La incertidumbre de la clase trabajadora, así como de los habitantes de las zonas menos favorecidas de la ciudad de Bogotá, ahora está a punto de convertirse en una tragedia de proporciones indescriptibles. En menos de un mes, el alcalde mayor de la ciudad, Enrique Peñalosa, ha convertido una apuesta ciudadana de dignidad, igualdad y progreso, en una oscura vendetta contra todo lo que se haya conseguido a lo largo de la administración anterior.
Lo que comenzó el 1 de enero como un discurso álgido, cargado de resentimientos píos, a primera vista inocuos y arteros, rápidamente se ha transformado en una de las formas más anti-democráticas, desorganizadas y proclives al fracaso de gobierno que haya visto la ciudad en la última década. Peñalosa no solo ha consolidado una mayoría en el Concejo que lo seguirá ciegamente por las peligrosas rutas por las que pretende lanzar a la ciudadanía; también ha convertido a la fuerza pública (Policía y ESMAD) en la orden del día para cualquier forma de manifestación legítima: El cierre de los CAMAD, así como la cuantiosa baja en los recursos económicos al sector de la salud en Bogotá, los levantamientos forzados de vendedores ambulantes, trabajadoras sexuales y habitantes de la calle, tienen a la ciudad al borde de una parálisis social irremediable.
Todos estos datos, sin embargo, son ya bien conocidos, dentro y fuera de los círculos informativos y allá por donde vaya el ciudadano de a pié, hay denuncias o quejas en contra de la administración; la pregunta, entonces es ¿Dónde están los votantes de Enrique Peñalosa? Pareciera que se esconden detrás de un cómodo silencio, desde el cual pueden expugnar las culpas contraídas por la elección de un administrador que pretende gerenciar la capital del país como si se tratase de una finca, un feudo cuya arquitectura y geografía significan para él solo fichas de ajedrez. Juego peligroso el que está jugando el alcalde mayor capitalino.
De otra parte, las quejas, los reclamos, las iniciativas populares y las voces de los contradictores dentro y fuera de las esferas gubernamentales, parecen haber sido deslegitimadas de raíz y de forma clara y expedita. Mientras tanto, al igual que sus electores, los medios de comunicación guardan silencio; desde el 1 de enero, no se le hace un análisis profundo a lo que significa la entrada en escena en la capital colombiana de un administrador como Peñalosa, empecinado en eliminar todo rasgo distintivo de Bogotá Humana.
Bien es cierto que es preciso esperar un tiempo considerable para entrar en detalle con respecto a una administración u otra; sin embargo, a modo de reflexión, vale la pena recordar que una vez llegado Gustavo Petro al palacio Liévano, los medios de comunicación tradicionales no se hicieron esperar y le encontraron fallas a diestra y siniestra; desde su gabinete y sus asesores políticos, hasta el peso social de sus políticas, e incluso la legitimidad de su elección ¿No valdría la pena, entonces, que los medios se hicieran esa misma pregunta con Enrique Peñalosa? Repentinamente, la nación carece de ciudad capital; casi ocho millones de anónimos se han transformado en sombras, en resabios de un tarjetón y un hashtag en Twitter. Sería importante poderle preguntar al Señor alcalde mayor de Bogotá, Enrique Peñalosa Londoño ¿Para quién es esa? ¿A quién pretende? ¿Está recuperando Bogotá? O la está comprando. Sin esperanza de respuestas a estas preguntas en un futuro cercano, sus votantes duermen tranquilos y callan en taciturna complicidad.