Aquella noche estaba tan espesa que era imposible ver cualquier cosa a más de 10 centímetros de distancia. Cuando el subteniente Benedicto Peña, el único que tenía visores nocturnos del grupo de soldados que patrullaban una zona montañosa del Tolima, levantó la cabeza, a unos 50 metros de distancia venía de frente una hilera de personas de baja estatura. Al parecer eran unos niños. Estaban desarmados. Detrás de los niños venía una y otra hilera de hombres que cargaban galiles y subametralladoras. Eran al menos unas 60 personas. Tenían el brazalete de las Farc. Era el año 2002, cuando la guerra entre el Estado y la guerrilla estaba al rojo por cuenta de la política de Seguridad democrática del entonces presidente Álvaro Uribe.
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El soldado Benedicto Peña, quien era el encargado de las radiocomunicaciones, y su compañero el también subteniente Genaro Peña, quienes lideraban el pelotón Buitre 2, estaban tirados entre la alta maleza, uno al lado del otro. Los demás soldados bien agazapados entre los matorrales se hallaban muchos metros atrás; sin poder ver siquiera las palmas de sus manos, solo esperaban señales del subteniente que cargaba el radio y los visores.
—Son unos niños desarmados, no podemos disparar— le dijo Benedicto Peña a su lanza y en el más cuidadoso de los silencios le entregó por un par de segundos los visores para que él también viera las hileras de niños y de hombres que paso a paso se iban acercando.
Por aquellos días, el padre Benedicto Peña, hoy capellán general del Ejército de Colombia, era apenas un estudiante del curso de contraguerrilla. Se había vestido de militar unos pocos años atrás, a los 17, cuando ingresó a la Escuela general de cadetes a iniciar la carrera militar como oficial, una pasión heredada de su padre, a quien también le heredó el nombre Benedicto Peña, quien hace ya muchos años salió pensionado como sargento del Ejército.
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Cuando las hileras de guerrilleros y niños estaban a unos cinco metros de distancia de donde los dos soldados se hallaban tirados en el suelo, en medio del temor, por ser la primera vez que tenían tan de cerca a una cuadrilla guerrillera, el compañero del entonces subteniente Benedicto Peña solo atinó a decirle al hoy sacerdote –Carguemos, para que al menos digan que hicimos algo y luego le lanzó una frase de despedida. Gerardo Peña tenía claro que ese iba a ser su último día con vida.
Parecía que el tiempo se hubiese detenido. Benedicto Peña, con las dos manos puestas en fusil y sin quitar un solo segundo la mirada en los hombres que avanzaban con lentitud tuvo tiempo para hablar con Dios, conversación que recuerda como si la hubiese tenido ayer y hoy, la recuerda en medio de un gigante parqueadero donde acaba de oficiar una misa en la Escuela de Caballería del Ejército: –Señor, pienso que soy muy joven para morir, si tú me tienes destinado para algo dame una señal.
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El único que sabía qué estaba pasando en medio de la pesada oscuridad era Benedicto Peña. Cuando él terminó de hablar con su dios y de pedirle por su vida, los guerrilleros ya estaban a unos dos metros de distancia. En ese preciso momento los guerrilleros armados pasaron al frente de los más pequeños que usaban como cortina y quedaron a tiro de los dos soldados quienes sabían que disparar o hacer cualquier ruido sería su sentencia de muerte. El hombre que comandaba la cuadrilla guerrillera se detuvo, gritó alto y ordenó la devuelta. Esa fue la señal que necesitó Benedicto Peña para seis meses después pedir ingreso al seminario castrense, donde duró ocho años estudiando y formándose como religioso. En 2010 fue nombrado sacerdote castrense de la iglesia católica y enviado a acompañar a los soldados en combate desde el batallón Navas Pardo de Arauca, donde como teniente estuvo al frente de su primera Iglesia.
El interés sacerdotal, según cuenta el padre Benedicto Peña, le llegó a los ocho años, cuando acompañó a su padre a una misa en el batallón donde trabajaba. El sermón de aquel párroco y su presencia en el altar encantaron al niño Peña, quien salió de ahí con un interés particular que se vino a consolidar 10 años después.
Luego de Arauca, donde tuvo que acompañar a los soldados y celebrarles misa en medio de las balas y la guerra que perdió fuerza con el Acuerdo de paz firmado por Juan Manuel Santos y la cúpula de las extintas Farc en 2006, Benedicto Peña fue enviado a Italia a estudiar Teología espiritual en la Universidad Pontificia gregoriana de Roma. Allí conoció a los papas Benedicto XVI y Francisco, aprendió a hablar italiano y se hizo profesional.
Cuando volvió al país fue designado como capellán del Centro de educación militar, luego pasó a ser el capellán y profesor en la misma Escuela oficial de cadetes de donde muchos años atrás salió con la insignia de subteniente.
En todos estos años el padre Benedicto no ha hecho otra cosa que crecer y ganar grados tanto en lo militar como en lo clerical. Ha hecho la carrera completa para ocupar el importante cargo que hoy tiene encomendado. A medida que iba formándose como teniente, luego como capitán, después como mayor y ahora como teniente coronel se ha convertido también en la mano derecha de la Conferencia episcopal de Colombia y Obispado Castrense en manos de monseñor Ochoa para dirigir las riendas espirituales dentro del Ejército.
Lleva 24 años como militar y 13 de ellos como sacerdote, tiempo durante el cual ha sido el compañero y el guía espiritual de miles de soldados que han pasado por el Ejército. El padre Benedicto Peña ha sido el hombre que ha guiado a los rasos, los medios y los altos mandos en cuanto a lo espiritual, militares que han visto en él además de un compañero en la milicia el hombre que bien guarda sus secretos y confesiones e intercede por ellos ante Dios.