De anoche a hoy no he sentido el sonido del silencio. Por ende no he tenido la tranquilidad que alimenta y fortalece mi espíritu, el arma con la que intimido el tedio producido por la bulla de los lugareños y turistas, constante en las temporadas de vacaciones y que permanece al acecho para disparar el cortisol en mi organismo, indicativo del famoso estrés que padece la humanidad en estos tiempos.
Esa bulla más el brusco tronar de la prohibida pólvora –aún gentes inconscientes la utilizan- también causa nerviosismo a las inocentes aves que salen despavoridas a volar muy alto sin esperanza de volver a verlas por estos lares, y a los adorables caninos los pone a ladrar y aullar temblorosos bajo los techos.
Mi hijo llegó en la tarde a la cabaña, tuve como siempre la alegría de verlo y abrazarlo; Laika y Paul jubilosos lo recibieron.
La última noche del año transcurrió con abundante lluvia confundida con el bullicio de la vereda. A última hora cancelé la ida a casa de unos queridos amigos para la cena de fin de año; por mucho que nos insistieron en visitarles el aguacero no dejó, el destino se opuso sin remedio.
Dos whiskys serenos, feliz año y a dormir placidos.
Con un pan para mis perros y un trozo del mismo para mí basta para pasar días maravillosos en este sitio, el resto es la compañía de Dios y mis sentidos, son la riqueza.
Poder ver y contemplar las cosas bellas de la vida aquí en el campo: la naturaleza en todo su esplendor, la magnífica combinación del diverso verde vegetal acompañado de flores de tintas alegres de mil colores.
El firmamento azul, nuboso, claro oscuro; no importa es inmenso, es perfectamente delineado en sus bordes por el filo de las montañas de la cordillera oriental que se observan muy cercanas a un pueblito llamado San Francisco de Sales en honor al santo de la amabilidad.
Poder oír y ojalá escuchar el silencio combinado con el trinar de las aves y el sonido del agua. Poder disfrutar el aroma del vaho que percibo de los árboles cuando ha pasado la lluvia y cae la tarde seca.
Y poder oír un murmullo muy suave de unas sonrientes vocecillas femeninas, muy lejanas, casi imperceptibles que pareciera temen romper el sosiego pero que me ponen en alertan y me dicen que no estoy íngrimo; que me amparan y como dueñas de esos murmullos vendrán a verme como ángeles venidos del cielo.
Es el primer día del año nuevo... espero el sonido del silencio.
¡Feliz año 2022!