Hasta hace algunos años se había colgado en el ideario colectivo un quinto poder nacional y era el de los medios de comunicación. Efectivamente, los medios se apoderaron de la verdad verdadera, del contenido de los hechos y el resultado de las acciones de los colombianos.
Sin embargo, el miti-miti de este permiso abrogado no nos parece tan malo, cuando no es personal su injerencia. Cuando se trata de escarbar en la vida pública y privada de los personajes nacionales, nos parece un deleite, sobre todo si se trata de políticos corruptos – que parece un pleonasmo- pero tengo que admitir que hay políticos no tan sinvergüenzas.
Al referirme al quinto poder, hablo acerca de lo que es permitido y no de contar, de informar. Todo absolutamente todo se puede decir si se trata de medios de comunicación. Ellos están protegidos legalmente y con libertades propias para el ejercicio de su profesión. Eso está bien. En un país donde campea la corrupción y la delincuencia de finos modales, de alta prosapia, es bueno que algunos se atrevan a destapar el “perfume “ que los unge en su vida pública.
En estos momentos de urgente nacionalismo, es muy complicado decir que los medios de comunicación están haciendo un trabajo honroso y abierto. Los escasos portadores de sus credenciales tienen dos opciones: O hablar o callar para siempre. Y muchos de ellos han callado para siempre bajo las balas asesinas de los enemigos de la verdad.
Creo que se ha declarado un sexto poder nacional. El Poder del silencio. Que la gran mayoría estamos haciendo buen uso de él. Es tan intenso y fuerte este poder que el país nacional por físico temor cohonesta con la patarata de quienes validan su fuerza y terror.
