Estaba seco y tostado como un bejuco. En los cinco días en los que corrió siguiendo la línea del oleoducto que cruza los Montes de María, Fernando Araujo tomó agua dos veces, bebió un tazón de leche que le regaló un campesino, masticó un pedazo de yuca y un puñado de arroz. No más. Por eso, cuando vio a un grupo de soldados ese 6 de enero del 2007, a Araujo se le atrabancaron las palabras, los recuerdos y se desmayó.
Al despertar se encontró con Juan Manuel Santos, entonces Ministro de Defensa de Álvaro Uribe. Él le contó que durante cinco días los Black Hawk empezaron a rondar el campamento del Frente Martín Caballero donde permanecía secuestrado, en un rescate a sangre y fuego que había contado con la aprobación de su padre Alberto Araujo y Luis Ernesto, Fernando Nicolás, Sergio y Manuel Santiago, sus cuatro hijos. Santos tenía miedo, si Araújo hubiera muerto en la operación la férrea política de seguridad democrática del presidente Uribe habría quedado mal parada. Mascando un pedacito de queso Araújo recordó lo ocurrido seis años atrás.
El 4 de diciembre del 2000 Araujo descansaba en Cartagena del ajetreo de haber sido Ministro de Desarrollo en el gobierno de Andrés Pastrana que intentaba concretar una negociación política con las Farc. A las seis de la tarde de ese día, mientras trotaba por la bahía en Bocagrande, se encontró con un desconocido que con un arma apuntándole al pecho, lo detuvo. Lo subieron a una camioneta, le vendaron los ojos y lo sacaron de Cartagena por carreteras destapadas durante siete horas hasta que se internaron en los Montes de María. La música carrilera que llevaban sus captores era tan atronadora que ni siquiera podía pensar en Mónica Yamhure Gossaín la mujer con la que se había casado siete meses atrás. Empezó el infierno.
Antes de cumplir 40 años Fernando Araujo era un rumbero inveterado. Una vez cumplió esa edad cambió sus rutinas y se volvió un adicto a la disciplina y al ejercicio. Ese régimen fue el que le ayudó a sobrevivir en medio de la selva. No le importaba el silencio de sus captores, siempre saludable y enérgico, de buen ánimo. La primera vez que intentó escapar pagó un precio muy alto: estuvo amarrado seis meses a un árbol. Sólo podía leer dos revistas que se aprendió de memoria y se consolaba escuchando la voz matutina de Juan Gossaín, la dominical de Diana Uribe y los mensajes esporádicos que le llegaban de su esposa Mónica.
No lo desesperaban ni los gritos desgarradores del Bujío, un halcón que anida en el suelo y al que le gusta picotear carne fresca, no lo atormentaba saber que era una de las personalidades con los que la guerrilla pensaba canjear 45 de sus hombres. No le tenía miedo a las espinas de siete centímetros que podía clavarse en cualquiera de las extenuantes caminatas ni a los zancudos que empozan larvas en la piel. No lo desmoralizaban ni los caldos de mico con los que se alimentaba, ni el sol atronador del Caribe. Él estaba dispuesto a sobrevivir.
Custodiado por 200 hombres que nunca le hablaban empezó a ganarse la confianza de uno de ellos al que llamaban Camilo. A su captor le pareció buena idea las propuestas que el ministro le hacía, por eso le dijo a su jefe Martín Caballero que lo dejara dictar cursos de Cartografía y de inglés para matar el tedio de la manigua. Caballero se negó y le prohibió a su subalterno cualquier cercanía con el ex ministro.
Los horribles días terminaron el 31 de diciembre del 2006 cuando en el cielo aparecieron como Valquirias dos helicópteros del Ejército. Las balas que destrozaron a seis de sus captores no lo amedrentaron y aprovechó la confusión en el campamento para huir. En sueños Araujo ya se había preparado para un momento así y por eso se tiró al piso y corrió hasta que sus pies se abrieron. El trato de héroe que recibió apenas alcanzó a compensar el haber perdido el amor de Mónica y los más de 2.000 días que perdió en la selva. Fue nombrado Canciller por el Presidente Uribe, a los dos meses, en reemplazo de María Consuelo Araujo, pero la huella había quedado marcada.
La votación del plebiscito el próximo 2 de octubre y la posibilidad de dejar en firme los Acuerdos de paz con las Farc le ha despertado una beligerancia política que había relegado en su hijo Fernando, elegido senador en las listas de Álvaro Uribe. Araujo, el mayor de un clan empresarial de hoteles y desarrollos inmobiliarios, decidió no sólo hablar duro sino acompañar a su hijo senador y liderar el No en la Costa Caribe, un movimiento que quiere hacerse oír mientras el mundo entero siga la firma del Acuerdo final entre el Presidente Santos y el comandante de las Farc Timoleon Jiménez, este 26 de Septiembre a las 5 de la tarde en el Centro de convenciones de Cartagena. Es el fin de un conflicto que marcó para siempre, igual que a miles de colombianos, a Fernando Araujo. Pero él está dispuesto a no olvidar, a no perdonar.