Hoy día, la depresión es un síntoma contemporáneo generalizado, es una manifestación de las imposibilidades del sujeto del siglo 21.
Cuando se pensó que el hombre a través de las mejoras de su realidad material iba a obtener el bienestar, el bienestar lo sorprendió con la falta de sentido de su ser o con la imposibilidad de lograr los ideales que él se ha trazado, según el imaginario de la sociedad en la que se ha criado y lo ha influenciado.
Si uno habla con cualquier persona hoy en día y le pregunta que si ella es feliz, lo más cercano que puede recibir de primera mano es una sonrisa, más no una respuesta en palabras. Ello denuncia que esa persona, aunque está viva, no está conforme con su vida tal y como está en el momento en que uno se lo pregunta.
A lo sumo, esa persona no ha podido realizar sus sueños. O anhelando que todo lo que quiere se le haga fácil, o no lo consigue, o no lo ha adquirido tan rápidamente como lo demanda.
En una sociedad del fast and easy y del everything to take, el sujeto contemporáneo olvidó que todo cuesta.
También, dejó de lado que más allá del precio que se le da a las cosas en dinero, adquirirlas tiene un costo. Que más allá de conseguir algo que se desea, al lograrlo, se presenta la perplejidad de no saber qué hacer con ello, o la tortuosa tarea de no saber cómo sostenerlo para que no se acabe o no se escape.
Así mismo, ignoró que el mundo no está diseñado para que gire en torno al capricho de quien cree tener la razón en todo, sino para que el hombre se adapte, y que el costo de la adaptación es aprender la difícil lección de convivir entre diferentes, y no en la alocada tendencia de hoy que impone la homogeneización de las ideas, los comportamientos y los modos de sentir.
Por ello, hoy muchas personas padecen el sentimiento azul, porque miran al cielo buscando sus ideales sin que nada les cueste y cuando bajan su mirada a la altura de los ojos de los otros seres humanos, más que encontrar una mirada conciliadora, dispuesta a comprender lo que le sucede al otro, lo que hayan es una mirada egoísta que está pensando más en su bienestar que en el bienestar de todos.
A esto último se le llama bullying, palabra que traduce intimidación, algo que hace parte de la naturaleza de lo humano, quien siempre busca someter al más débil a su caprichoso estilo de obrar, produciendo en quien siente el asedio un sentimiento azul por el frío que lo habita, las sobras que lo rodean y la soledad en la que se encuentra.
Hoy nos intimidan los ideales porque el mundo cambió y al no comprenderlo, para muchos, el filtro es azul.
