Tomemos en esta ocasión al silencio entendido como lo tácito, el no decir diciendo y el decir no diciendo. Un silencio es relativo porque socialmente es muy importante para regular el sistema mediante una sutil dialéctica de aproximación o distanciamiento.
El silencio, utilizado como instrumento de poder es el significado del miedo, de la inseguridad y de la desconfianza, el signo de lo imprevisible y difícil de interpretar a un tiempo significando lo inaprehensible y significante de lo oculto o reservado, y, una especie de fantasma al revés en el cual el sudario es invisible pero el ánima palpable.
En su cuadro titulado El coloso o El miedo Goya ha logrado plasmar algo semejante. Contra lo que a primera vista parece, se teme más al que calla que al que habla, siempre que el que calla lo haga por decisión propia y no por imposición externa. Pues a pesar de todas sus simulaciones y equivocaciones de sentido, el que habla descubre siempre huellas de su postura y sus intenciones. Por eso dicen que por la boca muere el pez. Si el habla son palabras que tiene más de un significado, el silencio es designar una cosa con el nombre de otra con la que mantiene una relación de proximidad pura, un camaleón de sentidos.
Una forma retórica de silencio semejante a las mencionadas es el llamado eufemismo. El eufemismo es significar o tratar de paliar rasgos negativos o desagradables de la realidad, expresándola en tintas más suaves. El eufemismo puede afectar a las personas o a las cosas. Cuando el eufemismo no es voluntariamente elegido, sino producto de la coacción social, estamos en presencia de un impedimento.
Hablar mucho, es, en cierto modo, un acto de violencia, ¡aceptado! Cada vez que nos dirijamos al otro comunicando, expresando, o preguntando algo, lleva esto implícita una exigencia de respuesta. La salida de escape del silencio es interpretada como una forma de respuesta. La única escapatoria en una situación parecida es la simulación, o sea, el decir evasivo que implica una forma indirecta de silencio. Dar el silencio por respuesta supone, en cambio, un acto de autoviolencia para el que lo realiza. Como dice la psicología: no es fácil dejar de saludar al vecino con el que uno está enojado.
Quizá se logre reprimir el saludo, pero las cejas, el rostro y otras partes del cuerpo tratarán de rebelarse. Y si, a pesar de todo, se logra llevar a cabo el propósito, será a costa de un irreprimible sentimiento de malestar y aversión. Es impetuoso no responder o negar la respuesta.