Después de la liberación sexual de los años sesenta y setenta vino la era Reagan y el Opus Dei volvió a mandar. Cómo si de un castigo divino se tratase ante los excesos del flower power, surge, entre la promiscua población homosexual, tal y como lo decían una y otra vez los noticieros, las campañas de prevención y hasta políticos, el Sida, la plaga más temible que hubiera padecido la humanidad.
La homofobia, como el látex, se disparó. Los ochentas es una de las décadas más pacatas de la historia de la humindad por culpa de una histeria colectiva de una enfermedad sobre la cual nunca supimos nada. Al principio se pensaba que el virus podía entrar con un apretón de manos, que era diez veces más pequeño que el condón más resistente, que se podía contraer al sentarse en un inodoro o con sólo ver a un par de maricas bailar en una discoteca. Es tanta la ignorancia que ni siquiera sabemos qué diferencia hay entre un portador de VIH y un enfermo de SIDA.
Decían que los fumadores inveterados de marihuana estaban más expuestos a contraer el virus que los que iban a misa y sólo se garantizaría la inmunidad si se estaba al calor de una chimenea, rodeado de Papá y Mamá, o en una iglesia, al amparo de la homilía de un sacerdote pedófilo.
Las estadísticas de la época revelan que más que ignorancia el Sida fue el castigo que usó la derecha católica estadounidense para reconquistar los valores perdidos en la década en la que la imaginación casi se toma el poder. Juan Pablo II, parado frente a una multitud hambrienta en Etiopía, afirmó que el condón era un pecado y aconsejó tener más relaciones sexuales entre ellos para procrearse y honrar al padre celestial con cada fruto de su vientre. El resultado fue que el virus se multiplicó en África y en todos los países donde la fe católica era mayoría.
Mientras tanto, en el primer mundo, también cundía el pánico, la ignorancia y la homofobia. Los ídolos hippies le dieron paso al heroísmo celestial de Superman quien, como Jesucristo con María Magdalena, nunca tuvo un sueño húmedo con Luisa Lane. El rock descarnado de los setenta le dio paso al inofensivo pop. Las telenovelas inocentonas y tontas como la australiana El pájaro espino se impusieron en el mundo y los derechos que se habían ganado los homosexuales en las décadas pasadas retrocedían por culpa de una enfermedad que no tenía cura y que era una plaga traída ´por Dios para todos aquellos que repetían los viles actos por los cuales fue destruida Sodoma.
El golpe de la derecha y sus exageradas estadísticas (En algún momento llegaron a decir que, en el 200,0 una de cada cien personas en el mundo tendría SIDA, el apocalipsis zombie se avecinaba!) hicieron que muriera la época en donde era obligatorio soñar con un mundo mejor. La era de las matanzas y de la homofobia había empezado de nuevo.
El Sida siempre fue menos peligroso que la histeria que generó su presencia entre nosotros