El sensasionalismo que necesitamos

El sensasionalismo que necesitamos

A pesar de tener una sociedad cada vez más compleja y deteriorada, este fenómeno mediático es algo que podríamos aprenderle a Estados Unidos

Por: Daniel Correal Aguilera
junio 03, 2020
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El sensasionalismo que necesitamos

El video ya se había acabado pero seguía mirando con estupor la pantalla. Tenía la mirada perdida, estaba completamente anonadado ya que genuinamente no podía creer lo que había visto. Las horas pasaban y al tratar de olvidarlo seguía teniendo ese recuerdo indeleble rondando mi cabeza, donde siempre la protagonista era esa cínica mirada de Derek Chauvin.

Todavía me costaba creer como el último respiro de George Floyd había sido una exhalación entre el pavimento y la rodilla de un agente de policía.

No lograba comprender cómo una realidad tan ajena a la mía, en un país lejano con una persona que jamás conocí, podía llegar a hacerme sentir tal nivel de empatía y dolor.

Evidentemente me han abrumado en el pasado un sinfín de confrontaciones racistas con sus respectivas fatalidades, pero luego de un prolongado momento de reflexión llegué probablemente a la misma conclusión a la que llegaron millones de personas en el mundo de por qué esta tragedia era diferente.

Más allá de la crudeza de sus imágenes, la muerte de George Floyd fue la gota que rebosó la copa. Ya no solo eran unos cuantos los agobiados por la injusticia racial, independiente del contexto. Ahora era el mundo entero.

Para consuelo mío, traté de extrapolar la situación al contexto colombiano con el fin de encontrar un poco de calma, procurando pensar qué pasaría en mi patria si ocurriera una situación de índole similar, una tan macabra y agobiante.

¿Cómo mostraríamos el inconformismo? ¿También quemaríamos carros y nos mataríamos a golpes? ¿O quizá seríamos más mesurados y llevaríamos a cabo una marcha pacífica? o la pregunta final terminaría siendo, ¿siquiera protestaríamos?

Mi respuesta es algo abrumadora; no, probablemente no lo haríamos.

Estados Unidos, donde todos son reporteros

En este momento nos encontramos indignados gracias al fenómeno mediático que se ha generado en todo el país norteamericano, donde hay tantos reporteros con sus celulares, personas ordinarias con el deseo de documentar cada minuto, que es poco probable que cualquier hecho pase desapercibido. Esta es la razón por la que nuestro celular o computador está lleno de videos de abuso racial en Minnesota, California y Texas, entre otros estados.

Esta es la forma de generar impacto de la mayoría de la población estadounidense, fuera de los vándalos que han destruido el país; generando consciencia mediante las redes sociales frente a la segregación de la raza afroamericana, hoy, en el 2020, cuando pensábamos que esto era algo del siglo pasado.

Por el otro lado, al hablar del caso colombiano y una situación en donde se llegase a presentar un escenario similar, probablemente no tendríamos el mismo resultado en cuanto a conciencia ciudadana se refiere.

De hecho, hemos tenido casos de homicidio racial recientemente, para asombro de muchos. El hecho de que se hablara poco o nada de ellos es el problema, exactamente a lo que hago referencia.

En el mes de abril del año 2015 un número extremadamente modesto de afroamericanos se reunió en diferentes puntos de Bogotá para expresar su inconformismo frente a la realidad que vivían.

Daniel Andrés Perlaza y Edward Samir Murillo fueron asesinados a tiros aquel mismo año por ser de piel negra. Cristóbal Padilla, alcalde de Ciudad Bolívar, mencionó que no había certeza de que la muerte de estos dos jóvenes fuera por racismo, incluso cuando testigos afirmaran que antes de que les dispararan los asesinos dijeron “hay que darle piso a esos negros”, como reporta Nathan Jaccard para Semana. ¿Qué puede haber más explícito que esto para poder decir que fue por racismo?

Ese mismo año María y Jorge, otros de los entrevistados, mencionaron haber sido agredidos explícitamente por ser negros, haciendo alusión a que sus agresores mencionaban que los iban a “erradicar” por su color de piel.

Como estos casos hay docenas, sobre todo con el fenómeno migratorio de los afroamericanos que han llegado a las ciudades desplazados por la violencia.

En Colombia no existe una delimitación concreta frente al racismo, no tiene un componente formal al cual apelar. En prácticamente todos los actos vandálicos y discriminatorios no se ha podido atribuir el origen del conflicto al color de piel, cuando ha sido evidente que esta ha sido la única causa del infortunio.

La verdad es que a nivel judicial no se ha incorporado la idea de racismo al evaluar ataques sobre los afroamericanos. La Ley de antidiscriminación establecida en 2011 es simplemente un saludo a la bandera, donde hay docenas casos reportados de abusos racial y muy pocos procesados bajo esta jurisdicción.

Luego, en 2018, Los Informantes presentó la alarmante estadística donde en los primeros cinco meses de dicho año habían sido asesinadas 17 personas en Bogotá solamente por su color de piel. Con esta noticia pasó prácticamente lo mismo que con la anterior, fue casi que nulo el asombro o la respuesta por parte de la ciudadanía ante un reportaje de semejante calibre.

Así, como es evidente, para tener sentido de pertenencia frente a un problema de discriminación no es necesario salir de nuestras propias fronteras. Claro, #BlackLivesMatter, ¿pero cuando son nuestras black lives, igual matter?

Es curioso cómo este sentimiento de empatía racial surgió por el asesinato de George Floyd, cuando hemos venido viviendo esta dura realidad en nuestro país desde hace años.

La República

Para Platón, tal y como menciona en uno de sus relatos de La República, la sociedad más injusta que puede existir es la que aparenta y engaña con ser justa, pero no lo es.

En Estados Unidos ha existido la noción de injusticia racial desde siglos atrás, con unos picos más acentuados que otros, pero siempre con la constante de menospreciar la raza negra y la consciencia de ello. A partir de este problema ha surgido infinidad de investigación en el tema, no solo frente a homicidios, sino que hay una larga lista de estudios de cómo la vida laboral e interpersonal de esta minoría se ve flagelada a diario por su color de piel.

Por ejemplo, Gary Becker, premio Nobel de Economía, presentó en uno de sus estudios cómo los salarios de los afroamericanos eran menores que los de un blanco igual de calificado, donde las empresas preferían incurrir en una pérdida económica solo para contratar a este último. Dicho estudio fue en 1957.

En 2014, Bonikowski, Pager y Western publicaron un artículo académico mostrando que la discriminación racial sigue vigente, ya que, al solo cambiar la raza en la solicitud del aplicante para un trabajo, se presentaban considerables diferencias en los resultados de las ofertas laborales.

En Colombia, por otro lado, vivimos en una sociedad bajo la definición platónica más injusta que la norteamericana, siendo menos ecuánimes racialmente. Las razones son las siguientes.

Primero, porque tenemos la noción de que no somos racistas engañándonos a nosotros mismos. Tenemos la errónea concepción de que la discriminación o algún prejuicio en contra de un grupo étnico tiene que verse siempre reflejada en un asesinato o un atentado contra el orden público.

No necesariamente, podemos vivirlo de manera pasiva en nuestro día a día y es lo que venimos haciendo desde tiempos de antaño.

Esta situación, como explica la psicóloga Dolly Cough, profesa de la Universidad de Nueva York, se ve explicada por una discriminación inconsciente, principalmente evidenciada en los chistes o comentarios que hacemos a diario.

De esta manera pasamos de generación en generación sin darnos cuenta este sentimiento de inferioridad hablado desde el privilegio, donde mentes estrechas generan prejuicios al no entender que, más allá del trasfondo histórico de una minoría subyugada, no hay diferencias sustanciales entre una raza y la otra.

Segundo, lastimosamente no tenemos literatura extensa o cobertura mediática como otros países para darnos cuenta del problema, pero aún cuando la tenemos, cuando hay plantones con cantidades paupérrimas de afroamericanos luchando por sus derechos en la capital del país y donde sí hay evidencia sustancial de racismo, nos hacemos los de la vista gorda y esta pasa a ser una noticia más del montón.

Así es posible concluir, bajo la lógica de Platón, que vivimos en una sociedad injusta donde las personas creen estar adentradas en una realidad muy lejana a la verdadera, donde su vista está nublada por el privilegio.

¿Hay solución?

El panorama parece desolador y la debacle parece no tener fin. ¿Estamos destinados a estas decenas de categorizaciones? La discriminación no solo apela color de piel, sino que concierne también al género, al país de nacimiento, a la religión o la identidad sexual, entre muchas otras categorías.

Puede que haya una solución. Para este problema de odio racial y discriminación en general veo solo una escapatoria: la educación.

Sí, puede que en su defecto la magnitud de una protesta sea tal en Estados Unidos que se reestructure el gobierno o el cuerpo policial del país, pero el verdadero problema reside en la razón de fondo, ese resentimiento con raíces históricas que seguirá presente en los diferentes grupos sociales a menos de que generemos un movimiento de cambio de conciencia.

El mundo puede armar la noción correcta de cómo vivir sanamente en una sociedad pegando los pedazos rotos que queden de estas protestas, tal y como se hizo en 1968 en Estados Unidos, o podemos rearmar la sociedad a través de una correcta enseñanza de lo que está bien y mal, no solo frente al racismo, sino frente a cualquier tipo de discriminación.

Para Colombia lo primero es darse cuenta que sí tiene un problema. Mientras tanto, como solución inmediata, no estaría mal comenzar a tratar el problema usando este sensacionalismo norteamericano. Esto nos ayudaría, al fin y al cabo, a darnos cuenta de que todas las vidas negras importan, independiente de si salen o no en los medios.

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