No soy amigo personal del fiscal general Francisco Barbosa.
El par de veces que intercambiamos algunas palabras lo hicimos con ocasión de haber coincidido en reuniones de esas protocolares.
Desde que lo eligieron fiscal me he limitado a observar sus actuaciones. La Fiscalía General es un cargo tan importante que siempre merece la pena estar pendientes de cuanto digan y hagan quienes la ocupen.
De este fiscal, en tan corto tiempo que lleva, hay decisiones que no he compartido ni jurídica ni políticamente; tal es el caso del manejo que le han dado al proceso contra el gobernador Aníbal Gaviria o de la falta inexplicable de criterios que supone dejarse tutorear por un antecesor tan sórdido e ineficaz como Luis Eduardo Montealegre. No obstante, no pierde uno la fe, en el sentido de que no dejamos de anhelar que esas personas que desempeñan responsabilidades tan definitivas terminen haciendo las cosas bien.
Claro, uno también sabe que en las altas posiciones públicas hacer las cosas bien no depende, exclusivamente, de lo que los funcionarios hagan o dejen de hacer desde sus propias capacidades y resortes. Lamentablemente, también depende, y en gran medida, de lo que sus enemigos políticos y los medios de comunicación los hostilicen o los dejen hacer.
Un ejemplo patético de cómo un medio de comunicación decide hacerle daño a un funcionario es lo que acaba de hacer la revista Semana con Barbosa. Yo no sé si esto responda a alguna bronca personal, a algún interés particular o si se trate de hacerle algún mandado a alguien, pero lo cierto es que la carátula de Semana, ligada a los términos de su artículo, constituyen un monumento a la ausencia de mínimos éticos en el ejercicio del periodismo.
La revista Semana decide “revelar” una crisis y lo hace a través de su carátula y de un artículo -recordemos que la carátula es algo así como un editorial-. “EL FISCAL VS EL TÍO SAM La fiscalía y Estados Unidos atraviesan una crisis sin antecedentes en 25 años de relaciones. La salida de los fiscales colombianos que trabajan con la Justicia norteamericana tiene al Tío Sam disgustado y preocupado”, así dice la carátula.
Lo primero es que Semana se muestra muy ansiosa porque los cambios burocráticos que Barbosa ha hecho tienen “al Tío Sam disgustado y preocupado”, en vez de comenzar por preguntarse lo elemental: ¿Por qué habrían los Estados Unidos de disgustarse porque el fiscal general nombra a los funcionarios que considera pertinentes para su equipo directivo?, ¿Quién o qué se lo prohíbe, o existe algún convenio que establezca que los cambios deben pasar por las previas consulta y aprobación de la embajada?
Este no es un problema de “antiimperialismo” ni de “proimperialismo” trasnochados. Sencillamente es un asunto que tiene qué ver con que las cosas recuperen su sentido de las proporciones y sus referentes de dignidad, soberanía e independencia consignados en nuestra Constitución.
Otra muy buena pregunta que podemos hacernos los lectores es si son de veras los Estados Unidos los que están “disgustados y preocupados”. Por lo pronto, así no lo da a parecer el comunicado oficial del embajador americano en el que reivindica la solidaridad efectiva entre el gobierno y la fiscalía colombianos y el gobierno norteamericano. “Colombia no tiene mayor aliado que los Estados Unidos, y los Estados Unidos no tienen un socio y aliado mejor ni más capaz en la región” afirma el comunicado expedido, precisamente, para contradecir la publicación de Semana. Luego no son los “Estados Unidos” los molestos.
Sin embargo, es evidente que sí hay alguien molesto.
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¿Quiénes y por qué, qué característica pueden tener como para que ´Semana´ -a quienes menciona como “altas fuentes diplomáticas de Estados Unidos”- los confunda con el propio Estado americano?
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¿Quiénes y por qué, qué característica pueden tener como para que Semana -a quienes menciona como “altas fuentes diplomáticas de Estados Unidos”- los confunda con el propio Estado americano?
Esto me hace recordar de los rumores que contaban de unos funcionarios subalternos de la embajada americana que se asociaron con un jefe de la oficina de la Fiscalía que manejaba el tema de los testigos secretos. Contaban que habían hecho de esas relaciones de “cooperación” una oportunidad para robarse la plata de los testigos, viajar juntos por todo el país haciendo rumbas en lo apartamentos secretos, haciéndoles “castings” regionales a las funcionarias, en fin, convirtieron esa “cooperación” en una vergonzosa bacanal.
Claro, cuando ese funcionario gringo, mediano y subalterno, hablaba, lo hacía a nombre de los Estados Unidos y todo el mundo le creía con una estupidez supina.
Es que aquí todavía hay mucho político y periodista acomplejados que a los policías colombianos los llaman “tombos” y a los policías gringos los llaman “Estados Unidos”.
Cuando decidieron cambiar a ese funcionario que había hecho de la oficina de testigos su burdel, su socio, el funcionario gringo de segunda, también salió de medio en medio buscando a sus periodistas amigos para engrupirlos con el cuento de que los Estados Unidos estaban muy “disgustados y preocupados” porque habían sacado a ese “funcionario colombiano de confianza para la cooperación contra el crimen”.
Finalmente, echaron al personaje, tal como lo merecía, y no pasó nada.
Me da la impresión de que en esta ocasión, a Barbosa, puede estar pasándole algo parecido.
Lo que no tiene sentido es que una revista tan importante como Semana se preste para un juego así.
Esperemos que los odios políticos no sigan cegándolos.
Queridos amigos de Semana: uno diría que ya están muy viejos como para hacer esas pendejadas.