Don Evelio nunca imaginó que su trabajo se multiplicaría, y a veces se triplicaría, por cuenta de la ira implacable de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU) lideradas por Carlos Castaño.
Fue en el año de 1994 cuando empezó a enterrar en el único cementerio de Turbo, el de Nuestra Señora del Carmen, y allí ha pasado su vida entre difuntos y vivos contando historias de horror y dolor de quienes van para despedir a sus muertos de Apartadó, San Pedro de Urabá, Necoclí, Arboletes y Turbo.
Llegó a Apartadó con la ilusión de escapar de la violencia paramilitar y guerrillera de San Roque, su pueblo natal en el nordeste de Antioquia. Después arribó a Turbo sin trabajo, hambriento y lo único que encontró para sobrevivir fue el de enterrador. Durante más de dos décadas ha despedido a todo tipo de personas, acomodados y humildes, reconocidos y anónimos, políticos, hijos de las familias tradicionales de la región, presidiarios, el carnicero, el adolescente que husmeaba lo ajeno, el profesor, la familia entera asesinada en una masacre, porque todos son iguales a la hora de estar frente al pico y la pala de don Evelio.
Lo único que nunca pensó vivir fue el alud de muertos que le llegaron en los años noventa, cuando se recrudeció el conflicto entre paramilitares y guerrilla (y el Ejército de por medio) sin saber, a veces, ni a quién sepultaba. En una población tan pequeña los muertos llegaban a diario o día de por medio alcanzando, incluso, a días en los que llegó a enterrar hasta diez personas, algunos NN, casi siempre por muertes violentas y sin causas conocidas porque nadie se atrevía a mediar palabra.
El fallido intento de vivir el sueño americano
Cuando uno escucha decir que alguien llegó a Estados Unidos por el “hueco” inmediatamente a uno se le viene a la cabeza el cruce macabro entre México y el país norteamericano. Pero no. El hueco del que habla don Evelio es el que existe entre el corregimiento chocoano de Sapzurro y Ciudad de Panamá.
Desde hace por lo menos cinco años los habitantes de Apartadó, Turbo y Necoclí han tenido contacto con polizones de lugares tan lejanos como China y Eritrea, Sudáfrica, quienes llevan días caminando por la denominada ‘Ruta del Sol’ con el fin de llegar a Estados Unidos.
La región bananera del Urabá antioqueño se ha caracterizado por ser una zona estratégica para los grupos armados ilegales, tanto guerrillas como bacrim, por cuenta de la riqueza de su tierra y su posición geográfica, y hoy se le suma un nuevo actor, un lugar de tránsito para inmigrantes que entran por Ecuador.
Turbo, Antioquia, se ha convertido en el foco de esa industria que está conectada con el narcotráfico, mercado negro de armas y los grupos ilegales, y ese mismo lugar es el que recibe a decenas de inmigrantes que, en medio de una travesía en la que ellos son conscientes de que muchos de sus colegas no han salido bien librados, deciden montarse en una pequeña embarcación motorizada con el fin de cruzar el Golfo de Urabá para llegar a la Región del Darién y Sapzurro, en los límites entre Colombia y Panamá, donde esperan hasta la madrugada resguardados en grupos en una choza comiendo malta y salchichón, según testigos, para cruzar canal y así comenzar la travesía por toda América Central con el propósito de ‘coronar’ el país del ‘Tío Sam’.
Por ejemplo, la Fuerza Naval del Caribe ha encontrado a 27 inmigrantes entre enero y mayo de este año.
Sin embargo, muchos de ellos no corren con la suerte de algunos de sus amigos y familiares, y naufragan en el intento de cruzar el Golfo. Es ahí cuando entra a actuar en esta “película” don Evelio Antonio Cortés, que ha sepultado como NN en bóvedas de cemento a 13 de estos polizones que han muerto en la aventura. Esa cifra de cadáveres la aportó solo el año 2013, cuando la Armada Nacional los encontró en altamar, sin identificación. Don Evelio los recibe “pa´ meterlos en el hueco”, cuenta él, una vez le realizan la necropsia.
Los restos de los NN, bien sean colombianos o extranjeros, no se pueden dejar por ahí rodando. El municipio le paga al cementerio un bodegaje cada cuatro años para puedan tener descanso eterno, así la muerte haya sido tristemente escabrosa. Es más, hay cuerpos enterrados como NN colombianos desde hace más de 10 años.
Sin embargo, don Evelio también sabe desenterrar. Y le toca hacerlo con el mismo cuidado con el que los entierra cuando llegan órdenes judiciales o cuando los familiares logran identificarlos y Medicina Legal autoriza entregar los restos para que se los lleven a sus lugares de origen.
A sus 58 años parece que hubiera vivido mucho más. En sus ojos se ven los rostros de los padres, hermanos, amigos y hasta extraños que han llorado a sus difuntos y que don Evelio ha despedido en silencio, el mismo que guarda cuando se le pregunta por las historias de los vivos que han sobrevivido a sus difuntos.
@Sebastiandiazlo