A la fecha, cuando el mundo se refiere al goleador del mundial, la valla menos vencida, el mejor gol, la campaña perfecta, el record del jugador con más edad jugando, el equipo que más cambios ha hecho para un partido que no era de trámite y hasta la hinchada más alegre y festiva en todas las sedes de los partidos, tiene que referirse a un solo nombre: Colombia. La gente se pregunta en todo el mundo cuál es el secreto, dónde está la razón para el desempeño sorprendente de la Selección Colombia que deslumbró en el mundial de fútbol de Brasil 2014 y se lo atribuyen a lo deportivo, a lo táctico, que la mentalidad, que el factor “E” con el que se denomina a la experiencia del grueso de jugadores en Europa y razones por el estilo las cuales obviamente si responden a esa gran pregunta; sin embrago, para algunos, la cosa va más allá.
¿Cuándo sabemos de un jugador de esta selección que sea sorprendido manejando borracho, o con mujeres de mala conducta, o en espectáculos vergonzosos con apuestas, malas relaciones, o desbordes y vulgaridades tan comunes en otros tiempos y que hasta pensamos que eran parte de la vida del fútbol y de nuestro folclorismo y social bacanería colombiana? Supimos hasta de episodios de brujería en las concentraciones, ungüentos y menjurjes costosísimos eran aplicados a las piernas de los jugadores antes de los partidos dizque para la suerte, y luego era desesperante verlos moviéndose con pasmosa lentitud en la cancha, todos entumecidos por los tales amuletos. Mujeres entraban a escondidas a los hoteles, se supo de festines de trago y otras cosas en pleno mundial, todo con la complicidad de directivos que pensaban que todo eso era parte de la manera de ser colombianos. Qué desgracia.
Y hablando de dirigentes, esto si era lo peor, porque por la cabeza entran las cosas hacia el resto del cuerpo. Técnicos que se madreaban a la par con los jugadores que terminaban siendo compañeros de juerga. Intereses y negocios a la orden del día antes que respeto por el deporte y la integridad del espectáculo a espaldas de las ilusiones de un país que veía la gran calidad de los deportistas pero también las estrepitosas caídas en las competencias más exigentes, sin encontrar una explicación convincente. Miedo escénico, un mal día, exceso de confianza, mucho comentario de la prensa, etc. Eso decían. Pero la realidad era que como ídolos con pies de barro, a la hora de la grandeza, no teníamos la suficiente estructura personal para ser mejores que eso y alcanzar la gloria.
Eran selecciones fiel reflejo de nuestra realidad al interior de este país, en el que los políticos y notables tapaban escandalosas negociaciones con narcotraficantes para llegar al poder. La orden era “Hagan lo que sea pero que yo no sepa” como decía uno de los más trágicos presidentes que tuvo Colombia justamente en la época en que dejamos de ir a mundiales. Los terroristas haciendo fiestas, ganando terreno, los narcos repartidos por regiones, los comerciantes vendiendo el alma para lograr mejores dividendos, la descomposición moral y familiar a tope, todo a ritmo de la cultura traqueta que corroyó nuestra sociedad haciéndola inviable. Nos tocó ver el asesinato del gran caballero del fútbol Andrés Escobar, aún hoy en la impunidad, porque ni justicia había ni hay todavía.
Esa era Colombia y sigue siendo infortunadamente, por eso, tengo que concluir que esta selección actual, de grandes hombres que tienen fama y dinero, pero que a la vez son ejemplo de humildad e integridad personal, son verdaderos profesionales cuya condición admirable va más allá de los éxitos deportivos que los acompañan donde quiera que jueguen; son hombres de familia, casados, con hogares estables, hijos a los que no les importa tanto la fama como la calidad de papás que tienen, y sobre todo el respeto y el temor de Dios que ellos comunican en cada una de sus acciones. No es la religiosidad superficial e hipócrita propia del ambiente competitivo lleno de sortilegios y amuletos, es una convicción real que se nota viven la gran mayoría de ellos en su vida personal.
El técnico es el gran gestor de esta revolución al interior del equipo, hombre serio y de ejemplar vida personal y deportiva que se abstuvo de llamar a jugadores buenos pero que muestran un comportamiento extradeportivo, muy por debajo del nivel al que él quería llevar a esta selección, en la que la integridad personal los hace admirables. No son santos, solo son hombres, pero hombres de ejemplo. Todo esto termina notándose tanto, pero tanto, que encuentro en esta clase de profesionalismo la clave que responde a la pregunta de cuál es el secreto de esta selección. Una selección que es mucho mejor que lo que somos como país, una selección de colombianos que se puede mostrar a los niños como ejemplo de lo que aún no somos pero que queremos ser. Esta selección nos supera como sociedad, ellos nos demuestran que si podemos ser mejores. Gracias Señor Pekerman y gracias Señores jugadores. Mi corazón agradecido los bendice con emoción.¡Gracias, gracias y gracias por siempre!