El secuestro de la objetividad: del triunfo y la derrota

El secuestro de la objetividad: del triunfo y la derrota

Ninguna lagartija regeneraría con tanta rapidez su cola como los aficionados del fútbol sus sentimientos

Por: Carlos Roberto Támara Gómez
junio 25, 2018
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El secuestro de la objetividad: del triunfo y la derrota
Foto: Twitter @FCFSeleccionCol

Tanto los triunfos como las derrotas nos roban la objetividad. Ese cruce de espadas que va del Japón a Polonia produce heridas y resanes. Cabe imaginarse a qué velocidad sucederían tales cambios teratológicos si a pesar de lo dicho sobre Argentina y Colombia lograran pasar a octavos

Pero de cuál objetividad puede hablarse en tanto se trate de enfrentar el fútbol. Si el fútbol fuera un objeto, las diferentes cadenas multinacionales que nos proveen de analistas a tutiplén nos confirmarían que la diversidad de puntos de vista hace que el principio de incertidumbre prime más en el fútbol que en toda la mecánica cuántica hasta ahora conocida. Con la cuántica todavía estamos dentro del universo material pero el fútbol no es materia o ¿podría asumirse como materia oscura, que todavía no tiene forma que se le asome?, ¿es el fútbol una forma fugaz de la literatura?, ¿del entretenimiento?, ¿es el fútbol más fugaz que el cine?

Si quisiéramos dilucidar, no le demos la palabra a los físicos, por ahora, sino a los filósofos. Parodiamos un pasaje de J. P. Sartre en El ser y la nada, en su debate sobre La Mirada, nos susurra:

“Estoy en una plaza pública. No lejos de mí hay césped, y, a lo largo de él asientos. Un hombre pasa cerca de los asientos. Veo a este hombre, lo capto a la vez como un objeto y como un hombre. ¿Qué significa esto? ¿Qué quiero decir cuando afirmo de ese objeto que es un hombre?”

Sartre equipara objeto a hombre usando dos palabras distintas pero entonces en qué se diferencian. Si cambiamos plaza pública por cancha de fútbol y hombre por jugador no habría mayores cambios epistemológicos. Parecería evidente que en esa cancha hay hombres en vez de objetos. Qué pasaría si fueran balones, “eso significa que podría hacerlo desaparecer sin que las relaciones de los otros objetos entre sí quedaran notablemente modificadas. En una palabra, ninguna relación nueva aparecería por él entre esas cosas de mi universo. (…) Percibirlo como hombre, al contrario, es captar una relación no aditiva entre el asiento y él, es registrar una organización sin distancia de las cosas de mi universo en torno a ese objeto privilegiado. (…) Empero, es probable que ese objeto sea un hombre; además, así sea seguro que lo es, sigue siendo sólo probable que vea el césped en el momento en que yo lo percibo: puede estar pensando en algún asunto sin tomar conciencia neta de lo que lo rodea, puede ser ciego, etc”. Todavía aquí Sartre asume al hombre como conjetura y como probabilidad, pero luego afina:

“El prójimo es, ante todo, la fuga permanente de las cosas hacia un término que capto a la vez como objeto a cierta distancia de mí y que me escapa en tanto que despliega en torno suyo sus propias distancias”.

Arriba Sartre a algo clave: el prójimo parecería ser algo tan cercano a mí que es capaz de hacer las cosas que hago y apreciarme igual que como lo percibo según su propia apreciación de distancia. Nos dice que el fútbol no se puede apreciar como si fuera una persona, como un objeto diferenciado que se relaciona conmigo como si tuviera su propia percepción de distancia. Obviamente también nos dice que si quisiéramos mirarlo como objeto es preciso que haya una distancia con respecto a la cual yo lo separo de donde yo mismo estoy, así sea algo tan cercano como una camiseta.

La verdad es que todas estas cosas se confunden en el análisis del futbol. La pasión parecería borrar las fronteras; por ejemplo, cuando juzgo a un jugador lo hago como objeto que simplemente corre en una cancha haciendo sus distancias tal como un balón, o lo juzgo como prójimo, es decir, alguien que también está apreciando el juego que hace, de la misma manera que me observa mirarlo desde las gradas y por eso ese prójimo es un hombre.

Nadie escapa a la dosis de pasión que conlleva tanto una percepción como la otra. En ocasiones los jugadores sienten y necesitan el tronar estridente y desgarrador de las graderías. Eso repite de una manera visceral cual suele ocurrir con algo más próximo (prójimo) durante el futbol barrial.

Pero hay algo que trastoca el asunto. Si a todo eso se agregan las altas concentraciones de inversión de capital que están en juego, que hacen los medios, incluidas las multinacionales del deporte, el análisis debe perfilarse.

No hay nada más histérico y agresivo y letal que el capital con respecto a sus utilidades.

Algo así como la Primera y Segunda Guerra cuando los capitales urdieron dividirse el mundo, los mercados y sus utilidades, pudieran darnos la razón.

¿Podrá alguien así por encimita calcular cuánto capital está en juego en los aseguramientos de las maravillosas piernas de esos jugadores? Agréguense los contratos con sus clubes, los valores de la publicidad, los derechos de transmisión, y dejémoslo así de ese tamañito.

Y hora preguntémonos, ¿de qué tamaño es la objetividad que estamos buscando? Postulo que debe ser poco menos que de partícula elemental, luego aquella comparación con la mecánica cuántica y el predominio del Principio de Incertidumbre, va como pedrada en ojo tuerto.

Más allá de toda duda razonable casi nunca veo multimillonarios en los estadios; o que alguno de ellos haya visto jamás un partido completo ni siquiera por televisión.

Todas estas observaciones son válidas por si acaso alguien es un hincha, incluso comentarista, que jurara a pie juntillas que Colombia o Argentina, ¡Brasil, Uruguay! ¡México! pudiera ganar el mundial de fútbol. Lo invito a que sea tan escéptico como J. P. Sarte. Asúmalo como conjetura y simple probabilidad. Así separaría objeto de objetividad. El objeto pertenece a la mecánica de Newton. La objetividad a la mecánica cuántica.

Agreguemos. Mientras durante la derrota comemos prójimo y digerimos jugadores, técnicos, dirigentes haciendo de todo ello un menjurje tóxico; durante la victoria parecería que nos digerimos a nosotros mismos según sea la reversa que hacemos. Una pasión de semana Santa con crucifixión incluida amenazó a nuestro defensor estrella Carlos Sánchez y todo porque mediante un acto reflejo de defensa, no corporal, sino de la valla colombiana, dio paso a un penalti y a su expulsión.

¿Será que alguien ha apostado sumas increíbles a que Colombia pueda ser campeón?

Y de todos esos capitales que se juegan, ¿qué componente irá al bolsillo de los jugadores? No debe olvidarse que Carlos Bacca fue un simple cobrador de bus. ¿Y los demás y sus familias? A imagen y semejanza.

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