El 21 de octubre y el 19 de noviembre del año que termina se convocaron nuevas protestas sociales contra el gobierno de Duque y sus políticas antisociales en detrimento de los sectores populares y la clase media. En ambos casos, como en otros anteriores, se suponía en principio que serían inmensas movilizaciones como las de 2019, donde millares de personas se manifestaron de diversas formas en todo el país (lo anterior hasta el punto que se podría decir que desde aquel famoso paro nacional del 14 de septiembre de 1977, un presidente, caso Duque, no se había sentido tan acorralado). Lamentablemente, estas fueron lánguidas, y la última resultó un fracaso total.
Inicialmente, el autodenominado comité del paro de manera sectaria dijo que solo era de los “centrales obreras” y que eran ellos los “verdaderos interlocutores” de un supuesto pliego de exigencias presentadas al gobierno Duque ante el éxito de la protesta del 21 de noviembre del año pasado; pliego que por cierto no tuvo efectos, y que el gobierno, ante lo extenso del mismo, lo que hizo fue poner en ridículo al sindicalismo ante la opinión pública por pedir lo “imposible”. Más tarde, el coronavirus sepultó la protesta y se perdió la iniciativa. Sin embargo, al comité de paro se le pararon los jóvenes estudiantes y una serie de organizaciones de base, que como se ha podido constatar, son la esencia de la participación ciudadana en nuestro país, razón por la cual dicho comité tuvo que ampliarse y darle vocería a los que no tenían voz, pero sí llenaban plazas.
¿Por qué del fracaso del comité del paro en sus últimas convocatorias? Varias son las razones, pero la principal es que el sindicalismo en Colombia ha muerto. Se mató solo, con ayuda por supuesto de las nuevas relaciones laborales impuestas por el sistema capitalista. Algunas de estas causas se podrían resumir de la siguiente manera.
- La más subjetiva de las razones de los fracasos a llamados de paro obedece a convocatorias realizadas en tiempos de pandemia, donde la gente, así le toque salir al rebusque, se cuida. Lo llamativo es que estas se realizan entre semana, en horas de trabajo o rebusque, lo cual ha llevado al interrogante si de verdad en estas protestas participan obreros y dónde están dichos destacamentos, ya que no se les ve por ninguna parte. Incluso, se dice en algunos corillos sindicales, que ni las planas mayores de las centrales sindicales hacen presencia en las protestas. Ese sería el caso de Julio Roberto Gómez (CGT), quien prácticamente vive en Ginebra Suiza, sede la OIT, Organización Internacional del Trabajo, donde veranea.
Lo anterior plantea interrogantes y dudas, cuando en su momento el comité del paro, con sectarismo y prepotencia, se autoproclamó amo y señor de la protesta social, como queriendo imitar a Lenin cuando desde el Smolny de San Petersburgo exclamó: ¡Camaradas! La revolución obrera y campesina, de cuya necesidad han hablado siempre los bolcheviques, se ha realizado (Товарищи! Революция, о которой всегда говорили большевики, свершилась!). Se creyeron que eran los dueños de la protesta social en Colombia, la cual, sin obreros, pero sí con amplia burocracia y sectarismo ha fracasado rotundamente.
- La más objetiva de las razones del fracaso sindical de convocar a paros recientes radica en que el empleo formal en Colombia ya no existe. El sindicalismo colombiano se quedó con la teoría, pero la práctica del desarrollo capitalista le demostró que estaba equivocados al no visionar las nuevas relaciones. La apertura económica en tiempos de Gaviria con las leyes 100 y 50, y la flexibilización laboral que llegó con los tratados de libre comercio dieron al traste con el poco empleo formal que había en el país. El mismo Estado se achicó y le dio sus servicios al sector privado, siendo la mejor muestra hoy en día que la mayoría de empleados públicos son contratados por órdenes de servicio de escasos 6 meses continuos.
Esto dio para que las otrora grandes centrales obreras UTC (Unión de Trabajadores de Colombia, de filiación conservadora) y la CTC (Central de Trabajadores de Colombia, de filiación liberal) perecieran ante la ausencia de sus grandes bases sindicales en los puertos, ferrocarriles y las telecomunicaciones. Y si hacia finales del siglo XX quedaban algunos sindicatos, estos poco a poco fueron desapareciendo, tal es el caso de la Caja Agraria y Telecom. Hoy, salvo Fecode y Ecopetrol, lo que queda es caña. Uno que otro sindicato de industria como los mineros del Cerrejón y Cerromatoso, y de ahí pare de contar. En pocas palabras, obreros ya no hay en Colombia, y la gran masa de empleo se encuentra en el sector servicio, donde lo que domina es la tercerización laboral.
Con eso claro, la izquierda falló al no entender el momento del capitalismo internacional y local. Se quedó con unos sindicatos que no reportan nada, y no comprendió que el movimiento social era más amplio y que este se encontraba como ocurre hoy en día en los barrios urbanos, las universidades y el campo. El paro agrario durante el gobierno Santos y la crisis papera de hoy en día confirman que en el sector agrario hay un capital por integrar a la protesta social. No en vano los verdaderos asistentes a las marchas que las centrales sindicales convocan son los citados actores y no la otrora base obrera.
Por otro lado, al analizar las cifras del empleo en Colombia y compararlas con el personal sindicalizado nos encontramos con la siguiente situación:
- Según cifras de empleo y población a 2020, de los 50 millones de colombianos, 39.8 millones son considerados en edad de trabajar. De estos, solo 22.5 millones están activos y 17.3 millones inactivos De los activos, supuestamente 18 millones están trabajando, mientras que 4.5 millones son considerados desempleados. Al resto, se le llama informales. Rebusque diario.
- En cuanto al personal sindicalizado, de acuerdo al Censo Sindical de 2017, apenas hay 1.424.084 afiliados a las diversas organizaciones sindicales. Es decir, apenas entre un 5 y 6% son los sindicalizados en Colombia. Veamos su pertenencia:
- La CUT cuenta con 577.532 afiliados, siendo su fortaleza el sector de los educadores, caso Fecode, que según se dice agrupa a 300.000 docentes. Otros sindicatos son los funcionarios y trabajadores estatales. Algunos del sector minero como hidrocarburos, energéticos e industria del carbón. Donde Fecode se retire de la CUT, está central sindical desaparece.
- La CGT cuenta con 606.073 afiliados, representados en sectores varios y no determinantes, destacándose fundamentalmente su sindicato fuerte en la ex-Saludcoop, gremio que se les afilió en el momento de su crisis, y cuyos empleados habrían sido entregados mediante dádivas por el propio gobierno de entonces, tal y como lo habría hecho en su momento con los obreros de Pacific Rubiales.
- Otras centrales obreras son la lánguida e histórica CTC, dominante durante el siglo XX, con apenas 169.291 afiliados; la Confederación de Servidores Públicos y de los Servicios Públicos de Colombia (CSPC), con 7.873 afiliados; la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT), con 31.153 afiliados; y, finalmente, la otrora reina sindical del siglo XX, la conservadora central UTC/USCTRAB, con la irrisoria cifra de 32.126 afiliados.
Pero más que escasez en cifras, el sindicalismo colombiano padece una crisis agravada por el sectarismo heredado del siglo XX y las relaciones mafiosas. En el caso de la CUT. Esta central cuenta con una serie de grupos y grupúsculos, todos los cuales, aparte de creerse Lenin en el Smolny y enfrentarse unos contra otros, se despedazan por la burocracia y los contratos que esta tiene en su haber, tanto por aporte de sus afiliados, el gobierno y organismos internacionales. Además, la presidencia de Diógenes Orjuela ha sido muy cuestionada. De hecho, según mis investigaciones, hay varias cosas que generan una gran lista de suspicacias. Así mismo, hay que considerar lo que sucede con la CGT, donde Julio Roberto Gómez lleva más de 20 años siendo año y señor: está presente en todas las acciones de gobiernos de turno, habla y negocia con ellos, reparte prebendas entre sus directivos de central y dispone de un puesto permanente en la OIT.
Todas las anteriores situaciones han llevado a que, como el 19 de noviembre, el tal paro fuera puro paro, sin obreros. Y para remate, no contó con la ayuda que los sindicatos no quieren reconocer, que es la juventud, la que ha venido participado en las marchas, y la de la clase media e intelectual del país.
De aquí en adelante han quedado dos grandes lecciones: nadie se puede abogar el poder absoluto de una protesta y, menos aún, tomarse la voz sectaria e inquisidora de salir a los medios de comunicación del poder dominante a denigrar de otros sectores políticos que no son del gusto de los seudodirectivos sindicales; y que nuestro país ya es diverso en clases y estamentos sociales, y que obreros como los del siglo XX no hay. Por eso se puede decir de manera lamentable: el sindicalismo en Colombia ha muerto.
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