“No hay peor tiranía que la que se ejerce bajo la sombra de las leyes y al calor de la justicia”. Montesquieu.
A partir del pasado miércoles 19 de marzo Gustavo Petro se convirtió en el desempleado más poderoso de Colombia. Su salida de la Alcaldía Mayor de Bogotá lo convirtió en un mártir de la clase política colombiana. Esto puede traer unas consecuencias inimaginables, no solo para la ciudad sino para Colombia entera.
Primero, porque ahora Petro y lo que tenga que ver con él se convertirán en un manómetro de la presión electoral que se comienza a sentir semanas previas a las elecciones presidenciales. Ya los medios de comunicación han comenzado a preguntar a los candidatos sobre su opinión con respecto a la posición del presidente Santos de ignorar las medidas cautelares de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) poniéndolos contra las cuerdas por la respuesta que puedan dar. Si están de acuerdo con no acatar las medidas cautelares y apoyar la destitución de Petro, dicha posición les puede granjear los odios de la ciudadanía que ven en Petro una víctima más de la politiquería y de las élites gobernantes del país. Y si se pronuncian por obedecer las recomendaciones de la CIDH para dejar a Petro en el Palacio Liévano, pues corren el riesgo de provocar las iras de esa otra ciudadanía que ve en Petro como un pésimo administrador que tiene postrada a Bogotá, amén de ser una mano de la guerrilla en los destinos de la ciudad más importante de Colombia.
El principal afectado por el síndrome Petro fue el candidato Enrique Peñalosa quien piensa que éste fue muy mal alcalde, pero ahora debe tener en cuenta que gran parte de la Alianza Verde es del Movimiento Progresista que llevó a Petro a la alcaldía. Cuando se le preguntó (horas antes de que Santos tomará la decisión) sobre qué opinaba con respecto a la situación de Petro, respondió con un galimatías de que debían respetársele al alcalde saliente sus derechos políticos al haber sido elegido por la ciudadanía, pero que si fuera Presidente él firmaría la destitución. No lo entendió nadie.
El propio Santos fue víctima del síndrome Petro. La apresurada decisión que determinó la salida del alcalde de su cargo no parece ser salida de la voluntad del Presidente sino más bien es propia del talante de su fórmula vicepresidencial, Germán Vargas Lleras. Es bien sabida la animadversión que tiene Vargas Lleras por el hoy exalcalde, quien ya había manifestado hace dos semanas que Petro debería irse destituido porque había sido muy mal burgomaestre. No tendría nada de raro que, conocedor Vargas Lleras de la decisión de la CIDH, haya presionado a Santos para que tomara la decisión de cortar de un solo tajo la carrera política del alcalde. Santos sabe lo que pesa Vargas Lleras en votos, así que probablemente le dio gusto a regañadientes y firmó la destitución de Petro. No obstante no tuvo el suficiente olfato político para avizorar que si bien se quitaba de encima el cirirí de Vargas Lleras, al mismo tiempo perdía una buena cantidad de votos de los electores que verían en él un traidor y tramposo que había prometido meses atrás que cumpliría las medidas cautelares ordenadas por la CIDH.
El síndrome Petro también contagió la campaña por la alcaldía de Bogotá. Los futuros candidatos saben que ahora que el exalcalde es mártir político, deben andarse con cuidado al referirse a él, so pena de ganar o perder votos de uno y otro lado. Gustavo Petro será una espada de Damocles que penderá sobre los candidatos a las elecciones atípicas para determinar quién ocupará nuevamente la alcaldía de Bogotá. Será muy difícil para los candidatos dirimir cuál es la posición correcta: ¿Será que si deploran la salida del alcalde ganan para sí los votos de quienes defendían la continuidad de Petro en la alcaldía? ¿O da más réditos electorales hacer leña del árbol caído porque serían más los ciudadanos indignados con los regulares resultados de la administración de Gustavo Petro?
Finalmente, el fantasma Petro se cierne sobre el futuro de Colombia. Desde 1991 no ha habido un clima más propicio para la convocatoria de una asamblea constituyente, una necesidad a gritos, ya que la constitución del 91 se quedó corta para los problemas que actualmente afronta el país. Petro ya anunció que su futuro inmediato está en irse a vivir en el sur de la ciudad para comenzar a ambientar la creación de una asamblea constituyente que permita la refundación de la nación. Lo irónico del tema es que veremos unidos en esta convocatoria a dos enemigos irreconciliables: Gustavo Petro y Álvaro Uribe, aupados en que la misma petición la están haciendo las FARC desde La Habana. Definitivamente, el síndrome Petro se tomó el país.