Con su enorme bigote, como de Stalin o Astérix, duro entre los duros, Philippe Martinez, hijo de inmigrantes españoles, sindicalista líder del segundo sindicato de Francia, tiene fama de ser capaz, él solo, de paralizar el país, de intimidar presidentes y primeros ministros.
Desde su despacho en la periferia de París, en Montreuil, en un edificio de los años setenta con todo el aire de la arquitectura soviética de la época que imprimió un arquitecto comunista, sigue al frente de las multitudinarias protestas callejeras contra la reforma de las pensiones de Emmanuel Macron, entre dos afiches, uno del Che Guevara —con la frase “Actores de tiempos presentes”— y otro con la bandera republicana española, dedicado “a los amigos de los combatientes en la España Republicana 1936-1939”.
Su despacho es el del secretario general de la Confederación General del Trabajo (CGT), y él, uno de los sindicalistas más conocidos y aguerridos, que da la batalla contra el aumento de 62 a 64 años la edad de jubilación, que tiene la basura en las calles de París y las barricadas en llamas. Tiene 61 años y desde el 2015 maneja con mano de hierro la vetusta CGT, de 128 años.
Sus padres son españoles de Cantabria, cerca de Reinosa. Manuel, el padre, ya nació en Francia en lo que aún se llama Petit Espagne en Saint Denis, en plena barriada de emigrantes. Fue obrero, y combatió con las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española. Por eso su hijo muestra con orgullo el afiche de su despacho. Jovita, su madre, llegó a Francia cuando tenía 24 años a trabajar como empleada doméstica. Allí encontró su marido, militante comunista. Cuentan sus biógrafos, que desde entonces Jovita Martínez vendía L´Humanité tres veces por semana y que llevaba a su pequeño hijo a todas las fiestas del partido que no tardó en darle su carné. El muchacho creció en una pequeña ciudad burguesa a las afueras de París, en Rueil Malmaison, y cuando terminó el bachillerato técnico en 1982 empezó a trabajar como técnico de logística en la central de Renault, en Boulogne Billancourt, aprovechando la ventaja que daba la empresa para el enganche de los hijos de los empleados. A los 23 años se afilió a la CGT, como antes lo habían hecho sus padres y la gran mayoría de miembros del Partido Comunista (PCF).
Dejó el PCF en 2002 por desacuerdos con Robert Hue, presidente del partido, y en 2008 asumió la presidencia de la federación de trabajadores metalúrgicos en la CGT, por 7 años. Desde entonces ha sido una de las caras más reconocidas del sindicalismo francés.
Desde la cúpula de la CGT ha sido una de las caras más reconocidas y combativas del sindicalismo francés
Llegó a la cúpula casi por azar. A finales del 2014 la prensa se hizo eco de los extravagantes gastos de Tierry Lepaon, el secretario general: 100.000 euros en renovar su despacho, 62.000 para amoblar la oficina y una larga lista más. Eso lo obligó a dimitir. Fue entonces cuando Martinez, entró a disputar esa silla. Apoyado por la federación de sanidad de la CGT -con 75.000 afiliados por esa época- que dirigía su compañera y madre de sus dos hijos, Nathalie Gamiochipi, consiguió los votos para hacerse con el cargo. Y marcó un hito al ser el primer secretario general de la CGT que no pertenecía al Partido Comunista.
Serio, hermético, amante del piragüismo, receloso de la prensa, hincha inquebrantable del Barca, empezó en ese 2016 la oposición al presidente socialista Francois Hollande y a su jefe de Gobierno, Manuel Valls, nacido en España. A toque de silbato, sus más de 600.000 afiliados salieron a la calle, bloquearon autopistas o refinerías, organizaron huelgas en ferrocarriles y centrales nucleares, contra la reforma laboral. Los dos dirigentes de origen español tuvieron un pulso enorme. El diario conservador Le Figaro llamó a Martínez Mister Niet en su interlocución con el gobierno, mientras Vals decía en el Parlamento “La CGT no hace las leyes en Francia”.
La reforma laboral del socialista le sirvió al sindicalista para recobrar algo del protagonismo de la CGT que llegó a tener tres millones de afiliados. Después la lucha fue en tren. Emmanuel Macron le apostaba ese 2018 a la reforma de la Société Nationale des Chemins de Fer (SNCF) y la supresión del centenario Estatuto de los Ferroviarios. Martinez lideró entonces una huelga de ferrocarriles de tres meses dos días a la semana.
En ese momento el primer sindicato francés estaba de capa caída. Y a un golpe siguió otro. La aparición del movimiento de los chalecos amarillos acaparó toda la atención mediática dentro y fuera de Francia. En pocas semanas lograron lo que ningún sindicato había conseguido: que Macron y su gobierno dieran marcha atrás en el alza de los combustibles y cambiara los planes a mitad de quinquenio.
Laurent Berger, de la CFDT, el negociador, Philippe Matínez, de la CGT, el combativo, en la lucha de la jubilación
La reforma de las pensiones ha dado un segundo aire para el sindicalista que apodan el Tapioca, que tiene una de sus reivindicaciones la semana laboral de 32 horas y la unión del sindicalismo europeo. Hoy la CGT es el segundo sindicato de Francia, después de perder la hegemonia con la Confederación Francesa Democrática del Trabajo. La CFDT tiene tradición reformista, implicada, generalmente, en negociaciones sociales con los gobiernos y las organizaciones patronales, con una sensibilidad diferente a CGT, más dada a los pulsos, a las movilizaciones, a las huelgas. El líder de la CGDT es Laurent Berger, 54 años, actor de primera línea en la crisis de la reforma de las pensiones. Aliada del propio Macron y de otros Gobiernos en anteriores reformas, la CFDT se opuso desde el principio al aumento de la edad de jubilación, como la CGT, y los otros seis grandes sindicatos, que se han mantenido unidos en su rechazo unánime.
Martinez ha estado al frente de diez jornadas de protesta. La sexta del 3 de marzo congregó a 3,5 millones de personas, según la CGT, 1,3 millones dijeron las cifras oficiales. Macron decidió el 16 de marzo aplicar la reforma por decreto y radicalizó las protestas. En las calles hay detenidos por centenares y heridos otros tantos. Fuera de ellas, han tomado múltiples formas: bajadas de producción eléctrica, 15% de gasolineras sin combustible, trenes y vuelos anulados, colapso del transporte público en París y hasta se ha cerrado la Torre Eiffel.
Con el presidente Macron en 2017, en el Elíseo. Ahora el mandatarrio se había negado al diálogo
Los sindicatos quieren retirada o la suspensión de la reforma, y Macron dice no. De hecho, la jornada del 28 de marzo estivo marcada por la propuesta sindical de posponer la aplicación de la reforma —prevista para septiembre, de manera progresiva— y sentarse a negociar. “Hemos propuesto al Gobierno (…) que posponga su proyecto y nombre a un mediador, como en cualquier conflicto social”, declaró Martinez. —. “No necesitamos a un mediador”, respondió Olivier Véran, portavoz gubernamental.
Pero Macron no es De Gaulle, ni el 2023 es el 2019 en que terminó a los chalecos amarillos cronificando la violencia. Quizá venga la reunión de la próxima semana a la que ha llamado la primera ministra Élizabeth Borne, y ellos han aceptado.
Martinez, cuya capacidad de combate hasta el último respiro reconocen amigos y enemigos, en el 53º Congreso de la CGT en Clermont-Ferrand dio un paso al costado, después de ocho años. Sophie Binet, 41 años, lo sucede. Ël volverá, entonces, al sitio donde empezó. El 3 de abril regresará a Renault, al Technocentre de Guyancourt en Yvelines. “Siempre iré marchando en una manifestación, pero ya no al frente. estaré con todos”. Le dijo a Le Monde.
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