Dicen que en la ignorancia está la felicidad, tal vez por esa razón Colombia se considera el segundo país más feliz del mundo. Según la Real Academia de la Lengua Española, la felicidad es el estado de grata satisfacción espiritual y física. Es con ese concepto que empiezan a aparecer los cuestionamientos.
Nuestros sueños más grandes son el reflejo de lo que no merecemos. Los colombianos no merecemos el país que la vida nos dio, tanta riqueza en fauna y flora opacada por la novela del momento, el mandatario eterno o la polarización de medios.
Tantos jóvenes asesinados o desmembrados, tantos utilizando las botas de otros, tantos silenciados por haber nacido en el flagelo de la guerra, una guerra que no les corresponde pero que les tocó vivir.
Tantos animales muriendo a diario, tantos ecosistemas padeciendo por el hambre de poder, de dinero, de cemento. Tantas madres llorando a sus hijos desaparecidos o a quienes murieron por decisión propia como es el caso de los soldados o de los policías.
Sí, los soldados o policías tomaron la decisión consciente de morir por un país que no valora nada, un país conforme y ciego, muchos de ellos prefirieron tener un arma en sus manos antes que un libro.
Pero como en todo siempre hay excepciones, no todos los soldados o policías tomaron esta decisión, muchos fueron obligados a hacerlo por medio de un secuestro legal, o “servicio militar” como lo llaman muchos “patriotas”.
Tantos líderes sociales muertos por querer cambiar el país, por soñar con un mejor futuro para las siguientes generaciones, por haber escogido el camino de la paz y no de la guerra.
Tanto talento apagándose lentamente por la delincuencia común. Músicos, estudiantes, docentes, y un sinfín de personas con sueños y metas asesinados por unos cuantos cobardes, por aquellos que tomaron como excusa la falta de dinero y justificaron su posición de asesinos y ladrones en la falta de oportunidades.
Tantos suicidas arrebatando la vida de otros, mientras que muchos luchan por existir postrados en una cama, en un hospital o en una calle.
¿Realmente somos el segundo país más feliz del mundo? No, somos uno de los países más ignorantes del mundo, uno de los más desagradecidos, hacemos parte de la bazofia del cosmos y nos esforzamos por no cambiar.
