Se acerca el juicio final: el esperado momento de poner fin a estos "tiempos oscuros en donde los malos son presentados como buenos y los buenos como malos". Esa es la buena noticia. Y el elegido para ejecutar la titánica labor de clasificar a los hombres entre buenos y malos y desenmascararlos no podía ser otro que… el célebre Abelardo de la Espriella. Esa es la mala noticia.
El entrecomillado corresponde a las palabras con que el ostentoso abogado anunció urbi et orbe que asumiría la defensa del integrante del Esmad que causó la muerte de Dilan Cruz.
Y Abelardo comenzó su defensa, naturalmente, de forma mediática, altisonante y arrogante. Acto seguido, procedió a intimidar a todo el mundo anunciando que la directora del Instituto de Medicina Legal "debe ser investigada de manera urgente por parte de organismo de control para efectos de evaluar la imposición de sanciones de tipo disciplinarias que haya lugar". Todo porque el dictamen rendido por el Instituto de Medicina Legal arrojó que fallecimiento de Dilan Cruz correspondió a un homicidio.
Es parte de la puesta de escena del talk show al que el abogado nos tiene acostumbrados. Amenaza con el fuego eterno de una denuncia penal a todo aquel que se opone a sus argumentos. Cada vez que defiende una causa sale en televisión, creyéndose la verdad revelada con su afectada perorata greco-cordobesa.
La estrategia jurídico-mediática es sencilla ("ya me conozco el truquito", como la canción Sin Sentimiento de Niche): desviar la atención del debate hacia un subtema, como maniobra de distracción que esconda las debilidades argumentativas de su alegato. Es lo que se conoce como falacia de la pista falsa en donde el objetivo es crear sombras al dictamen técnico de Medicina Legal, que catalogó la muerte de Dilan Cruz como homicidio, y señalar prejuzgamiento y su consecuente violación al principio de presunción de inocencia.
Y mientras estamos sumidos en una discusión acerca de si son galgos o son podencos —como en la fábula de Iriarte—, si Medicina Legal debía o no debía decir que la causa de la muerte fue un homicidio, el tema principal pasa a un segundo plano y entretanto se proponen incidentes, recursos, recusaciones, oposiciones manifiestamente encaminadas a demorar el normal desarrollo del proceso y las tramitaciones legales y, en general, a esa suerte de abuso de las vías de derecho al que suelen recurrir algunos abogados. Si los hechos no le convienen apele a las pruebas. Si las pruebas no le convienen apele a los hechos y en último caso, si no puede convencer, confunda.
¿Qué duda cabe que hubo un homicidio en el caso de Dilan? Alguien lo mató y todo apunta al que apuntó el arma. ¿Qué pretendía Abelardo que dijera el dictamen?, ¿qué fue un suicidio?, ¿que se desconocen las causas de la muerte de Dilan?
Eso de que "asistimos a tiempos oscuros en donde los malos son presentados como buenos y viceversa" no suena nada bien y es una discusión mas bien alejada del derecho y más próxima a la moral, o más propiamente al maniqueísmo y la polarización entre los buenos y los malos. Nuestro Cicerón mediático debería leer con más frecuencia el Código Disciplinario del Abogado por aquello de que es un deber "mantener en todo momento su independencia profesional, de tal forma que las opiniones propias o ajenas, así como las filosófica o religiosas no interfieran en ningún momento en el ejercicio de la profesión", pero lamentablemente Abelardo alguna vez dijo algo así como: "La ética no tiene na que ver con el derecho".
Mientras comienza el juicio de los buenos y los malos Abelardo apocalípticamente manifiesta: "esa defensa será de primera para nosotros, determinante, porque no está en juego la inocencia de un hombre, está en juego la dignidad de un país". Suena patriótico.
Hace unos años también había dicho: "Mancuso dio una lucha que hemos debido dar todos los cordobeses". El talk show ha comenzado: "¡que pase el desgraciado!".