Mientras más analizo el concepto de ente-mercado encuentro variables que me permiten comprender, sino mejor, más en profundidad las formas como una racionalidad mercantil se expresa en medio de contingencias como las ocasionadas por el virus. Quizás se ha interiorizado de tal manera dicha racionalidad que no sobran razones para pensar que es una “cultura” y en este caso, la expresión de la cultura neoliberal la que se manifiesta y se incomoda frente a la alteración de lo que hasta hace unos días era la normalidad.
En las conversaciones llevadas a cabo por personas del sector cultural programadas por algunas editoriales independientes y en otras programadas por la Cámara Colombiana del Libro en el marco de la Filbo en casa 2020 la inquietud más recurrente es por “los clientes”. No quiero plantear aquí una discusión anacrónica relacionada con la falsa dicotomía entre economía o vida. Entiendo que lo “económico” hace parte de la respuesta a una necesidad humana, y de la vida en general, la subsistencia. Mi preocupación va por el lado de la construcción cultural que subyace al sistema hoy representado en cada una de los elementos sociales del sector público y del privado.
La idea general que intento desarrollar es que la crisis resultante de la contingencia ocasionada por el virus es el resultado de la inequitativa redistribución de la riqueza alcanzada con el trabajo. Prueba de ello el alto índice de desigualdad que se evidencia con el gran número de ciudadanos que no tienen ni para el sustento básico. Y lo que me preocupa más, y es el foco de atención hoy, la cultura que hay detrás de cada expresión de la economía se corresponde con un ocultamiento del hombre a cambio de un espectro al que se le denominó ente-mercado.
Por lo anterior, sostengo que la cultura neoliberal imperante obnubila las posibles soluciones que de fondo se pueden dar frente a crisis, y más allá, para el fortalecimiento del sector. Las editoriales, que hacen parte fundamental de la distribución cultural, parecen dejar en segundo plano el problema central del bajo nivel de lectura. Según datos oficiales del Dane dados a conocer en el 2018 el promedio en los hábitos de lectura nacional es la siguiente:
Rango de edad | Promedio de lectura de libro en físico |
Entre 5 y 11 años | 4.9 |
Entre 12 y 25 años | 5.4 |
Entre 26 y 40 años | 5.6 |
Entre 41 a 64 | 4.8 |
De 65 años en adelante | 3.9 |
Tomado del Departamento Nacional de Estadísticas (DANE)
Estas cifras, que por cierto son bastante alarmantes, ponen en evidencia la necesidad de incrementar el número de lectores. Por cierto, las cifras son bastante precarias en tanto no se precisa algunos elementos como libros leídos en su totalidad o el contenido, títulos leídos u origen editorial; pero sí sienta las bases para cuestionar el trabajo adelantado y por adelantar en los diferentes sectores de la población.
Además de poner en evidencia el bajo número de libros que se leen por año, que sus razones pueden ser múltiples, hay suficientes motivos para pensar que el trabajo para incentivar a la lectura está lejos de ser terminado. Si en las cabeceras municipales, que en teoría debiera estar presente el librero, solo se lee en promedio 5.4 libros, el trabajo en la zona rural se torna cuesta a arriba con un promedio de 4.2 libros. Si examinamos un poco las respuestas dadas por el sector, entre ellas el costo que tiene acercar el material a las zonas alejadas en comparación con las ganancias, nos quedan más dudas respecto a los esfuerzos que se adelantan por fomentar la cultura lectora en contraste con la importancia que tiene el incremento de las ganancias.
Un aspecto de la misma encuesta mucho más alarmante es el siguiente: solo el 33% de las personas encuestadas manifestó que le gusta la lectura. De los que se encuentran en las zonas rurales solo el 25.9% les gusta la lectura. Estos datos nos dejan con un sinsabor del trabajo realizado, o mejor diré, el que falta por realizar. ¿Por qué es importante el libro? ¿Cómo le puede cambiar la vida a un niño? ¿Cómo fomentar el diálogo intercultural por medio de los libros? ¿Qué autores u obras literarias son de más fácil acceso en esos lugares donde el gusto por leer es del 33%? Más dudas que respuestas y una gran tarea por realizar, y si bien es necesario el dinero, no es el primer plano de las inquietudes.
Retomando entonces lo que manifiestan las empresas editoriales en medio de la pandemia, quiero hacer mi aporte contando una historia que se le atribuye a Tales de Mileto, quien era reconocido por centrarse en las cuestiones celestiales antes que terrenales. Como comúnmente se le reprochaba el hecho de ser improductivo su trabajo, se cansó de eso, y previo a una gran cosecha, adquirió todas las prensas de aceite que luego alquiló consiguiendo una buena ganancia. Sobre esta anécdota y la forma de contarse hay varias versiones, pero la esencia sigue siendo la misma, ver un poco más allá del problema inmediato.
Al igual que Tales, a la empresa editorial le conviene mirar más a fondo la crisis y así prever soluciones que a largo plazo reportan más beneficios que gastos. Dejar en segundo plano al “cliente” y migrar con el discurso simbólico a la construcción y enamoramiento del “lector”. Hoy hay múltiples métodos que llevan a fomentar la lectura y los programas para llevarlos a cabo no es responsabilidad única del sector “público” o de la educación básica. Hoy el virus puso en evidencia que solo el amor por la lectura puede llevar a que una persona disminuya el presupuesto para la alimentación y lo invierta en un libro. Para terminar permítame precisar, no estoy planteando una dicotomía entre la economía y la vida, ni siquiera entre economía y cultura, lo que me pregunto es: ¿qué es lo importante?, ¿el cliente o el lector?