo que debemos auspiciar es la conciencia de nuestra propia ignorancia. Pero este ejercicio es infructuoso cuando está envuelto en una misiva de guerra. No podemos incentivar está conciencia a través de la arrogancia ni de los ataques. Pues estas acciones son también las causantes de la incapacidad para dialogar. Deponer los guantes, en consecuencia, puede convertirse en una estrategia adecuada. Salir del ring, puede generar el efecto contrario, pues al no tener rival la ignorancia se enfrenta a su propio vacío y encuentra sus debilidades. Un terraplanista solo puede salir de su convencimiento cuando es él mismo quien experimenta la debilidad de su posición. Lo que debemos hacer, en consecuencia, es fomentar las condiciones para que esto pase.

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