Le llamaremos Manuel porque sí, porque nos da la gana. Llamarlo de otro modo es cambiar el curso de los acontecimientos; es la excusa para sostenerme en que así debe llamarse. Es un joven de unos catorce años aproximadamente, cuyo desarrollo físico indica que cuando grande será un hombre grácil y de apariencia delicada. Junto a un grupo de niños, incluyendo hermanos menores, Manuel ayuda a su papá en el taller de mecánica. Allí cambia una rueda desinflada con sapiencia y destreza erudita, lo que indica que su cuerpo delicado sólo es aparente. Tiene más fuerza de lo que, regularmente, tienen otros niños a esa edad. En el mundo es casi normal ver a niños haciendo labores de adultos para sobrevivir y ayudar en las necesidades económicas de los adultos en casa.
El asunto es que Manuel, al igual que muchos de esos niños, al regresar a casa con sus hermanos, debe ingresar directamente al sitio reservado para las mujeres de la casa, allí se colocan vestidos de niñas y se comportan como lo que verdaderamente son: niñas.
En Toheba, Afganistán, muchos padres convierten a sus hijas en hombres para que aporten al patrimonio del hogar al no tener hijos varones. Los padres de Manuel tuvieron siete hijas, una total y decidida desgracia para el medio, castigo divino, de las cuales solo la mayor viste y se comporta como niña porque debe hacer cosas de mujeres, como lavar, asear y preparar los alimentos. Al parecer, es una práctica común debido a que la naturaleza "castigó con la afrenta de tener solo mujeres inservibles en el hogar", según los hombres que pasan por esta horrible vergüenza.
Por otro lado, si Manuel hubiese nacido en Albania, separada de Afganistán por una inmensa fila de miles de kilómetros, y a ello se agrega una diferencia de costumbres y tradiciones imposibles de sortear de buenas a primeras, lo más seguro es que no le hubiese ocurrido tener que portarse como hombre para solucionar un dilema en su padre y vecinos. Además, tendría un nombre de mujer así solo le llamasen la hija de fulano, la sobrina de zutano, pues esta carga recaería en sus hombros en caso de que no hubiese varones en su familia o el varón hubiese muerto. Burrnesha sería el término apropiado para designar su comportamiento, ser en el hombre de la casa juramentando ser virgen de por vida. Por lo menos ser mujer no sería visto como vergonzoso castigo divino, pero desde el momento en que se echa encima el deber moral de convertirse en hombre siendo mujer, deja de vivir porque su vida ahora le pertenece a las apariencias, a diferencia de las Tohebas, donde el asunto tiene que ver con Dios y sus maneras personales de llegar al ser humano.
* Tomado del libro Un cuento de tres, de Luis Miguel Ariza.