La emoción que me dio cuando pude hacer un artículo sobre la Reserva Forestal Alto San Miguel fue inmensa, pues soy de los que piensa que uno debe volver a los lugares donde amo la vida, tal y como lo dice Mercedes Sosa en su “canción de las cosas simples”.
La primera vez que fui a este ecosistema estratégico que ayuda a limpiar el aire de Medellín y sus municipios aledaños fue en enero de 2015, durante el puente de Reyes. Esa vez, en plan de aventura, llegué junto a un amigo en bicicleta a una zona donde miles de personas disfrutaban de las bondades de la naturaleza y se divertían en los charcos que se forman en los fríos afluentes de la montaña.
En esta ocasión, ya en misión periodística, arribé al mismo paraíso junto a mi compañera de trabajo, la reportera gráfica Verónica Echeverri Vásquez. Íbamos con la expectativa de ver una gran variedad de aves, las cuales la primera que estuve allí no alcance a apreciar con detenimiento, tal vez porque desconocía de su existencia.
De acuerdo con estudios, el Alto de San Miguel registra 241 especies de aves, equivalente al 12 % de todas las que se conocen en Colombia y el 27 % del total que están clasificadas en Antioquia. Además, esta reserva ecológica posee el 16 % de la biodiversidad reportada en el país, con 120 especies de mariposas, 82 mamíferos y 520 plantas, entre muchas más.
Una vez llegamos a la vereda La Clara del municipio de Caldas, sur del Valle de Aburrá, dos guías nos esperaban para acompañarnos hasta el refugio que la Alcaldía de Medellín tiene en este santuario y en donde adelanta proyectos como un mariposario, un vivero y una huerta.
La caminada hasta el refugio, que tarda entre 4 a 6 horas, se puede hacer por el lecho del río, o por un sendero junto al afluente que se inicia con una carretera destapada. Luego la vía se convierte en un camino angosto que se abre al paisaje, al viento, al sol; y por último, entra a un bosque de pinos para cruzar por un puente que lleva al alberge ecológico, un lugar con paneles solares en el que habitan un gato y dos guardabosques.
Tras caminar de manera continua por cerca de una hora hicimos una parada para aprovechar la sombra de una zona tupida de árboles y helechos. Allí, los guías nos contaron características de la vegetación mientras nuestros ojos y oídos estaban atentos a las aves que queríamos apreciar: ella, la fotógrafa, colibríes y yo, el reportero, pájaros sonoros y musicales.
A manera de un ritual, guardamos silencio durante varios minutos, un experimento que en medio de la naturaleza resulta maravilloso. Continuamos el camino entre la abundante floresta hasta que vimos al cacique cándela, un ave negra con vientre rojo y cinco cantos diferentes que trabaja en comunidades de hasta 60 individuos y cuyos polluelos son alimentados por toda la familia. Ese fue el primer pájaro que avistaron nuestros privilegiados ojos, todo gracias a los binoculares que nos prestaron los guías.
Luego, uno de los acompañantes de este recorrido, Juan Camilo Molina Herrera, tecnólogo en recursos naturales, nos invitó para que apreciáramos el trabajo de unas orugas que se alimentaban de las hojas del árbol melastomataceae, antes de ser crisálidas y posteriormente mariposas.
También, María Alejandra Molina Vanegas, la otra anfitriona del recorrido, nos propició uno de los momentos más bellos de la visita a estos parajes. Repentinamente señaló con su mano derecha, y ahí sobre una rama estaba el famoso barranquero, ave que debe su nombre a la construcción de túneles horizontales en los barrancos.
Después, ella nos contó que es un pájaro que prefiere la soledad, o solo la compañía de su pareja, y que posee dos llamativos adornos al final de su cola.
Y mientras nos maravillábamos con la elegancia del barranquero, los guías nos indicaron que el Alto de San Miguel tiene las características de un subpáramo.
En ese instante, la fotógrafa y yo nos miramos. Sin decir nada lo asentimos: “¡Esto es un paraíso! Un subpáramo regula el ciclo del agua en la naturaleza, y buena parte de esa función es lo que sucede en este territorio”, indicó María Alejandra. Ahí en ese momento sentimos pasar un ave que con su vuelo escribía la palabra libertad en lo profundo de un bosque de niebla.
Seguimos el camino hasta llegar al punto donde las quebradas La Vieja, La Moladora, El Tesoro y Santa Isabel se unen para formar el río Aburrá que termina convirtiéndose en río Medellín, y que posteriormente, ya entre los municipios de Barbosa y Santo Domingo se denomina río Porce. El mismo que más adelante, antes de descargas sus aguas en el caudaloso río Cauca, en límites con los departamentos de Bolívar y Córdoba, adquiere el nombre de río Nechí.
Después de descansar un buen rato en el refugio y disfrutar de la paz y los colores de la naturaleza que rodea este templo de la biodiversidad, nos devolvimos.
Mientras bajábamos pletóricos por la experiencia vivida, sumergimos nuestras manos en las heladas aguas del río y en una de sus orillas pudimos contemplar, suspendido en un mismo punto, a un colibrí que no pudimos identificar y a un pájaro llamado atrapamoscas guardapuentes.
Se trata de un pájaro negro y blanco que se encuentra en áreas semi abiertas cerca de arroyos, ríos y lagos. Su tamaño es muy similar al copetón común, la última ave avistada durante esta travesía con su café, negro, blanco y rufo (una especie de marrón).
Es la misma ave que yo llevo tatuada sobre mi piel, y que me encanta ver cada que salgo al campo. Como regalo adicional, unas cuantas libélulas que se suman a este cúmulo de joyas ecológicas que se observan en este recorrido hasta la Reserva Forestal Alto San Miguel, un refugio de fauna y flora que purifica los aires alisios que llegan de la ciudad y regresan a la urbe.
Aunque se me agoten las palabras trataré de describir brevemente todo el encanto, fascinación y privilegio que conlleva este viaje de embrujo hasta el alto de San Miguel: sentir de cerca el vuelo de los gavilanes, las águilas, los colibríes y muchas más aves, solo genera regocijo; recibir la custodia frondosa y espesa de la flora, adornada con eucaliptos, sietecueros, manzanillos, yarumos y cientos de otras plantas endémicas, es un placer hechizante.
Presenciar las juguetonas y coloridas mariposas como la hada azul y naranja, y la alas de cristal, las cuales pasan y revolotean en su coqueta danza, es como estar en las páginas de un cuento de magia; contemplar de cerca la belleza del grillo payaso, resulta verdaderamente exótico; respirar toda la frescura y pureza de ese aire frío que congela el aliento y permitir que tu paladar se deleite con el sabor de las moras silvestres, es acelerar frenéticamente tu pulso de vida; todo este encantamiento, sumado a las historias e increíbles narraciones ofrecidas por los guías ambientales, son algunos de los pasajes que están inmersos en mi ser después de visitar este santuario de la biodiversidad.
Un ecosistema vital para el Valle del Aburrá
El Alto de San Miguel está ubicado entre las veredas La Clara, La Salada parte baja y El Sesenta, municipio de Caldas, sur del Valle de Aburrá, a 30 kilómetros de Medellín. Su ecosistema se encuentra a 1.850 metros sobre el nivel del mar (m.s.n.m), en la vereda la Clara, pero puede llegar hasta los 3.050 m.s.n.m. en la cuchilla de San Antonio.
Posee bosques secundarios maduros y rastrojos altos en proceso de sucesión que protegen las cuencas que conforman el río Medellín o Aburrá, además forman el bosque de niebla. Presenta una temperatura promedio anual de 14,5 °C y lluvias entre 2.500 y 3.600 mm/año.
El Alto de San Miguel limita por el oriente con el municipio de El Retiro, por el sur occidente con las localidades de Montebello y Santa Barbará, por el nororiente con los municipios de Envigado y Sabaneta.
En esta reserva natural nace el río Aburrá y le da vida al sistema montañoso que separa las cuencas hidrográficas de los ríos Aburrá y Cauca. Alberga el 16 % de la biodiversidad reportada en todo el país, convirtiéndolo en un ecosistema estratégico y privilegiado para el Valle de Aburrá.
La conservación, restauración, mantenimiento, apropiación social e investigación que se desarrolla en el Alto de San Miguel por parte de la Secretaria de Medio Ambiente de la Alcaldía de Medellín, tiene un objetivo primordial, preservar un lugar vital para el medio ambiente que favorece a Medellín, trabajo que ya ha sido recompensado a través de logros como el que en los últimos 20 años se haya duplicado el número de especies de aves en este territorio, lo que lo torna en un santuario de la ornitología, la flora y la fauna.