Apoderándose de manera absolutista de causas universales como la defensa de los derechos humanos, el medio ambiente, la megaminería, el fracking, las migraciones, la desigualdad, la ideología de género, entre otros temas, las izquierdas se muestran como bondadosas organizaciones políticas altruistas, idílicas y sensibles, que cautivan, seducen y enamoran.
Primero lo logran con los jóvenes, por esa sed de justicia social, que como un estallido, a la par de sus hormonas, es manifiesta en ellos. Sus líderes y caudillos lo saben, conocen del sarpullido comunista, de ese brote pasajero pero de mucho cuidado, pues de no tratarse con la farmacopea e indicaciones necesarias puede comprometer la vida del paciente y todo el organismo social, ocasionando el deterioro y la posterior muerte del mismo.
En principio, afecta la salud con síntomas como una supuesta felicidad y euforia, pues su cuerpo recibe gratificaciones sin mayor esfuerzo, robando a los más robustos y sanos su energía vital, la que pierden en favor del parásito que comienza a incubarse, generando en poco tiempo una verdadera pandemia que afecta todo el sistema inmunológico del Estado y la nación entera, que víctima de terribles fiebres se hace más débil y convulsa.
Es que los derechos fundamentales, entendidos como las primarias funciones fisiológicas, se contraen y colapsan ante la defensa del organismo, que ya ha sido invadido de manera sutil, tenue, por la bacteria o virus político. Una mísera condición se cierne sobre todos los pacientes contagiados, hambre que no puede saciar, escasez, miseria y pauperización, mientras impotente se observa, como los que inocularon el virus o la toxina, se ven cada vez más sanos, robustos y fuertes.
La transmisión de la enfermedad tiene ocasión con la destrucción inicial de las defensas más importantes del individuo, el irrespeto de los más sagrados valores axiológicos, y la llegada y aceptación de una cascada de derechos dulcetes, melifluos y hedónicos —inspirada por literatos, intelectuales y filósofos agnósticos de arrolladora inteligencia que se enfrentaron a Dios y al orden establecido, sin temeridad, desafiantes e irreverentes—. Todo ello acolitado por legisladores permisivos y somnolientos, y cortes indulgentes.
Estamos advertidos: una vez detectada la enfermedad y sus agentes de difusión dependerá de todos nosotros el cuidado de la salud del paciente llamado Colombia.