Santiago, 21 de enero de 2014
Querido Horacio,
En el país del Sagrado Corazón de Jesús, salió a la luz pública —¿porque existe la oscuridad privada?— un video protagonizado por una señora, María Luisa Piraquive, pastora de la Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional. En el video, Piraquive expone sus «argumentos» para rechazar a personas con cualquier tipo de discapacidad en el púlpito, como predicadores. Según ella, si a uno le falta una pierna, un brazo, es tuerto o ciego, no puede subirse al púlpito a predicar, no porque «su alma y su corazón no estén con Dios», sino por «causa de la conciencia» y la tal «causa de la conciencia» tiene un significado muy profundo, Horacio, verás, quiere decir: «el qué dirá de la gente». Según la misma Piraquive, otra forma de llamarlo sería «por estética». Es decir, que si uno es tuerto, cojo, ciego, o le falta un dedo y, además, tiene la mala suerte de pertenecer a esta iglesia de garaje, y quiere subirse al púlpito a predicar, debe aguantarse porque la gente se puede asustar, puede decir que no le parece que un manco le predique, y eso es muy importante, muy relevante e impide a la persona totalmente para predicar. Por supuesto, lo que la discapacidad no le impide al feligrés es seguir colaborando económicamente al sustento de la iglesia, al menos Piraquive nunca lo menciona en su prédica.
Después de este video, Horacio, se ha desatado una de esas tormentas de dos días, en la que todos se dieron cuenta de que hay gente que, como Piraquive, negocia con la fe y se enriquece a costa de la necesidad de las personas de creer en algo o, para decirlo derechamente, con la ignorancia ajena, porque hace falta ser ignorante para creer la sarta de estupideces que Piraquive predica. El problema es que la ignorancia se cura con una buena educación, y bien sabido es que la buena educación resulta contraproducente para los buenos negocios. No creo que haga falta hacer un estudio estadístico muy sesudo para concluir que son las personas más pobres y, sobre todo, con grandes carencias emocionales, las que acuden a estos cultos religiosos que usan el manoseado nombre de Jesucrito para vender la ilusión de la paz espiritual.
Lo del video fue solo la punta de la madeja. Hace unos minutos terminó el noticiero de Colombia y allí vi que a Piraquive la van a investigar por la muerte de su esposo —homicidio— y por sus nexos con el narcotráfico —lavado de dinero—; luego hicieron un resumen de sus propiedades y negocios en Estados Unidos y de los proyectos tan ambiciosos con los que piensa expandir su Iglesia allá.
Te voy a confesar algo, Horacio, y a lo mejor no estás tan en desacuerdo conmigo: me cargan todos los canutos. ¿Y qué es un canuto?, te preguntarás. Bueno, es una expresión que usan los chilenos para referirse a los pastores y ministros de las famosas iglesias de garaje —las cristianas, evangélicas, etc— y también a toda aquella persona religiosa que predica con mojigatería y con exageración su fe. Originalmente la palabra no significaba eso, por supuesto, y solo se refería a los pastores protestantes, pero recuerda que el idioma muta en la lengua del vulgo. Como te decía, me cargan los canutos, los que me salen al paso en el Paseo Ahumada, los domingos, gritándome a voz en cuello que estoy en pecado, recitando de memoria pasajes del Antiguo Testamento. No existe cosa que me enfurezca más que un Testigo de Jehová se me atraviese en el camino para regalarme sus folletos religiosos y que me persiga si no se los recibo. Aborrezco esas manifestaciones, aunque supongo que debo respetarlas porque cada quien vive su fe como mejor le parece, pero las aborrezco profundamente porque considero que la fe y la religión que uno le quiera asociar a esa fe, son asuntos privados, que a nadie le interesa ser evangelizado, excepto a los involucrados en sus respectivos cultos.
Pero sobre todas las cosas, Horacio, estoy absolutamente segura —en serio, muy muy segura— de que si Jesús, ese personaje histórico que me simpatiza tanto, regresara a la Tierra, se devolvería por donde vino, agobiado y aburrido de ver cómo prostituyen su nombre de todas las formas posibles. De niña, vi muchas casas que tenían un cartelito pegado en la puerta «Dios bendiga este hogar». No es un secreto, Horacio, que la Piraquive, como muchos pastores, tiene también uno, detrás de la puerta de su iglesia, invisible solo para sus seguidores y que reza, literalmente, «Dios bendiga este negocio».
Besos, Horacio.
Laura García