"El Siete Colores" un bandolero que Colombia no olvida

"El Siete Colores" un bandolero que Colombia no olvida

El 9 de junio de 1965, 1.200 militares acabaron con Efraín González. Hoy muchos ciudadanos lo recuerdan como un mártir que aun vive como mito

Por: Luis Servando González Ayala
enero 23, 2020
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Foto: Archivo Banco de la República

Lo enterraron en Yopal, donde entierran a los guapos, en medio de un regimiento y lo cuidan más de cuatro. Así dice la canción que prohibiera el gobierno nacional y que hacia referencia al rebelde más grande que ha tenido la historia colombiana.

Había nacido en un pueblo llamado Jesús María en Santander, o tal vez en Albania Cundinamarca, prestó sus servicios en el ejército llegando a ser cabo primero y fue testigo presencial de la muerte violenta de su padre, su hijo y su madre, tal vez esto ayudó a endurecer su corazón.

Se volvió un chusmero, un rebelde, un bandolero, en contra del estado, robaba a los ricos y les daba a los pobres, enfrentaba al igual al ejército que a la policía, con una característica, que los enfrentaba sólo, esa era su esencia, era un solitario, aunque en algunos momentos tuvo grupos pequeños él era sólo. En un principio el gobierno supo de su existencia y hasta trabajo con él cuando había que hacer algo ilegal, trabajó también, y en lo mismo con los esmeralderos del Occidente de Boyacá y en Chiquinquirá. Recorrió varios municipios de Quindío, Boyacá, Cundinamarca y Santander.

Se volvió un mito, se decía que se transformaba en una planta, en un animal, en una piedra, se disfrazaba de pordiosero, de cura y hasta de monja, por eso sus apodos: el siete colores, don Juan o el hermano Juanito o simplemente su nombre, Efraín González.

En su paso por los pueblos se crearon leyendas como las de Tunja que decían que solitario llegaba a una tienda, hacía amistad con la gente, no hablaba mucho, ni poco, hablaba lo necesario. Gastaba cerveza y siempre con un disfraz distinto pagaba toda la cuenta y una vez que se retiraba dejaba sobre la mesa o mostrador un papel diciendo aquí estuvo Efrain González. Tal vez por eso el mito y por eso la leyenda.

Se volvió un peligro para el régimen, lo perseguían, lo enfrentaban y no lo capturaban, simplemente no podían, su astucia, su habilidad e inteligencia sumado al mito que se había creado hacía que el enfrentarse a él fuera motivo de miedo, de temor, de enfrentar a algo más allá que un ser humano. Cuando lo emboscaban, parecía que estaban contra muchos hombres porque respondía al fuego desde varios lugares al mismo tiempo, no se entendía porque un solo hombre podía hacer esto, era algo sobrehumano. En plenos combates salía a correr un gato negro y él desaparecía, o simplemente no había más respuesta al fuego y cuando se acercaban ya no estaba, no aparecía, se había esfumado o tal vez transformado en roca o en árbol, o en murciélago, o en arcoíris o en mariposas.

Siguió siendo perseguido, a un gobierno no le puede ganar un hombre, así tenga pactos con el más allá, o con los mismos del más acá. El nueve de junio de 1 965, después de una labor de inteligencia y de alta traición de su misma mujer lo ubicaron en una casa en el barrio San José de Bogotá, fue una fuerza desmedida, un batallón de doscientos hombres cercando a uno sólo y este les hacía frente, después de varias horas de combate hubo que llamar refuerzos, ahora eran otros mil, ya por todos eran mil doscientos contra uno, y se les enfrentó hasta que quedó sin munición, se les había escapado a los más de cinco mil tiros de fusil, a los mas de cincuenta disparos de cañón antiaéreo enviados por un tanque de guerra, a los gases lacrimógenos que cayeron en la casa, mientras ellos seguían disparando sin saberlo. Había salido a correr sin que se dieran cuenta, pero fue una cosa del destino que un pobre soldado que estaba retirado de la línea de fuego en medio de la oscuridad de un lote cercano vio la silueta de un hombre correr y más por susto que por otra cosa le dio un culatazo y al caer le disparó y allí sin saberlo y sin pensarlo quedó tirado el cuerpo del último y más grande bandolero que tuvo la historia colombiana.

La noticia de manera inmediata fue un revuelo nacional, todos los medios la registraron y la gente cada vez más empezó a llegar y gritar arengas en contra del gobierno, hubo necesidad de traer mucha policía para acordonar la zona, esto era un problema de seguridad nacional. Se hizo el levantamiento del cuerpo y en el mismo sitio al otro día se improvisó un pequeño altar con una virgen y un crucifijo, y empezaron a llegar ramos de flores, espermas y veladoras. La figura, el mito seguía con más fuerza en el subconsciente colectivo del país. El gobierno por su parte decidió enterrarlo lejos del centro del país, donde nadie llegara a venerarlo, donde muriera por siempre y para siempre de la memoria de su pueblo.

Lo llevaron lejos donde nadie llegara, a una tierra inhóspita, una tierra de nadie, un pueblo con menos de trescientos habitantes, lo llevaron a Yopal y su cuerpo fue enterrado en una guarnición militar, la tumba la cuidaban día y noche seis soldados, había que evitar que se llevaran su cuerpo o que lo convirtieran en un mártir.

El tiempo acabó con el mito, ya pocos lo recuerdan, ya la tumba está abandonada y nadie la cuida, ya Yopal es una gran ciudad y sólo queda una cantante que va de tienda en tienda cantando para que le paguen y si alguien le pide de su repertorio la canción de Efraín González, temerosa mira a lado y lado, como asegurándose de que alguien no la vaya a ver o escuchar y sin saber quién es ese alguien se decide a cantar y después que termina, aún temerosa cobra lo suyo y se va quizás queriendo que nadie más le vuelva a pedir esa canción, o quizás queriendo que todo el mundo la pida y ella pueda decir con orgullo que es de las pocas personas en Colombia que se sabe una canción que el gobierno nacional prohibió después que fuera grabada en honor al bandolero más grande que tuvo el país, en honor a Carlos Efraín González Téllez, el mito, el bandolero, la historia, la leyenda.

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