Cuando Nicolás Maduro viajó a la India en el 2005 con su esposa Cilia Florez, iba a comprobar, con sus propios ojos, que el maestro Sathya Sai Baba era capaz de sacar comida de las cenizas y joyas de las bocas de sus discípulos.
En los 400 kilómetros que el entonces presidente de la asamblea venezolana recorrió del aeropuerto de Hyderabad hasta Puttaparthi, el lugar donde residía el Gurú, no podía dejar de pensar en cómo sería la mejor forma para impresionar al maestro. Sai Baba, que era el avatar de la trinidad del panteón hindú formada por Brahma, Vishnú y Shiva, tenía en su poder a políticos, actores y deportistas alrededor del mundo y un emporio calculado en 9.000 millones de dólares en donaciones.
Cuando llegó ante Sai Baba, lo único que hizo Maduro fue sentarse mansamente a sus píes y, por intermedio de un traductor, recibir las enseñanzas que ha seguido desde que conoció el saibabismo.
Su instroductor en esa religión fue el ex capitán del ejército Cirilo Enrique Rodulfo, que abandonó la milicia para ser uno de los 200 mil discípulos que tiene Sathya Sai Baba en Venezuela. Los que han entrado al despacho del Presidente, como afirma Roger Santo Domingo en su biografía no autorizada por el régimen, se sorprenden al ver un retrato del líder espiritual que aseguró, en 1940, ser nada menos y nada más que la mismísima reencarnación de Dios y que la mayoría de los objetos que están en el despacho tengan una cintica roja para alejar las malas vibraciones
Maduro recuerda las dos horas que pasó con su maestro como las más edificantes de su vida. Después del encuentro se alojó en la residencia VIP del centro de Puttaparthi, una villa con un jardín enorme y provista de una piscina olímpica y jacuzzi. Cuando regresó a Venezuela y las fotos del encuentro fueron filtradas, Hugo Chávez, jefe máximo de la revolución bolivariana, lo reprendió con rudeza. El ateísmo profesado en el Socialismo del Siglo XXI, iba en contravía de las creencias del Presidente del congreso venezolano.
Cuando el gurú, venerado y popularizado en occidente por los hippies en los años 60, murió en el 2011 de un ataque cardiaco a los 84 años, el parlamento venezolano declaró luto nacional.
Con la muerte de su líder espiritual y de Hugo Chávez, Nicolás Maduro empezó a confiar cada vez más en los santeros cubanos que hacía traer desde la isla y que le diagnostican, casi siempre, el triunfo de la Venezuela socialista sobre los pitiyanquis.
Al ahora presidente de Venezuela poco o nada le importan los rumores que asocian a Sai Baba con pederestaria y en acaparar buena parte de las donaciones que recibe de sus fieles alrededor del mundo en mansiones, autos y otros bienes materiales.
En los agitados días que vive al frente de una revolución que se hunde, mirar la imagen de Sathya Sai Baba, es una de las pocas cosas que le da tranquilidad.